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HOY FIRMA: JAVIER LORENZO CANDEL. "UNA NUEVA SENSIBILIDAD"

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UNA NUEVA SENSIBILIDAD

Si somos capaces de entender que la sensibilidad forma parte del desarrollo cognitivo de los seres humanos, entenderemos también que se pueda producir un cambio en las formas en que, de manera sensible, asumimos el mundo que nos rodea. No será, por tanto, lo mismo entender la relación de un objeto determinado, pongamos por caso un sombrero, con aquel que lo viste en nuestros días que la sensación que pudo despertar el mismo sombrero en los primeros años del siglo XIX.


Esta modificación en la sensibilidad también es exportable, o, sobre todo, lo es, al mundo del arte. Los diferentes procesos de creación vienen dependiendo de la evolución de esa sensibilidad de la que vengo hablando, se muestran definidos por ella, pero también tratan de modificar los aspectos que le dan forma, sus características históricas. Estos procedimientos de adaptación y evolución respecto a la sensibilidad definen muy claramente cuáles son los comportamientos de los seres humanos en cada época histórica, y cuantifican los niveles de atención y experimentación tanto de autores como de espectadores o lectores.

Con todo esto, estamos en condiciones de decir que ese diálogo necesario entre quienes tratan de despertar la sensibilidad de las sociedades y la sociedad misma, se establece en torno a propuestas que activen esos mecanismos de atención y hagan, por ellos mismos, posible el diálogo entre quienes crean y aquéllos que reciben lo creado. 

Asistimos en estos tiempos nuestros a un notable eclecticismo en el mundo del arte, un eclecticismo que viene de la mano de una preocupante disminución de la necesidad de consumo cultural, un desprendimiento de la conducta creativa que vaya más allá de la propia supervivencia social. En este marco, el desarrollo de la creación viene definido por un conjunto de acciones que tratan de despertar a los potenciales espectadores de la acción, que tratan de activar su sensibilidad y acoger, en ese momento, a un número indeterminado de perceptores de la obra de arte. 

En la literatura encontramos manifiestos y escritos que van encaminados, grosso modo, a despertar el interés por lo que se está queriendo decir, por la acción misma del escritor hacia el lector. Asistimos a un cortejo (si se me permite el término) en el que el escritor, el poeta si de poesía se trata, pone de manifiesto que en su lenguaje, en su manera de decir, se encuentra el sonido que despierte la sensibilidad del que lo lee. Es en este punto donde podemos ir a mi primera afirmación, a la idea de que la sensibilidad viene cambiando de forma necesaria, y viene siendo desde una perspectiva inasumible por algunos: la rapidez con la que hemos adoptado, en unos pocos años, un compromiso con otra sensibilidad que irrumpe en la nueva burocracia, la neo burguesía, el consumo y la tecnología de manera absoluta, sin espacio para otro tipo de sensibilidades. El ser humano del siglo XXI participa de manera activa en los procesos que van marcando la sociedad de consumo para olvidar la posibilidad de abrir los ojos hacia una sociedad (por utilizar el término de Ivan Illich) convivencial, en la que las herramientas que se utilizan no sirvan para acabar con características propias, y la creación lo es, que nos lleven a un ser humano aborregado en los ritmos de estas nuevas sociedades.

Y es aquí donde el tipo de literatura, también el arte y otras manifestaciones culturales, propenden en un ritmo acelerado, a encontrarse necesariamente con esa sensibilidad social, sin la cual no tendría interés ninguna manifestación artística. El creador, desasistido por su creación, desaparece entre la sociedad no creadora.

Si la sociedad manda en los procesos artísticos, si hemos desechado las propuestas que podrían, no sin dificultad, modificar las sensibilidades de nuestro siglo, nos vemos en la obligación (podríamos llamar ética) de crear desde la mirada de la nueva sociedad. Es en este contexto en el que surge, por un lado, el eclecticismo del que hemos hablado antes, que no es otra cosa que la pérdida de las referencias sociales en su conjunto, y de otro, la acción creativa amparada por esos procesos de nueva sensibilidad. Una creación, lo he dicho ya, no creadora.

En este punto, ¿para qué sirve la literatura?¿Cuál es el papel del escritor? Serían dos cuestiones a tener en cuenta. Si apostamos porque el escritor es un cronista de su tiempo, éste tendrá, necesariamente, que adscribiese a la conducta de contar aquello que el lector sea capaz de entender. Si el escritor, en cambio, es un creador apasionado que intenta describir nuevas realidades, su creación será, probablemente, un choque entre su propia afirmación y una sensibilidad completamente diferente a la que trata de despertar en sus escritos.


Y aquí es donde encontramos el espacio en el que responder a tantos interrogantes.  Porque, al igual que el ejemplo del sombrero, encontramos que la literatura en su conjunto, y la poesía en particular, están siendo observadas por ciudadanos del siglo XXI que son capaces de entender y hacer entender características muy diferentes, opiniones surgidas de otros intereses, movimientos de sensibilidad de otro orden que, por ende, demandan un nuevo tipo de acción comunicativa que concuerde con su nueva sensibilidad. El sombrero del XIX no es ya el sombrero del XXI.

Si no somos capaces de contar desde este nuevo espacio estaremos provocando un ruido infernal que anulará cualquier posibilidad de hacernos entender.
El asunto sería, ahora, describir cuál o cuáles son los tipos de sensibilidad imperantes. Pero en una sociedad como la nuestra, cambiante en grado superlativo y en muy poco espacio de tiempo, hemos asumido que los nuevos resortes se han creado amparados en el mecanicismo y en la tecnología, en el consumo y en la sociedad del capitalismo, en la posverdad y en la lucha por defender singularidades propias en vez de defender el sentido común de las sociedades, en el big data y la soledad megainformada como argumento.

Probablemente, y esto puede llegar a ser una conclusión, ante la nueva sensibilidad la literatura, la poesía, el arte en su conjunto, tenga muy poco sentido. 



                                          Javier Lorenzo Candel



HOY FIRMA: FRANCISCO DÍAZ DE CASTRO. "TRADICIÓN CLÁSICA Y CULTURALISMO EN LA POESÍA DE MIGUEL ÁNGEL VELASCO (I)"

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TRADICIÓN CLÁSICA Y CULTURALISMO EN LA POESÍA DE MIGUEL ÁNGEL VELASCO (I)*


Ya en los poemas de su primer libro, Sobre el silencio y otros llantos (1980), que Miguel Ángel Velasco escribiría a los quince años y que obtendría un accésit al premio Adonais de 1979, sorprende, más allá del carácter juvenil de sus versos, su enorme riqueza imaginativa, el buen dominio de su instrumento verbal y, sobre todo, la evidencia del gran bagaje de lecturas del joven poeta, que tiende puentes a muy distintas tradiciones y que establece en los poemas un territorio intertextual muy eficaz para el logro de una voz poética propia, una voz todavía por lograrse pero claramente prometedora en su precocidad.

A la altura de 1979 estos poemas casi adolescentes se sitúan con claro carácter epigonal en la atmósfera de la estética novísima ya en declive por entonces. Del esteticismo novísimo interesan a Velasco, ante todo, el planteamiento irracionalista del discurso y el componente culturalista. Del primero, la libertad imaginativa que le brinda la recuperación de la tradición surrealista y que será también la base retórica de su libro siguiente, Las berlinas del sueño (1982), Premio Adonais de 1981. El culturalismo, por su parte, que será desde el primer momento uno de los elementos permanentes en la obra de Velasco, aparece ya en el primer libro, sin la ostentosa pedantería del primer momento novísimo, con una sugestiva variedad de referentes y claramente incorporado a su imaginario conceptual en múltiples formas y sentidos.

Desde la sugerencia sentimental del título, Sobre el silencio y otros llantos, se presenta el espacio emocional que se va amplificando en las tres partes sucesivas del libro. La primera, Sobre el silencio, abre la reflexión sobre la insuficiencia del lenguaje y el sentido de la poesía. La segunda, Otros llantos”, amplía el territorio del libro a la consideración de la soledad y el vacío interior de un personaje deshabitado que, en la tercera, Poemas urbanos, diversifica los elementos anecdóticos al tiempo que intensifica los recursos irracionalistas para terminar con una recuperación de la palabra” negada al principio del libro, cerrando así el ciclo.

Destaca ya aquí la cantidad y variedad de los referentes culturalistas, que no se limitan al mundo clásico, y que abarcan desde un cierto elemento medievalista –“el salve de olifantes y trompetas/ perdidos en el alba, entre otros, del Poema para ofender al sol”–, a la mención literaria en el poema Sueño” –“un nuevo mar/ de ofelias muertas/ en donde un coro de olas/ repite una eterna sonrisa…”– o a la cita surrealista de Tristan Tzara que sirve e epígrafe al poema Tras el infanticidio de un astro…”: “La campanas suenan sin razón y nosotros también”.

Es, sin embargo, el referente clásico el que establece la base intertextual en el libro desde el comienzo, con la paródica invocación inicial a la musa, en Musa infiel” –“Maldita musa!/ huyes cuando más te necesito,/ sales descalza para no despertarme/ y te vas sin dejar una frase que justifique tu ausencia (…)”– y con su retorno al final del libro en el poema Reconciliación”: “Ahora volvemos a estar juntos/ -hace tiempo me despedí de la estatua/ y tus prolongados juramentos de fidelidad/ me abruman ,/ pero algo me dice/ que quizá un día repitas tu aventura/ y me abandones (…)” El tono humorístico ligado al irracionalismo surrealista opera aquí distanciando los elementos sentimentales y aprovechando el juego intertextual para rendir un muy variado homenaje a la cultura clásica: alguna frase en latín, el juego surrealista de Encuentro (Café Gijón)” –“El número pi/ es una nueva Venus de Milo”–, varios motivos homéricos como la referencia al episodio odiseico de las sirenas –“Aguardo que una boca me grite:/ deprisa! Es hora de amarrarte al mástil” (“Iniciación al silencio”)– o al héroe de la Ilíada en el ya citado Poema para ofender al sol”: “Al ofrecer cuatro muros/ y un mar/ como premio,/ olvidaron los dioses/ la indiferencia de un manojo de brújulas/ y el punto vulnerable/ de todo pequeño Aquiles. De la mitología griega Velasco toma también la referencia al mito de Ícaro para el despliegue imaginativo del poema Segunda tentativa, uno de los más interesantes de Sobre el silencio y otros llantos:

Ícaro buscó bajo las piedras,
bajo las ostras,
entre los ruidos a luz
o a mentir noches,
y entre tantos idiomas de sal
o enredadera
buscó plumas
tantos siglos rotos,
(…)
la cera se moldea,
se reconstruye en el fondo,
junto a llaves
y los anillos extraviados,
junto al tiempo inagotable,
arena libre,
reloj incontenible,
vidrio convertido en polvo,

amanecer,
ave cósmica
herida de amor;
maternidad de la ola,
tan azul pecho
tan conmovida curva,
tan salada leche
para labios muertos,
detenida lengua,
corazón lento,
lentísimo,
callado
(…)
el brazo
rama del menor árbol terrestre,
interrogante cisne,
yedra invadiendo dientes,
voz masticando rabia lejana,
confundida
en la más emplumada apariencia
de meteoro,
y el ala
ausculta el sonido del músculo mojado,
y la máquina aúlla
por olvidar
su original forma
de miedo.

Con Las berlinas del sueño (1979-1981) Miguel Ángel Velasco obtuvo el Premio Adonais de 1981, dos años después de lograr el accésit al mismo con Del silencio y otros llantos. A partir del esteticismo y el onirismo ostentados en el título, Velasco extrema las técnicas irracionalistas, toma protagonismo el ámbito de los sueños y los elementos culturalistas se multiplican. A la gran riqueza imaginativa que consolida este primer tiempo poético se añade una más variada operatividad del conglomerado de referencias cultas que el poeta utiliza con mayor soltura que en el libro anterior. Así, en la conclusión de la primera parte, Trono de sal, el breve poema Imposible diálogo de Michelangelo Buonarroti con la estatua de Moisés” se sitúa en la tradición del monólogo dramático:

Declina el cincel con el dolor del sol
Un llanto de luz segundo ariete reclama vida
-a un trono de sal increpando-:
olvida la piedra sueña sangre músculo hueso
álzate surge
sin lengua de mármol sin pulmón de mármol
fonema de mármol no

Marmóreo corazón
Dolida rótula.

Motivos caros a la iconografía del surrealismo como los de los espejos o los de las estatuas enlazan desde el culturalismo el tratamiento de la deshumanización o la incomunicación que protagonizan buena parte de los poemas del libro. Si en el Moisés de Miguel Ángel el poeta materializa la imposibilidad de franquear las barreras entre vida e ideal artístico, en el poema Acechan las estatuas, en el que de pasada se mencionan concretamente las de Henry Moore, Velasco subraya la inquietud que propone su presencia a la luz del extrañamiento:

ACECHAN SUS GESTOS
COMO AGUJAS OLVIDADAS DEBAJO DE LA PIEL
no es a fuerza de gestos que está cincelada su presencia,
es a base de intensa incertidumbre,
alguien no recordó
que debían ser estatuas simplemente,
y fueron algo más,
algo más de agonía.

Las referencias a las diversas artes enriquecen el culturalismo de este libro, que busca, como he dicho, una mayor amplitud de referentes que el anterior. Valga como ejemplo pictórico la mención de un lienzo de Odilon Redon en el poema-albada Antes del alba y a la misma rogando, que cierra la sección segunda de este libro, “Pólvora en el sueño”:

Alba o tormenta de luz para los ojos,
no seas puntual,
retrasa un poco tu llegada,
que ellos sigan hoy cerrados
como en un lienzo de Redon,
ajenos al vórtice de las cosas
que piden ser miradas
al menos media vez.

Deja que permanezca caído el telón
de los párpados,
impide que el azul de la pupila se manche
mirando,
olvídate muy lejos tu escoba
barredora de astros,
que continúe la noche
s larga que otras veces.

El cierto regusto romántico que no puede obviarse en estos poemas contribuye a mantener la intensidad sentimental que el humor surrealista busca equilibrar. En el proceso de aprendizaje poético de Velasco este segundo libro evidencia un rápido progreso a pesar de algunas ingenuidades conceptuales y expresivas como la que sostiene el poema anterior. Por otra parte algunos referentes literarios adquieren mayor peso en este libro, aunque también abundan en los poemas las simples menciones heterogéneas a diversas épocas y culturas, que sirven en todo caso, por su mera presencia, para mantener el tono y el decorado esteticista y culturalista del conjunto. Entre los elementos clásicos aparecen las sirenas –“qué le digo de aquella sirena que sembró fósforo en mi aliento”– o el conglomerado Musas como ménades devoradoras de indefensos orfeos,/ frías e inmóviles,/ aguardando la llegada casi imperceptible./ Tras el gesto impasible ocultaban colmillos/ afilados como adioses pronunciados a solas, o, incluso, la mezcla referencial, como en Riela un ebrio batelero en el envés”:

Espejo con alas,
invisible pero tatuado corazón,
mesa como un océano
y náyades meciéndose en alcohólicas olas,
decidme,
decidme si comprenderá mi sombra que ya no requiero su muda compañía,
que ya no necesito su mirada sin ojos
ni su aliento sin constelaciones.
Decidme,
decidme si saben los elfos
que puedo ver esta noche cómo se estremecen de dicha sus siluetas.

Así, en el nivel puramente referencial el culturalismo funciona mediante la acumulación de elementos heterogéneos que se suceden en los poemas: Sigfrido, las naumaquias, Merlín, el caballero del cisne, Shakespeare, el vampiro, DArtagnan, el arte de la cetrería, los cowboys, los indios americanos, Caballo Loco, Cleopatra, un drakkar en el puerto danés de Haithabu, etc., componen un desordenado mosaico de referentes, muy en la tradición novísima, que abarrotan con su heterogeneidad el ambiguo ámbito onírico por el que transitan las berlinas del sueño propuestas en el título.

Varios poemas, sin embargo, desarrollan de otra forma y más en profundidad algunos motivos literarios más o menos relacionados con el tema del conjunto, como el titulado El hombre es el sueño de una sombra, que se apoya en la cita de Píndaro para desplegar un inquietante panorama onírico y concluir con dicha cita: hoy sé que soy soñado/ por una sombra/ que me sueña sin calma”. Más interesantes son las presencias literarias que se acumulan en la tercera parte del libro, Abarcando un ciprés con la mirada. El primer poema es un curioso Homenaje a Samuel Taylor Coleridge” que concluye con una cita de Gerard de Nerval:

Dormita el joven con el gesto encantado,
le nació un lirio en la sien
y ahora teme los copos de nieve sobre el techo,
ningún humano debe requerirle,
acaso tan sólo el alabastro de las lámparas o los candelabros sin veneno.
Con la quietud por cómplice
recuerda algunos cuerpos
y pronuncia en voz alta varios versos solemnes
como retando al aire.

Aprendió a abrazar un ciprés con la mirada
mientras el céfiro encerrado en un cofre se agitaba inútilmente entre la oscuridad.

Sabe que el agua y las palmeras en medio del desierto componen un oasis
y sabe que el cielo puede llover gotas de láudano
sobre los entreabiertos labios de una estatua.

De pronto se enreda su memoria en el mágico ribete del cortinaje
y es entonces cuando, lejos de todo lo vivido, se agranda su indolencia
y a un batelero entre la niebla le musita:
Allí, donde veas brillar las luces de la isla de Roddah.

Combina Velasco el doble homenaje a Coleridge, gran poeta y célebre opiómano, con la cita de Gérard de Nerval con la que se cierra el poema y que corresponde a su narracióHaschisch. Se trata de los primeros momentos en el que la alusión a la experiencia de las drogas psicodélicas aparece en la poesía de Velasco y se asocia, en Las berlinas del sueño, al visionarismo de las imágenes. De hecho todo el poema puede leerse como una ensoñación de opio situada en el escenario del relato de Nerval y descrita en línea con el desbordamiento imaginativo del autor de la Balada del viejo marinero. Una interesante alusión al ensueño inducido la hallamos en la extensa descripción visionaria del poema siguiente, “Polidamna”.

Me susurras al oído un deseo de playa tropical
y de crepúsculo
y de música confundida en espuma,
y al instante me otorgan tus ojos esa dulce melodía del paisaje que deseas.
Descifro un rumor de astros apacibles cabalgando en mi piel
y nada acude a desmentirlo
pues tus labios lo afirman suspirando.

Tu amor es una dársena de azul y de murmullos
y se mece tu nombre al compás de los juncos del Nilo.
¡Con qué dulzura escancias el nepente de tus besos!

***
Todo comenzó al recibir el aire el mensaje de un pétalo en descenso
y en una ala de oxígeno quedó escrita una frase:
fui de una rosa una sonrisa de esplendor
y ahora sólo una mueca de asfixia puedo ofrecer al suelo que me acoja.
Muchos y muchas comprendieron.
Desde entonces
es fácil sorprender a un arco iris hablándose a sí mismo de lo efímero de todo deleite
como efímera es la presencia de sus siete cabellos de colores doblados sobre el mundo,
pero tampoco es demasiado difícil ver a un pentagrama satisfecho de su erótica dimensión.
A cada momento muchos y muchas, como tú y  yo,
compran un billete de ida
y mecen una o dos olas en sus brazos;
comprueban así muchas venas
que no se acelera en vano su tibio caudal.

El nombre de Polidamna remite a un episodio de la Odisea (IV, 219) en el que Helena intenta calmar el dolor de Telémaco diluyendo en su vino una droga llamada nephentes, a base de opio:

Al manjar que delante tenían las manos lanzaban cuando Helena, nacida de Zeus, pensó en otra cosa y en el vino que estaban bebiendo les puso una droga, gran remedio de hiel y dolores y alivio de males; beberíalo cualquiera disuelto en colmada vasija y quedara por todo aquel día curado de llantos aunque en él le acaeciera perder a su padre y su madre o cayera el hermano o el hijo querido delante de sus ojos, herido de muerte por mano enemiga. La nacida de Zeus guardaba estos sabios remedios: se los dio Polidamna la esposa de Ton el de Egipto, el país donde el suelo fecundo produce más drogas cuyas mezclas sin fin son mortales las unas, las otras saludables; más todos los hombres allí son expertos en curar, porque traen de Peán su linaje. (Odisea, IV, 219 y ss.)

El referente clásico de este poema se identifica tan sólo con la mención del nombre Polidamna, con escasa relevancia en la Odisea pero que permite a Velasco unir culturalismo y paraísos artificiales sin que quede explícita la relación y obligando al lector a identificar determinados nombres. Algo semejante sucede en el poema Omar Khyyam junto a la fuente de Selsebil, en el que, aparte del elogio del vino y el erotismo que convocan los versos citados en el epígrafe, la mención de la fuente de Selsebil, así como la de la ciudad de Merv remiten, muy a lo novísimo, a un episodio de la vida de Khayyam en el que la eclosión de un movimiento fundamentalista religioso en 1095 hizo que el hedonista y no muy religioso poeta tuviese que escapar hacia la Meca:

Todos saben que jamás murmuré una oración

Que te baste saber que todo es misterio

Sólo el vino te librará de tus dudas

¡Vino en torrentes!

¡que explote en mis venas!.

 

De besar viene un lunar impreso en una piel,
vislumbra luego las sílabas
de las grabadas frases en el barro
y consulta a los labios del ánfora
cuya respuesta es dulce.

Recibe Omar el fin del día
ajeno al noveno mes que a las sombras conmueve,
ajeno a las genuflexiones de las sectas
y al ala infatigable de Azrael sobre la noche.
No importa que la luna se muestre en lo alto deseable,
no harán falta para ascender peldaños,
bastará con sumergir los dedos en el cercano manantial
y obtenerla;
dormirá entonces el poeta
sabiendo que suya será hasta el alba.

***

¿Comprendes, querida, por qué mi corazón palpita en Merv?


Todos estos textos sitúan con claridad la base culturalista de la poética de Miguel Ángel Velasco desde sus orígenes. Que unos poemas como los de sus dos primeros libros, compuestos antes de los veinte años, se presenten tan nutridos de referencias cultas de todo tipo literarias, artísticas, históricas– pone de manifiesto la intensa actividad intelectual del jovencísimo poeta que devora libros y comienza a experimentar con diversas drogas y que, sin embargo, guardará silencio desde entonces hasta casi quince años más tarde para volver a la poesía con muy distinta voz y con otros intereses estéticos, más afines a cierta poesía reflexiva de los noventa. Años de cercanía a su maestro, el latinista Agustín García Calvo y a Isabel Escudero, influyen de modo notable en el poeta, como él mismo reconocería siempre. La experiencia vanguardista fue, sin duda, necesaria para el joven poeta laureado que necesitaba encontrar un camino propio. Lo que sorprende es que ese mismo poeta renunciara a escribir a partir de entonces, como un nuevo Rimbaud, e, incluso, a citar sus primeros libros y su prestigioso premio literario, una vez encaminado hacia una poética alternativa aunque no menos rica de referentes cultos– en sus seis libros posteriores. Así, en la solapa de La vida desatada, publicado en Pre-Textos el año 2000, escribía con humor:

Miguel Ángel Velasco nació en Mallorca en 1963. De precoz vocación poética, a sus primeros escarceos líricos los favoreció un riguroso azar con tempranas distinciones, lo que le llevó a recibir el Premio Adonais a los dieciocho años. Circunstancia ésta de la que se repondría a lo largo de una década de abstinencia editorial. Mientras tanto concluye una licenciatura en letras y dos años de doctorado en filosofía. A pesar de lo cual continuará con su aprendizaje en el arte del verso, dedicación que comparte, durante una prolongada estancia en los montes de Hoyo de Pinares (Ávila) con la atención al mundo físico y a la química ceremonial. Se reincorpora a la publicación con El sermón del fresno en 1995 (…)


Inicia, pues, El sermón del fresno un segundo tiempo en la poesía de Velasco marcado por la busca de un verso riguroso y una expresión clara que no excluye una gran riqueza de imágenes, un gran dominio del ritmo del lenguaje y sobre todo una nueva intensidad y hondura de pensamiento. En realidad el libro está compuesto de dos conjuntos breves, el que le da título, dedicado a Isabel Escudero, con poemas escritos entre 1986 y 1991, y Después (1992-1994). Lo que el poeta llama la atención al mundo físico” en el texto anterior es uno de los elementos más destacados de esta nueva concepción de la escritura en la que la naturaleza elemental, que será desde entonces el ámbito esencial en su imaginario, inspira el sentido clasicista de unas composiciones que combinan los poemas de amor, las odas elementales, los epigramas, las reflexiones elegíacas. El repertorio de referencias cultas es menos variado pero más efectivo, porque no importa ya la juvenil ostentación novísima sino la insistente vinculación a unas tradiciones que a partir de este libro se consolidan en la poética del autor. Así, la atmósfera medieval del poema No hace falta que el viento, o el referente dantesco en El sermón del fresno, primer poema del conjunto, que se abre con una cita del Inferno: “E colsi un ramicello di un gran pruno;/ El tronco suo gridò: Perchè mi schiante?” (Inferno, XIII).

El tono clasicista de los versos, la sencillez reflexiva, la riqueza verbal, el tono elevado del discurso en las voces de los poemas  y el protagonismo del mundo natural en las reflexiones de estos poemas evidencian un interés por la tradición grecolatina que se manifiesta igualmente en el cuidado del ritmo sin duda enseñanza del maestro García Calvo– y en el cultivo de formas y subgéneros poéticos clásicos, como la sección de epicedios –género de la elegía funeral griega en presencia del muerto– que cierra El sermón del fresno. Este protagonismo de la cultura clásica se hace explícito particularmente en los dos poemas que componen la sección “Versos antiguos. En el monólogo dramático Los versos del gladiador”, éste describe el simbolismo de la lucha en el circo como la inexorable derrota de toda lucha contra la muerte:

Si en el círculo irrumpo, carne y bronce,
y se yergue mi masa enardecida
con ese hierro lúcido que empuño,
mi arrogante ademán miente su brío.
Las gradas bullen de un jolgorio aciago
cuando el regio pulgar niega clemencia
y una robusta vida se derrumba
contra el pétalo firme de mi espada.
Lo he visto tantas veces que ya es fábula
esta rueda mortal en torno mío.
Pero si el adversario erguido avanza
y de su tenso brazo la red pende
adormecida como sueño de algas,
su misterio me espanta más que el hombre
que la sostiene; pues, ¿no es ella acaso
la que rige la mano del reciario
y le dicta imperiosa la parábola
de su cernerse oscuro? Cierto día
no ha de valerme toda mi hosca ciencia
contra el abrazo blando de la araña
y la plebe salaz no ha de apiadarse
de un ovillo de mies bajo el tridente.

El otro monólogo dramático, La muerte de Lucrecio. Soliloquio, está dedicado a Agustín García Calvo, que editó el poema de Lucrecio De rerum natura en traducción dieciochesca del abate Marchena. En alusión a la doctrina de Epicuro que se describe en el poema latino, Velasco desarrolla su reflexión sobre la muerte en contradicción con las palabras de Lucrecio en torno al mismo tema: contra el temor a la muerte, el argumento de que una vez muerto no hay conciencia de estarlo ni de ninguna otra cosa. En su soliloquio dice Lucrecio:

Mas cuando me haya muerto
ya no ha de ser mi espina ese ciprés
que hilvana perezoso la mortaja
del cielo. Un temor sólo:
¿y si el tiempo del tránsito al del sueño
se asemeja, y así como el que duerme
multiplica su tiempo mientras sueña,
así el morir dilata su decurso
para contar por dentro de la muerte?
¡Pavor intolerable de rumiar
esa hora despacio! Mas acaso
hay tiempo todavía. Quizá aún deba,
paciente, desbastar la oscura gema
de mi muerte, para engastarla lisa
en un alba herrumbrosa… Pero el tósigo
apremia, y no hay triaca que devuelva
el calor a mis miembros. Ya es lo mismo
juventud que sapiencia. Cuerpo o duna.
Ya la trama dibuja su pregunta
en el umbral. Y a contestar se apresta
el seco aldabonazo de su fruto.

Debe mencionarse también, nuevamente, la relación entre la referencia al mundo antiguo y a la droga. Se menciona en el texto la “triaca” teriaca, un compuesto complejo que incluía el opio, que se utilizaba en la farmacopea antigua como remedio para muchas enfermedades y que alcanzó gran difusión en la época medieval. Es patente, por lo tanto, el creciente interés del poeta por el mundo de lo que llama la química ceremonial, en poemas particulares y en menciones o guiños aislados, como en el poema El beso”: “el beso apura/ a solas el beleño de la sombra, verso final del libro, y título de un poema posterior; “Beleño de sombra”.

En los poemas elegíacos de Después, protagonizados por la muerte del padre del poeta –uno de los temas claves en y desde aquellos momentos– se amplía algo el campo de referencias onomásticas y textuales: lo abre una cita de Rafael Sánchez Ferlosio –“ Decir que el tiempo todo lo cura vale tanto como decir que todo lo traiciona. ¿Sabré sobrevivir sin traicionar?”– que debemos entender en relación con la reflexión del poeta sobre su propio sentimiento de dolor; la cita de Elías Canetti –“Aprendía palabras/ en su lecho de muerte”– en “La lección”, poema en el que se mencionan también palabras latinas –carmen, res, reliquiae–, los nombres de Montaige y Wordsworth, de Shakespeare y Gibbon, y donde evoca el poeta a su padre moribundo: “Y tal llegó a ser por entonces tu curiosidad/ que un día escuché de tus labios la viva pregunta/ de cómo era aquello del elesedé,/ que, tal vez, algún día, quisieras probar”.

No podía faltar en el ámbito clasicista de estos versos elegíacos funerales la mención de la laguna Estigia, y así, en “Despertar”:


La  luz igual que un látigo fustiga

tus incrédulos ojos: sigues vivo,

y con sorpresa miras los objetos

que el minucioso arte de otro día

dispone en torno tuyo: ahí enfrente

reconoces la misma celosía

de espesa enredadera; ese guerrero

del yelmo de oro y el semblante grave;

el libro que ayer noche sostenías

como un techo seguro sobre el rostro;

los fármacos, la pipa... y sin embargo

has bogado en las aguas como brea

de la Estigia del sueño. En la ribera,

un granado vencido de su carga

mostraba como prósperas heridas

sus frutos entreabiertos. Luego, alguien


señalaba, podrida, una granada...




                                     Francisco Díaz de Castro


Próxima entrada: 17 Octubre.


HOY FIRMA: PEDRO LUIS IBÁÑEZ LÉRIDA. "OÍA HABLAR A LOS ÁRBOLES"

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Oía hablar a los árboles



Andar hasta donde nos alcance la soledad del bosque. Elevar la mirada hacia las frondosas copas de los árboles sobre las que espejea el sol. Y allí, sencillamente, escucharles.


DESPOJOS DE LAS AUSENCIAS

El tizón escribe con trazo luctuoso sobre la tierra silenciosa y ennegrecida. El fuego avanza tan deprisa que parece un espectro corriendo y vociferando con la sábana en llamas. Prende en cada ser el pábilo de la muerte. Crepita la piel vegetal y animal en la revelación del Santo Oficio del Siglo XXI: el alma de los hombres encadenada a la perversión. Los árboles mueren de pie, el título de la obra teatral de Alejandro Casona es una alegoría. Nos recuerda que en el estío una incendiaria muestra de barbarie recorre nuestros bosques con el alarido tenebroso de la destrucción. La escenificación de la moral lo es siempre desde lo personal. Nunca desde lo colectivo. Quizás por eso desenfocamos la imagen. De esa manera nos alejamos del fuego y nos convertimos en espectadores mudos de la consumación de la conciencia. Humean los cadáveres mientras las pavesas caen de un cielo calcinado y gris como el Averno. Pienso en la palabra hombre y me entierro de dolor, aunque Mario Benedetti me sacuda con su tenaz humanidad:

(…) los otros me ampararon como árboles 
con nidos o sin nidos 
poco importa 
no me dieron envidia sino frutos 
esos otros están 
aquí.


CUATROCIENTO AÑOS LO CONTEMPLAN

El ciprés perdió frondosidad. Un rayo contemporáneo deslució su porte. Vino desde el lejano México en el siglo XVI. Los monjes carmelitas fueron sus benefactores y decidieron plantarlo en lo que hoy se conoce como el Carmen de los Mártires, un jardín junto a la colina de la Alhambra. Hacia lo más alto se erige y apunta como la escritura de San Juan de la Cruz, cofundador de la Orden y prior del convento en Granada, al que legendariamente se atribuye cierta relación. En esa conexión entre cielo y tierra el poeta abulense es puro temblor humano. 

Tal vez por eso José Ángel Valente determine, en aproximación a la espesura poética de su canto, que “(…) necesitamos abolir la distinción entre cuerpo y espíritu”. En el año 1948 Dámaso Alonso en una conferencia bajo el título La poesía de San Juan de la Cruz, profundizaba en la huella amorosa y divinizada en el poema Pastorcico:

Y a cabo de un gran rato se ha encumbrado 
en un árbol, do abrió sus brazos bellos, 
y muerto se ha quedado asido de ellos, 
el pecho del amor muy lastimado. 

El árbol encierra el misterio de ese amor que se sufre y siente asido a la cruz, pero también, y sobre todo, de la propia vida que encarna lo corpóreo y místico.


EN LA FLORIDA EMPECÉ A ESCRIBIR OTRA VEZ EN VERSO

En el año 1943 Juan Ramón Jiménez retornaba a su voz de agua. “Antes, por Puerto Rico, y Cuba, había escrito casi exclusivamente crítica y conferencias. Una madrugada me encontré escribiendo unos romances”. En Romances de Coral Gables la resonancia de lo profundamente sereno y dramático se acompañan. Sobrecoge asentir ante la belleza que se obstina en desistir de la transparencia tras la barbarie de la Guerra Civil y la herida del exilio. La plenitud de lo popular se expande como el sol primaveral que recrea la vida y la sostiene en el verso celeste. Ese mirar hacia dentro, esa distancia que limita la soledad del mundo, ese discurrir por la senda alejada de los añadidos. La reflexión poética juanramoniana exige transposición en la forma y fondo. El alma trascendida en la naturaleza que se troca en identificación entre Moguer y el Sur de Florida, y le surte de una extraña y pasajera alegría. Siempre ese Sur habitado por la espera y la nostalgia, “¡qué ir llegando tan hermoso a nuestra casa blanca de Alhambra Circle en Coral Gables, Miami, La Florida! Las garzas blancas habladoras en noches de excursiones altas. En noches de excursiones altas he oído por aquí hablar a las estrellas, en sus congregaciones palpitantes de las marismas de lo inmenso azul, como a las garzas blancas de Moguer, en sus congregaciones palpitantes por las marismas de lo verde inmenso.” La distinción del poeta es de tal prosperidad lírica, que no desiste de la fe en la palabra por el luciente pensamiento que engendra. Cuánta hondura este decir en octosílabo. 


Cuánta existencia inadvertida. Tal vez sea eso, que para el hombre la naturaleza permanece inédita. No la escucha. No siente su lamento agonizante. Árboles hombres quemados por otros hombres:

Los árboles se olvidaron 
de mi forma de hombre errante, 
y, con mi forma olvidada, 
oía hablar a los árboles.


Pedro Luis Ibáñez Lérida


HOY FIRMA: FRANCISCO DÍAZ DE CASTRO. "TRADICIÓN CLÁSICA Y CULTURALISMO EN LA POESÍA DE MIGUEL ÁNGEL VELASCO (II)"

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TRADICIÓN CLÁSICA Y CULTURALISMO
EN LA POESÍA DE

MIGUEL ÁNGEL VELASCO (II)*



En 1994 Agustín García Calvo publicaría en su editorial Lucina El dibujo de la savia (1992-1994), escrito por Velasco en Hoyo de Pinares y con una dedicatoria que reza: A Miguel Pons Camps, mi padre, que me leía versos. Libro intenso, variado, bucólico, erótico y elegíaco a la vez, de imágenes sorprendentes y con una capacidad de elevación lírica en la reflexión sobre la naturaleza elemental que no puede dejar de recordarnos la poesía de Claudio Rodríguez aunque también sea perceptible el modelo de Antonio Machado. La experimentación
con las sustancias sicodélicas toma protagonismo en muchas composiciones al tiempo que pasa a un segundo plano el culturalismo explícito, por más que tanto el tono de muchos poemas como el cuidadoso trabajo con los ritmos del lenguaje mantengan el aura clasicista o la dicción cercana a la canción medieval inauguradas en el libro anterior.
Vale la pena, a este respecto, citar algún fragmento de la carta-prólogo de Agustín García Calvo:


Zamora, 9 de Agosto ‘95
Querido Miguel-Ángel:
                                    
         he vuelto aquí a leer reposadamente los versos de tu letanía de la savia, y ya ves, a pesar del tedio de las letras que me embarga como sabes, muchas de esas palabras se me han abierto como capullos imprevistos que me iban llenando de riquezas los ratos del verano. Confío en que no me haya dejado llevar en ello por la mucha admiración que sabes que te profeso por aquello de que, procediendo como procedías de la alta Literatura y de la poesía esa que hacen los poetas, hayas tenido la humildad de acordarte de que los versos tenían que empezar por sonar a los oídos, por más escritos que quedaran para los ojos, y de volver a aprender las olvidadas artes del ritmo del lenguaje. Pero no es por eso, o más bien era a vueltas con eso (porque al que se deja llevar por las ondas del lenguaje lo demás se le da por añadidura) como tus versos me desplegaban tantas palpables maravillas (…)
Algunos habrá que vean en todo eso la flor del delirio desplegando sus alas venenosas; pero es el delirio razonable, la memoria viva de lo que se podía palpar y se nos roba de entre los dedos. Y, si la poesía estaba para descubrir la mentira de la realidad, puede que haya otras vías que, si se las deja volar, inventen las palabras para ello; pero es tan inmediata y sensible esa que se te ha dado de que en un grano cualquiera de la masa, vendida y despreciada, estalle la infinitud, el no saber en el sentir… Gracia a ti, por lo que me toca y en nombre del público, por tu regalo. ¡Abazos y salud!

Agustín García Calvo



Son escasas, como digo, las referencias culturales explícitas en El dibujo de la savia, libro más de observación minuciosa a través de la lente de la química ceremonial que de engarces literarios, tal como señala el autor en la contracubierta del libro: libro de ‘raíces y asombros, que diría Mairena, por cuanto, desde la consideración detallada de la finitud, se advierte en el afuera la fuente de toda posibilidad moral. Discurrir en el que se conjugan elegía y reconocimiento, razón y sensualidad, destino y soltura, en pos de una augusta confianza. En su vocación de identificación con el objeto, algunos de estos versos dan cuenta de experiencias con sustancias psiquedélicas, en tanto que propiciadoras de una mirada desprendida, análoga a la de la creación poética, donde las cosas nos devuelven la mirada”.
Resulta interesante comprobar que las referencias culturalistas reseñables aparezcan aquí estrechamente ligadas al homenaje personal del poeta hacia diversas figuras intelectuales del ámbito de la experimentación o la reflexión en torno al mundo de las drogas: El aceite, dedicado a Antonio Escohotado, uno de los grandes especialistas mundiales en el estudio de las drogas y sus efectos:

Vi el aceite de oro en la noche del párpado.
Su luz se derramaba de la almazara eterna,
resbalaba sin prisa por un cauce de astros,
y al llegar al brocal de la absorta pupila
maduraba mi ojo con su sol apretado.
El tiempo era ese río de aceite que manaba
desde el mañana hondo fluyendo hacia su vástago.
Mi pelo se hizo plata, y sentí retorcerse
bajo los pies raíces de olivo milenario.



s relacionado con la cuestión que aquí nos interesa está el poema “Lázaro, significativamente dedicado a Albert Hofmann, el creador del LSD-25, a quien le dedicará Velasco sucesivos poemas en La miel salvaje y en Fuego de rueda. El poema, obviamente, remite, desde la anécdota evangélica de la resurrección de Lázaro, al renacer de los sentidos catalizado por el ácido lisérgico:

Míralas bien las cosas: reverberan

tocadas por el polen de la aurora:

la filigrana lenta de la savia,

el trémulo rocío, cada gota

en que se copia entera la mañana,

la lumbre cristalina del racimo,

el zarcillo y su rúbrica menuda,

no menos soberana que el oleaje

del encinar; el iris de los ojos,

del mismo fino estambre que esa nube

que se desteje en hebras melodiosas;

el viento de oro en la vibrante rama,

la luz de la resina, el claro anillo

de esta mañana del milagro: toda

la noche cabe en una rosa blanca.

 

Los ayunos de san Antonio” está dedicado a Enrique Ocaña, autor del libro El Dioniso moderno o la farmacia utópica, dedicado al estudio del efecto de las sustancias psiquedélicas, el peyote o la mescalina en la obra de distintos escritores del siglo XX. El modelo del san Antonio de la historia sagrada: su breve monólogo dramático canta aquí la pasión visionaria que relaciona ayuno extremo y viaje psicodélico:

Otro dios no conozco que este ayuno; por él

he visto alzarse un ángel de la arena de oro

y volver a la arena. Y he manado piedad.

He visto la Tebaida florecida en Edén.

He sabido del cielo. Pero también le debo

conocer el infierno que cabe en nuestro pecho

y el azar que gobierna penitencia y merced.

 

Como señala Vicente Gallego en su prólogo a la antología de Velasco La mirada sin dueño (2008), “lo que busca Velasco en el seno de la experiencia psiquedélica es conocimiento, un tipo de conocimiento que nada tiene que ver con la percepción rutinaria y que se recibe como pura intensidad, lo mismo que en el arte. Con la ayuda del LSD, el hombre se ha adentrado en los sótanos de la conciencia y el poeta vuelve de ellos cargado de terror y maravillas. Terror y maravillas, ambas cosas se conjugan cada vez más intensamente en la escritura de Velasco, una escritura que no se realiza desde otro estado que el de la lucidez y la claridad de miras que el artista impone a sus versos, controlados siempre por el sentido musical y la búsqueda léxica.

La vida desatada (1992-1999), dos años después, acoge algunos poemas de El sermón del fresno y es el libro mayor del poeta en los noventa, ya en estrecha relación personal y literaria con algunos poetas de su generación, como Vicente Gallego o Carlos Marzal, y con Francisco Brines, cuyos ecos comienzan a ser patentes en este libro. Acoge en sus cinco partes los tonos y motivos de los libros anteriores, así como ocho poemas de El sermón del fresno, precisamente los que remiten a la muerte del padre, un asunto que marca la tonalidad emotiva dominante en este conjunto elegíaco en el que la reflexión sobre el existir y la temporalidad ocupan buena parte de los textos. Después de la intensidad visionaria de El dibujo de la savia, en La vida desatada hay una mayor dosis de reflexión, de vida cotidiana, de intimismo, de referentes culturalistas, de nuevo.

Dejando aparte la impostada dicción arcaizante de algunos poemas como “Trova”, debe consignarse la abundancia y la variedad de las citas que aparecen en epígrafe o en el cuerpo de los poemas, como los versos de Antonio Machado en Muerte de Abel Martín”: “Díjole Abel: Señora,/ por ansia de tu cara descubierta,/ he pensado vivir hacia la aurora…”. Una cita de Rilke, en francés, sirve de epígrafe y explicación del desenlace suicida en el poema Rufino” –“C’est la sève qui tue”–; una irónica cita de Louis Ferdinand Céline –“Le gustaban los bellos jardines y los rosales; no se perdía una rosaleda, de todos los sitios por donde pasábamos. No hay como los generales para amar las rosas. Ya se sabe”– abre el borgeano poema Contra la historia. Una cita de la novela “Die Blendung”, de Elías Canetti –“Era una tablilla de cera ambulante en la que se inscribían gestos y palabras”– en el poema Londres (A la memoria de Elías Canetti). La quinta sección del libro la abre otra cita de Joseph Conrad: No le resultaría fácil olvidar. Pero no se puede embalsar la vida como su fuera un arroyo mezquino. Crece, desborda, fluye sobre las penurias de un hombre hasta que un día las aguas se cierran sobre un dolor, como el mar sobre un cadáver, sin importarle cuánto amor se ha ido al fondo”.
Dos citas de Schopenhauer figuran en sendos poemas de la parte final, en la que reaparece la reflexión sobre la muerte: Una, en El legado, de Los dos problemas fundamentales de la ética”: “Con la cercanía de la muerte, el curso del pensamiento de todos los hombres toma una dirección moral, la cuenta del curso de la vida que concluye. La otra, con sentido parecido aunque con otro tono, de Parerga y paralipomena, en El superviviente”: “Cada individuo implica cierto sentimiento indefinible, suyo exclusivo y, por tanto, absolutamente irreparable. Una larga cita de El tiempo recobrado de Marcel Proust subraya tema y tono de este poema:

Enumeraba continuamente a todas las personas de su familia o de su mundo que ya no existían, al parecer más con la satisfacción de sobrevivirlas que con la tristeza de que ya no vivieran. Recordando a aquellos muertos parecía darse mejor cuenta de su propio retorno a la salud. Repetía con una dureza casi triunfal, en un tono uniforme, ligramente tartamudeante y con sordas resonancias sepulcrales: “¡Aníbal de Breauté, muerto! ¡Antonio de Mouchy, muerto! ¡Carlos Swan, muerto! ¡Adalberto de Montmorency, muerto! ¡Boson de Talleyrand, muerto! ¡Sosthène de Doudeauville, muerto!” Y cada vez esta palabra muerto” parecía caer sobre aquellos difuntos como una paletada de tierra más pesada, lanzada por un sepulturero empeñado en hundirlos más profundamente en la tierra.

En Ultima verba, en fin, otra cita de Jean Joubert lanza un guiño a Carlos Marzal, dedicatario del poema: Hay que morir siendo amable,/ si es posible”.
Todos estos epígrafes concentran sus referencias en torno a la cultura contemporánea, como en general todas las referencias culturalistas de este libro. Como excepción, aparte de la mención de una lámina del Cristo de Holbein en la chimenea, la referencia a Esquilo en el emocionante y duro poema dedicado al poeta valenciano César Simón, cuyos versos son, sin embargo, el eje del texto:

DESPUÉS DE UNA LECTURA DE CÉSAR SIMÓN

Los animales se devoran unos a otros () El hecho de que
deban destrozarse y devorarse entre sí maldice la vida.
C. S.

No llegué a tiempo
de conocerle.
Pero amigos comunes me relatan
su lúcida ternura.
El hijo de uno de ellos
lleva su nombre.
En sus escritos últimos lamenta el
destino de la carne,
como lo hiciera Esquilo:
¿Cómo puede ser pura
un ave
que se alimenta de otra ave?
(El mundo es un inmenso
tonel de tripas,
sentencia Faulkner).
Una lección escuchas
s allá de su muerte:
un hombre haciendo,
en medio de la ruina,
de tripas, corazón.

En su reseña a La miel salvaje , que obtendría en 2002 el premio Loewe, señalaba José Luis García Martin algo que puede considerarse extensible a toda la poesía madura de Velasco desde El sermón del fresno hasta su último libro, Ánima de cañón: “Cosmología y metafísica, como en los presocráticos, se encuentran aunadas en la poesía de Miguel ángel Velasco. Ciertamente, en el cuidado fluir de los versos de La miel salvaje el poeta mallorquín ha depurado su meditación sobre el universo y sobre el existir humano. De la dialéctica entre estas perspectivas cruzadas surge la exaltación del canto y la intensidad de la elegía que conforman su poética, desplegada aquí en múltiples motivos y homenajes, mantenidos siempre en alto por una voz que reclama la belleza y la armonía, “el milagro precario” de los cuerpos, que deja sentir su queja metafísica y que, en lo que atañe en particular al motivo de estas páginas, sabe integrar su sentido en la constancia de una cultura que arranca de los más antiguos orígenes y que alcanza a la contemporaneidad.
El libro se abre con una cita misteriosa de una tablilla cretense: A la señora del laberinto, miel, y otra de San Mateo: Eli, Eli, lama sabactani?. El primero de sus poemas, Acerca de las heridas de los héroes, que abre la sección “De la vida dañada” y se dedica A Agustín García Calvo, representa una de las más interesantes muestras de la presencia de la tradición clásica y del culturalismo en la poesía de Miguel Ángel Velasco. Vale la pena destacar cómo el poeta se demora en la precisa manera de describir el daño” de la Ilíada, para dar paso, en los versos finales del poema a una exaltación de la gloria efímera de los cuerpos que es a la vez un breve recorrido por los modelos humanos de las figuras de Sófocles, de Byron y de Tolstoi: Velemos por su gracia,/ porque el cuerpo es un templo mientras arde/ el resplandor de su desnuda gloria”:

ACERCA DE LAS HERIDAS DE LOS HÉROES

A Agustín García Calvo


En la Ilíada nos prende
esa intención precisa en la manera
de describir el daño. Cuántas veces
se demora el hexámetro en el sitio
de la quebrantadura,
en el fiel inventario del estrago:
el lugar que desgarra la espada, cómo hiende
la carne y desmorona ese cartílago;
dónde triza el pedrusco
el hueso, el recrujir de sus astillas;
la trayectoria exacta del venablo
que atraviesa las chapas del escudo,
la coraza de bronce.
Y el estruendo que hace al derrumbarse
la torre del guerrero.
Y no hay buenos ni malos, todos son
feroces alimañas que se ceban
en la carne ensartada,
que la agonía infaman del contrario
con palabras de burla,
y que después arrojan los despojos
al festín de los perros.

Y en esa pulcritud, en el registro
de la calamidad, va una plegaria
por la carne solar, por el milagro
precario de este cuerpo.
La cálida estructura bien trabada
que en la danza aligera su destino,
que se hace esclarecida geometría,
claro esquema en el nado, esa otra lanza.
El delicado cuerpo
que reverbera en luz cuando lo anima
el ritmo del amor o el del poema.
Porque no hay canto alguno
sin el humor del cuerpo, aunque destile
ese licor amargo de la pérdida.
De Sófocles nos dicen que era diestro
en el baile, y que Byron
gustaba de medirse
a menudo en el pulso de las olas.
Y de Tolstoi que sólo sonreía
después de nadar hondo en un lío de sábanas,
porque tras la liturgia de los cuerpos,
en contra del proverbio, no hay tristeza.

Velemos por su gracia,
porque el cuerpo es un templo mientras arde
el resplandor de su desnuda gloria.

Las tres partes de La miel salvaje, “De la vida dañada”, “La mirada sin dueño” y “Acaso un mundo, responden a una disposición en la que la conciencia sigue un proceso de elevación moral muy sui generis desde la constatación de la tragedia del existir humano en lo fugaz de su gloria se pasa a la consideración objetiva de lo que es una realidad otra”, más allá de la cotidianidad humana y que encierran las sustancias psiquedélicas a las que se dedican varios poemas. En la tercera, acaso un mundo, se disponen los poemas de una elevación ideal hacia otra realidad tal vez posible, maravillosamente plasmada en el poema Las garzas, que cierra el libro.
Este tránsito desde la realidad histórica, en De la vida dañada, a la realidad soñada en Acaso un mundo” se despliega sobre la doble experiencia de la vivencia cotidiana y de la cultura vivida, forma esta última de un culturalismo que, como hemos ido viendo, es presencia imprescindible en la escritura de Velasco porque también lo es en su realidad personal más íntima, apoyada siempre en la riqueza de un saber ambicioso que Velasco supo trasmitir también a sus cercanos. Por ello la continua referencia culta debe entenderse como un idioma personal del poeta, como un sistema de signos culturales e intertextuales sin cuyo conocimiento no es posible entrar en lo profundo de su poesía.
En La casa del dolor” la alegoría del dolor atrae la mención de famosos supliciados: Y para soportar/ el fuego de los tuétanos intentas/ representarte al vivo los dolores/ de Servet o de Bruno,/ la astilla roja de Caupolicán,/ los de cada momento lapidado. También en “Viático, con un magnífico dominio del ritmo, se materializa la sabiduría aprendida en los libros: Tuve siempre por bueno el consejo/ del sabio Avicena:/ reservarle a la magra estación de la vida,/ procurando a su huraña pendiente/ un manso declive,/ los manjares magos de la adormidera. La aceptación del destino mortal de los seres se plantea en el poema Desasimiento” y se sella con la mención de un pasaje de la Ilíada: “Licaón,/ tembloroso, abrazaba las rodillas/ del hijo de Peleo, suplicando clemencia;/ y sólo pudo oír: También murió/ Patroclo, que valía más que tú. Se cierra la primera parte de La miel salvaje con Atardecer en Jávea”: el poeta contempla desde la altura un panorama que se le aparece como una Babel costera, como un desmoronado anfiteatro, citando la “Canción a las ruinas de Itálica” y, en suma, como ese gran teatro/ aciago de la Historia” cuya misma formulación atrae la imaginación y la metamorfosis de lo que los ojos ven: el laberinto/ de antorchas en la noche de la rapacidad,/ el crujir de la rueda, la algarada/ de animales y hordas,/ el encuentro del hierro, los cascos en la piedra/ y el silencio humeante de los templos…”


Unos versos de Claudio Rodríguez sirven de epígrafe a los poemas parte central del libro, La mirada sin dueño”, que vienen a constituir, con sus claroscuros, una serie de homenajes y cantos a cuanto del lado de la mirada otra de la droga se contrapone, para la voz protagonista,  a la miseria y al descrédito de la realidad cotidiana: Mi vida entera por una mirada,/ esa mirada que no tiene dueño”. Varios homenajes y dedicatorias se reúnen en esta sección: a las figuras, ya presentes en los libros anteriores, de Albert Hormann, creador del LSD, a Antonio Escohotado, a la memoria de Claudio Rodríguez, a Isabel Escudero, etc. Y también a la belleza otra que ofrecen a la relajación mística de la mirada las simetrías de los mandalas, los fractales, el erizo, las figuras espirales del cosmos y del arte, el sistema de símbolos distinto que, mediante la ensoñación inducida establece otras formas de correspondencias entre todas las cosas: Y en la urdida cadencia de la estrofa sin tiempo,/ ganando las escalas de su música íntima,/ despertará mi vida al sueño de las cosas”-


Velasco atrae a casi cada poema referentes culturalistas de diverso tipo que enriquecen cada momento. Así, al mencionar el encuentro con Albert Hofmann en su ciudad lo integra también en su rica tradición cultural: la vieja Basilea industriosa/ de Paracelso y Holbein,/ de Erasmo y Burkhardt, el imán insigne/ arrancado con íntima paciencia/ al pedernal difícil de la Historia. Las pinturas del Cristo de Holbein o de La isla de los muertos, de Arnold Böcklin sirven de pórtico a un paseo en el que se recrea el descubrimiento casual por Hofmann de los efectos del LSD y cuanto de mirada original y prístina sobre las cosas desencadenó dicha sustancia: “…vio las cosas/ al punto definidas, como por vez primera ()/ Y en todas vio una misma savia audaz:/ en la dura corteza y en la orug,/ en la rosa mojada y la babosa./ Conoció el erizo de mar y de los astros/ la augusta simetría./ Supo la piedra en el talón de Aquiles/ y la velocidad de la tortuga”.

Acaso un mundo, la parte final de La miel salvaje, se abre con una cita de Rafael Sánchez Ferlosio que sitúa con precisión el sentido global de estos poemas finales: Sin embargo…, ¡oh, sin embargo!, parecen adivinarse aquí y allá, dispersas, débiles, inciertas huellas de que ha habido, de que ha podido haber, o por lo menos ha querido haber, alguna vez, un mundo. Nostalgia de un mundo diferente, de armonía y perfección o tal vez sólo distinto, regido por la lógica elemental de la espiral de un amonites. Melancolía también, compartida por la pesimista visión de Jacob Burckhardt sobre la historia humana, o la angustiosa perduración de un castigo metafísico en ámbar que encierra en su burbuja un mosquito intemporal, en “Sortija”: “Ascua de nuestro infierno,/ que trasportamos como quien no sabe/ que atesora su ruina, la Pompeya/ del Día de la Ira en un anillo. Finalmente merece citarse el poema X (Para la inicial de risto en el Libro de Kells)” en el que, a propósito de las bellísimas ilustraciones de este manuscrito celta de finales del siglo VIII elogia el poeta la paciente maestría de los monjes escribas medievales que, a su vez, sirve de metáfora nostálgica de esa otra forma de vida superior que se intuye en la parte final del libro, en pugna interminable con la tragedia del tiempo humano: Cruz ufana de luz,/ adamantino eje, gozne puro/ sobre el que gira en rotación acorde/ la planetaria súplica del tiempo./ Alcándara del cielo, firme lanza/ a que se unce el carro de la noche/ para la voluntad de un Cristo auriga/ en su revolución de sol clemente./ Amparo de galernas,/ cruz en áncora. Anzuelo/ para la boca sorda de la muerte”.
Fuego de rueda, que obtuvo el Premio Fray Luis de León de 2005, es un breve conjunto en la estela de La miel salvaje. Oda y elegía se combinan en sus poemas en los que nuevamente la mirada del poeta va descubriendo formas y armonías geométricas como metáforas de una realidad trascendida que, sin embargo, hunde sus raíces en la historia. Así, el rosetón de una catedral es a la vez crisol del día”, “alta cifra de alquimia, emblema del martirio de Cristo y también metáfora de la trágica historia de los hombres: La tarde ya deshoja/ sobre el templo del tiempo/ su atormentada rosa de cinabrio. La elevación tonal del decir se va incrementando en estos libros de manera acorde con el alto objetivo de la mirada poética, creando una retórica propia que en ocasiones provoca un cierto extrañamiento de la realidad creada, acorde, desde luego, con el carácter visionario de los desarrollos metafóricos. Así sucede en poemas como “Esvástica, el homenaje a las danzas medievales de la muerte, en La danza de la muerte”, “La concha”, “El vilano, las metamorfosis visionarias de las formas de los huesos en Dados” o las del hielo en Glaciar, etc. Todos ellos crean un continuo culturalista sobre el que reposa la imaginación y el aparato metafórico de los textos, ampliando el ámbito imaginario de La miel salvaje.
Como señaló con acierto Vicente Gallego en el prólogo citado, a propósito de los últimos libros de Velasco, bien digerida la lección de libertad del surrealismo, el elemento irracional, tan presente en esta obra, no resulta nunca gratuito. Las más arriesgadas imágenes y metáforas, con admitir un alto grado de abstracción en sus formulaciones, siempre conservan aquí una voluntad decidida de comunicación, aunque a veces ese vínculo se establezca en un ámbito que está más allá de los dominios de la lógica conceptual, porque esta poesía nos hiere como un rayo de segura claridad que rompe entre lo oscuro () Ha llegado en sus últimos trabajos a lo que me atrevería a llamar un frenesí de la lengua en el que el verso, más que fluir como un río, parece brotar a presión como de una fuente poderosa, desdoblando y obligando al poeta.
Un buen ejemplo de la alta retórica con que se desenvuelve ese continuo culturalista lo constituyen estos versos de Al amor de la lumbre” en los que la contemplación del fuego de una chimenea desata la visión: “Se descomponen los pigmentos/ de la Biblia del fuego: en amarillo/ de hebreo, en pura púrpura/ del collar de las Cícladas,/ en sajón rojo de óxido,/ y danza la aljamía,/ como huella de ganso, con el aire/ de la palabra dada, con el gallo/ prometido a Esculapìo.// No puedo menos que decir el fuego,/ el de mi hogar pequeño, el que hoy caldea/ mi soledad gustosa. Un canto complementario a la ebriedad que suscita la visión y que se perfila como homenaje renovado a Albert Hofmann, en El espíritu del vino”.
Ánima de cañón, publicado pocos meses antes de la muerte de su autor, presenta una mayor variedad temática en sus poemas, fechados entre 2005 y 2009. Dividido en tres partes precedidas de un Exordio” –“In vino veritas”, “El cuerpo herido” y “El denario del sueño”–, acoge el mayor y más denso conjunto de referencias culturalistas en la obra de Miguel Ángel Velasco. Es también su libro más duro, su elegía más dramática. Y quizá sea esa intensidad de la reflexión existencial la que exige que se incrementen los apoyos culturalistas, que aquí intervienen a menudo con la simple mención de realidades, objetos, seres, lugares o nombres que remiten a muy distintos ámbitos de la mitología, de la cultura y de la ciencia. Baste citar, entre los nombres, los siguientes: Hécate, Casiopea, Antares, Abraxas, Álvar Núñez, Héctor, Medusa, Ockham, Ormuz y Arimán, Atlántida, Strindberg, Cajal, Némesis, Rilke, Spinoza, Parménides, Rembrandt, Leonrdo, Ucello, Linneo, Rorschach, Lucrecio, Augusto Kekulé, Böhr, Herculano, Fidias…

En varios poemas algunos de estos nombres encarnan en monólogo dramático, o atraen un personaje al espejo del poema en que se mira su protagonista de muy distintas formas, incluida la del guiño al lector en la descripción de un autorretrato de Rembrandt cuya larga melena rizada no puede dejar de provocarnos la propia imagen que Velasco mantuvo desde muy joven hasta su muerte.
El libro se abre con una cita de Heráclito: Y a las cosas todas las timonea el rayo” y, en el Exordio, el poema que da título al conjunto, “Ánima de cañón”, que establece con su pregunta inicial tema y tono general del libro, el más oscuro de los suyos pese a los contraluces de ciertos poemas: “¿Qué será cuando el día se congele/ con la detonación de nuestra carga/ en el hueco del tiempo?// ¿Cuando nos engatille/ la del cuerpo mayor,/ la fusilera Hécate,/ con la espingarda de la luna en desvelo de caza,/ de la que ser su blanco;/ o a contraluz de un sol que se comprima/ en una carabina, en su mirilla,/ y al fondo nuestra liebre, un punto trémulo/ del túnel frío que se estreche en nada?. La pregunta acerca del trágico destino final del ser humano crea el escenario para los desarrollos temáticos del libro. Interesa destacar que en ese continuo culturalista el anacronismo de una fusilera Hécate (la mágica diosa triple de los umbrales) es coherente con la atemporalidad esencial de un conjunto de referentes en el que lo que importa es la estela de fragmentos que van componiendo en el fluir del discurso.
Poemas en cierto modo celebrativos, dentro de su sentido elegíaco, los de In vino veritas” se dedican a aquellas realidades exaltantes que se presentan en el vivir humano pero también a los bajos fondos del vivir diario del protagonista. El primer poema, que da título al libro y presentado como una diatriba, es también un homenaje a Dionisos –“¿Para qué nos valía/ saber que eran el mismo/ Dioniso y el guardián del mundo bajo?”– y un brindis dedicado con cierto humor a los amigos: Haya salud, hermanos. Bien sabéis/ que no fui parco en aguijar la espuela/ del licor de ordalía, y que al brindar/ os miraba a los ojos”. “La deuda del fuego” es un oscuro homenaje al amor en secuencias metafóricas llenas de sugerencia: Dinero de la muerte/ la corona de brasa/ que le quema en la mano al niño ciego.// A qué esta cetrería,/ si aletean en sangre de la hoguera/ tanto rapaz de amor, tanta guedeja. El dolor metafísico de un existir náufrago encarna, en De lágrimas y de épica” en una cita y una imagen de los Naufragios” de Álvar Núñez Cabeza de Vaca y desemboca en el ámbito mítico de la Ilíada: “Llanto de a pie, soldado/ a la armadura, que no serás nunca/ el vino de los ángeles: te comparten el padre y el verdugo de Héctor/ antes que el hambre vuelva por sus fueros/ a humillar los linajes. La imaginación poética, como he dicho, aúna referentes que concretan un fluir de imágenes y palabras que, sin ellos, resultarían vagos e inconexos. Así, como en el poema anterior, en otros se funden la balsa de Medusa, el paso épico de los cabos de Hornos y de Esperanzas, un Nilo de aceite/ que renueva las velas de los muertos. Incuso los juegos fónicos contribuyen a un baile de significantes que añade complejidad a la trama textual de esta poesía última, como en Secantes, donde además se menciona el guiño de la navaja de Ockham: Y perder los papeles/ impregnados de gaya/ gollería, los sellos/ de la disolución, cada uno un flete/ barato a la confianza”.
El poema Amor más frío que la muerte, como antífrasis del quevediano Amor más poderoso que la muerte, y con cita de Antonio Machado –“No prueba nada,/ contra el amor, que la amada/ no haya existido jamás”. Abel Martín–, es una plegaria amorosa a una luna fantasmal, plata de álamos,/ fuego redondo, vaso de vestales, de la misma forma que en Los cuerpos separados” se presenta la plenitud pasada de la pareja amorosa –“Y fuimos la púrpura y la crin del andrógino./ Ormuz y Arimán despeñándose/ en traba de argollas/ batiendo la espuma”– confrontada con el sufrimiento del desamor y la distancia: “¿Lo oyes? No cesan:/ que tienen su Atlántida de eco/ los llantos de amor”.
La complejidad del empleo de los referentes culturales en este discurso tan exigente en léxico e imágenes reclama una lectura muy atenta y en ocasiones difícil. Desde La miel salvaje Velasco fue elaborando un idioma poético muy personal, altisonante, arcaizante a menudo, que configura un territorio aparte e inédito en su tiempo, con las excepciones relativas de Vicente Gallego y, en mucha menor medida, algunos poemas de Carlos Marzal. La exigencia imaginativa de quien se inició en la poesía con un discurso de raíz surrealista e irracionalista lleva a Velasco en sus últimos libros a un polo opuesto extremo, el de unos desarrollos lógicos en el seno de la invención de imágenes que presentan una alta intensidad conceptual a la que se añade el cúmulo de referencias culturalistas explícitas e implícitas que estamos viendo. Parece que Velasco trasladase cada vez más intensamente la experiencia visionaria inducida a un fluir poético que necesita de la concentración de asociaciones conceptuales y fónicas. Así, el comienzo del poema Tramontana”: “El espino de llama/ retuerce su agonía en dos volutas/ de cobre./ Dos virutas/ del lápiz del registro,/ la escritura y su linfa,/ la rúbrica y su minio. En Oremus (Glosa al Libro del Bardo), la presencia por momentos angustiosa de la muerte vuelve a aflorar en la imaginación de un fugaz retorno a los sentidos tras la muerte, tras el angosto paso; los dodecasílabos arcaizantes de Conjuro” llevan la visión y la palabra a un extremo de gran tensión expresiva:

CONJURO

Duendes del cobalto, distraedme el vértigo,
selladme las huras, llevadme las meigas,
apartadme ojos santos de caballo,
su inocencia fuerte, que quiero abrazarlo.

Las palabras, hongos, me revuelven todo.

Trasgos de la mina, libradme, favor,
del gesto estucado, de la ciega máscara
de yeso y oficio. De mi hosco muñeco
de cuerpo presente.

                                 La cera, tan fría,
me quema del padre. Qué seca que quema
quemadura vieja, la mano del muerto.

¿O fuisteis un sueño en el tiempo sólo,
señor de los versos? Pero puedo oíros:
pegasos, pegasos… llevaos el pálpito,
llevaos la fama de la alpaca, todo
el oro no vale lo que lleva el agua,
pegasos, pegasos… la corazonada
con la tramontana, con el viento ebrio,

llevaos la ganga, el miedo del verbo.
II-IV-08

Estremecedor poema que muestra cómo Velasco acentúa en los últimos tiempo la dramática contraposición entre su personal cántico a la materia y a la naturaleza con la aguda conciencia del dolor y la destrucción de cada ser humano, recurriendo a menudo a una escenografía medievalista de danza de la muerte. Por lo demás, varios poemas destacados de la sección “El cuerpo herido” remiten a la experiencia del dolor en términos narrativos más explícitos y en tonos diversos, como El cuerpo herido (En el ambulatorio)”, “Sonda” La agonía de Rilke (Que rehusó la morfina), y se alternan con otros dedicados a minuciosas imágenes de distintas experiencias con las drogas que cumplen al tiempo su papel de ceremonia y oración: “Mariposas de coca (Recuerdo de Xalapa, 2003)”, “Dama adormidera”, “Papaver”, “Anestesia” o, tal vez la más provocativa, Vida provocada (Lapis exilii). Cierran la sección varios poemas que enlazan el referente culturalista con este ceremonial, como el dedicado a la agonía de Rilke  –“Helada admiración suscita el gesto/ de no hurtarse a la lucha, la ardua Némesis/ que a la balanza niega de los sueros/ su medida de calma”–, traen al libro las figuras de Spinoza, Parménides o Rembrandt. En el poema Sobre una idea de Spinoza (Lo que puede un cuerpo)” reflexiona algo irónicamente sobre la experiencia de la experimentación con el propio cuerpo: Con nuestro cuerpo hacemos/ ensayos que no haríamos con las bestias/ más probadas y sordas. En el monólogo dramático El frío de Parménides” el pensamiento de la muerte, de nuevo, busca expresar su máximo estremecimiento, más allá del pensamiento de la tumba y de la soledad: Pero me heló la sangre una pregunta,/ un breve caballito/ de mar me enredó el mundo.// ¿Y si quedara solamente el frio,/ un frío cardinal, un tacto entero/ de frío, sólo frío?”. Más sobriamente descriptivo, el homenaje a Rembrandt en uno de sus autorretratos tardíos: Queda el encargo/ de sosteneros la mirada,/ su agua terrosa. Queda/ ese legado, un disolver la lágrima/ en su justa resina de pudor”.
Finalmente, en la parte tercera de Ánima de cañón, “El denario del sueño”, destaquemos solamente cómo el poeta trata de equilibrar la tremenda reflexión sobre la temporalidad y la destrucción con una apertura a la ensoñación celebrativa de los sentidos, al detenerse en el momento de la plenitud física o al diálogo amoroso. Tanto en “Dionisíaca” como en Calaveras del beso” la mención clasicista del primero y la referencia erótica a los restos humanos de Herculano tras la erupción del Vesubio el 24 de agosto del año 79 que asoló esta ciudad y Pompeya, apuntan a la celebración contrastada en el contraluz de la conciencia de la finitud. Eros y Thanatos nuevamente y siempre, que se asocian en estos poemas que, como digo tratan de equilibrar el decantamiento trágico del tono general del libro.

En el “Epílogo, el poema Como materia extraña” constituye un final que la muerte del poeta hizo definitivo. Elegía última a la muerte del padre, a su fragilidad en los últimos momentos, reclamando “aún más vigilia,/ más insomne fervor de la entregada/ que a los pies de tu lecho/ se doblaba en desvelo de tus noches. Hay en este poema un sentimiento culpable del hijo por la falta de indulgencia sentida ante el padre vencido por el dolor, un ser real mucho más real en su dolor que las estatuas como la de Laocoonte y sus hijos que los viejos maestros griegos esculpieron buscando dignidad en el gesto, silencio en el grito, hermosura incólume,/ serena, en la torsión”. Como en el poema Acerca de las heridas de los héroes, la extensa descripción estética propone un modelo de belleza en el dolor que, aquí, se muestra sólo como un modelo imposible, pues, como termina la reflexión del poema, Infortunado el hombre/ que ni la carne de su carne alcanza/ a exculparle en el paso del estrecho,/ y todavía en vida/ ya va sintiendo al solo,/ al solo padre ajeno/ como materia extraña”.

                                     Francisco Díaz de Castro


HOY FIRMA: JUAN ANTONIO FERNÁNDEZ. "José Ángel Valente: Mandorla (1982), encarnación del eros y la nada"

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José Ángel Valente: Mandorla (1982),
encarnación del eros y la nada



In der Mandel -was stecht in der Mandel?
 Das Nicht […]
Paul Celan


Cualquier día es buen día para recordar a José Ángel Valente. Aunque hoy las Universidades no enjaecen sus pasillos con carteles, anunciando sesudos «Seminarios por la memoria del poeta». Aunque hoy las editoriales no se froten las manos, antes de dar comienzo a meditadas campañas de marketing, so pretexto de los fastos, ya no gongorinos, como resuena en nuestro inconsciente, sino valentianos. No.
Hoy nada de eso sucede. No obstante, cualquier día es buen día para celebrar la lírica del orensano; esa suerte de canto descarnado y fronterizo; ese «grande alarido» nacido extramuros de cualquier polis insomne, que nos fue legado a modo de «palabra en el tiempo», tal y como diría Antonio Machado. 

Al poeta críptico, al depurado traductor, al enamorado de la mística árabe y judía, al profesor de la Universidad de Ginebra, al hijo adoptivo del sol almeriense, al amigo de María Zambrano, al personaje público ora sibilino, ora huraño,… A José Ángel Valente, en definitiva, se le recuerda, sobre todo, por A modo de esperanza (1955), −premio Adonais 1954−, al igual que por sus intensos ejercicios ensayísticos objetivados en Las palabras de la tribu (1971) La piedra y el centro (1982), donde el escritor nos deja entrever su «credo poético», el cual es atravesado por una perspectiva hondamente filosófica.
El poeta fue acusado, en reiteradas ocasiones, por pecar de oscurantista, a razón de una poesía opaca e inaccesible. Sin embargo, esto, sin llegar a ser del todo cierto, se debe al cultivo de una poesía abismada hacia el límite último de la expresión verbal. Así, Valente asentó una ars poética deudora de una concepción del poeta y del poema, en tanto que «hacedores de nada», ya que, a su juicio, la Nada constituye el espacio que el poeta crea antes de «gestar» la palabra. Resulta conveniente, llegados aquí, traer a colación las palabras del cabalista español Isaac de Luria, en relación con el génesis divino, las cuales, duda, Valente conocía:

Dios, antes de la creación del mundo, ocupaba todo y era todo. Para crear el mundo, Dios se extendió hacia el interior de sí mismo con objeto de hacer posible el espacio mismo en que crear. Creó, pues, en primer lugar, la Nada.

Estamos, por tanto, ante una poesía germinal y seminal, del origen u origo, esto es, del agon o punto de conflicto inicial desde donde dimana y encarna el verbo poético. De tal forma, en Mandorla (1982), libro al que vamos a referirnos, podemos leer:

ESCRIBIR es como la segregación de las resinas; no es acto, sino lenta formación natural. Musgo, humedad, arcilla, limo, fenómenos del fondo, y no del sueño o de los sueños, sino de los barros oscuros donde las figuras de los sueños fermentan. Escribir no es hacer, sino aposentarse, estar

A tenor de ello, el acto escritural es una lenta sedimentación, una larga espera entre tinieblas, un acto de fe, que no redime. En efecto, el propio escritor, durante el programa “Rincón literario”, (consúltese aquí), explica: «el poema no es escribe, el poema se gesta». Pero para comprender este estatismo poietico, es decir, hacedorhemos de tener en cuenta que Valente fue gran conocedor de la literatura oriental, donde descubriría, entre otras cuestiones, el Tao Te King. Siendo así, en otro momento de la entrevista mencionada, el poeta gallego asevera que Lao Tsé nació después de 82 años de embarazo. La anécdota, aunque parezca baladí, nos está ofreciendo la clave que se sostiene la poética valentiana, pues los fundamentos taoístas de no-acción y no-intervención vehiculan, a modo de humus filosófico, toda su poesía. Inaugurando Mandorla aparece el poema homónimo, que da título a la obra y bien pudiera servir para ejemplificar lo hasta aquí enunciado:

Estás oscura en tu concavidad
y en tu secreta sombra contenida,
inscrita en ti.

Acaricié tu sangre.

Me entraste al fondo de tu noche ebrio
de claridad.

Mandorla.

El 10 de enero 1988 fue publicada por El País Semanal una entrevista, donde Valente discierne, en los siguientes términos, en torno al fundamento epistemológico de su Mandorla (1982):

El símbolo de la mandorla es muy remoto y está en muchos sitios. Está asociada al pez, porque si lo piensas, la representación del pez es igual a la mandorla. La mandorla se obtiene haciendo resbalar un círculo sobre sí mismo. Es la zona de la unidad y, evidentemente, el sexo femenino. La palabra mandorla viene del italiano, que quiere decir almendra, y dentro de la mandorla, en todas las iglesias románicas, está metido el pantocrátor, que simboliza el sexo femenino.

Aunque la mandorla encuentra sus orígenes en la cábala precristiana, la tradición católica la ha utilizado, apropiándose de su simbología, para representar la confrontación y choque entre los dos grandes mundos opuestos: el divino y el terrenal. Asimismo, la forma oval de la almendra designa la zona de superposición y contacto entre los dos círculos, que constituyen esos dos orbes a los que me refiero: lo sagrado y lo pagano, el cielo y la tierra. Ahora bien, ¿qué hay en el centro signado entre ambos círculos?, ¿qué sucede en ese fronterizo territorio oscuro? Allí está la Mandorla, el misterio, tal vez sólo reste una pregunta.


El término “Mandorla”, al mismo tiempo, alude a un poema de Paul Celan de ahí que el poemario de Valente sea introducido por una cita de este poeta, la cual, funcionando a modo de lema, principia la duda y bosqueja el silencio: «In der Mandel -was stecht in der Mandel? / Das Nicht», que viene a significar: «En la almendra - ¿qué hay en la almendra? / La Nada». Esta nada primigenia y almendrada también es la representación simbólica de la vulva femenina, la cual ha sido codificada y traducida a signos, desde arcaicas tradiciones paganas, por tratarse de una fuente de misterio. Por consiguiente, según palabras de María José Borja, estudiosa de la obra valentiana, en Mandorla « […] el sexo femenino se percibe como recinto sagrado en cuyos labios laten los misterios de la creación poética». En suma, el bosque, la almendra, la vulva, el centro… es un espacio mistérico creador de vida y, al mismo tiempo, de muerte. Leamos, así, el poema “Graal”,

Respiración oscura de la vulva.

En su latir latía el pez del légamo
y yo latía en ti.
                               Me respiraste
en tu vacío lleno
y yo latía en ti y en mí latían
la vulva, el verbo, el vértigo y el centro.

Como apreciamos, otro de los aspectos axiales del libro es la pulsión amorosa. Valente ejecuta una suerte de reformulación del amor místico, que encuentra su epítome en el famoso poema “La noche oscura del alma”, de San Juan de la Cruz, donde una luz guía al amado en medio de la oscuridad de la noche, iluminando su camino:

En la noche dichosa,
en secreto, que nadie me veía
ni yo miraba cosa,
sin otra luz y guía
sino la que en el corazón ardía.

Aquesta me guiaba
más cierto que la luz del mediodía,
adonde me esperaba
quien yo bien me sabía,
en parte donde nadie parecía.

           
Sin embargo, el poeta gallego reformula, yendo un paso más allá, el eros místico sanjuaniano, fundamentado en la transustanciación del verbo en carne, hasta elevar los preceptos teológicos a la categoría de eros físico, cuyo sustento estriba en lo plenamente somático y pagano. La luz erótica ya no es un elemento exterior, que se le aparece al poeta para guiarlo como en el poema de San Juan de la Cruz, sino una propiedad intrínseca a lo Otro amante. Así, en “Material memoria III” leemos:

[…]
Tú decías será de noche, amor.
Y ya caía
la luz,
mas era igual, como era igual
igual a igual
y nunca a siempre, jamás a todavía
en la sola estación solar de tu mirada.

 Dicha inversión de valores traza un mapa de ruta en sentido inverso, según el cual la palabra poética, el verbo lírico, es asido, esto es, aprehendido desde la carnalidad, y no al revés. Con todo, cabe recordar que, en otro lugar, María José Borja sostiene que «si dentro de la mandorla-cristiana está la palabra hecha carne (el pantocrátor), dentro la mandorla-femenina se inscribe - inversamente- la carne hecha palabra». En este sentido, el poema “Latitud” asume lo somático en tanto que unidad, centro y origen del impulso poético:

No quiero más que estar sobre tu cuerpo
como lagarto al sol los días de tristeza.


De lo anterior se dirime que el eros, en Mandorla, sea una forma de conocimiento de lo Otro a la que sólo se puede acceder mediante una reflexión desde y sobre lo poético. Sirva de ejemplo el poema “La forma”, donde leemos: «Extensión de tu cuerpo en los espejos / hacia mis manos cóncavas de ti» o “Desnudo”, el cual refleja palmariamente toda esta cuestión, insistiendo en la centralidad de lo somático; origen de toda luz y todo verbo:

El desnudo hostigado por tantos juramentos se deslizó en la noche. Pero la noche dijo todos sus secretos. Cayeron los andamios, se abatieron las torres. Siniestras las solapas llamaron a tu puerta. No tengo identidad dijiste. Y el desnudo volvió solar al día.

En esta misma línea, idéntico cariz tiene el poema “Iluminación”, pues plantea una revelación mística que, una vez más, ancla el eros en lo somático, es decir, en la comunión con el cuerpo del «tú amado»:

Que tus manos me hagan para siempre,
que las mías te hagan para siempre
y pueda el tenue
soplo de un dios hacer volar
al pájaro de arcilla para siempre.

 Antes de acabar, sin ánimo de extendernos mucho más, podemos aseverar que en tanto que libro unitario y orgánico, Mandorla (1982) es hijo predilecto del silencio, en la medida en que anhela descifrar el lenguaje fundacional, esto es, el canto de los pájaros. Respiración primera y última, prolongado y pausado alumbrarse a sí mismo, primitivo hozar en el centro del vivir, que, en ocasiones, trasciende el boscoso umbral del silencio y de la mística, para arañar el misterio y revelar la aletheia, esto es, la verdad en sí misma. En síntesis, Mandorla es luz y oscuridad, origen y fin. Reconciliación de los opuestos, donde eros encarna y se verbaliza la nada.



BREVE BIBLIOGRAFÍA

-BORJA RODRÍGUEZ, María José (2002). “El latido erótico de la palabra en Mandorla”. 
En Espéculo: Revista de estudios literarios, (21), (s. p.).
-VALENTE, José Ángel (2014). Poesía Completa. Galaxia Gutenberg
-SÁNCHEZ SANTIAGO, Tomás. (2014). “Introducción”. En José Ángel Valente. 
Antología poética, pp. 15 - 42. Alianza Editorial: Madrid 


Juan Antonio Fernández





Juan Antonio Fernández (Lorca, 1994) es Graduado en Filología Hispánica por la Universidad de Murcia, con Máster en Estudios Literarios y Teatrales. Díscolo lector, escritor si procede y conviene, ha colaborado con artículos literarios, columnas y crónicas de conciertos en revistas culturales como Drugstore magazine Le miau noir. Aunque se mantiene inédito, porque la poesía pide légamo y tiempo, está ultimando su primer poemario La luz, tal vez. Actualmente, reside en Granada, donde finaliza su trayectoria académica. Allí se le puede encontrar, peinando calles y tabernas. 


HOY FIRMA: JAVIER PUIG. "Luis Cernuda: una vida de poeta"

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Al leer la poesía de Luis Cernuda –así como también su magnífica prosa poética– no estamos nada lejos de acceder, a través de su monólogo introspectivo o de la visión de un mundo que mayoritariamente entiende como afrenta, a su autobiografía interior. Cuando aún no sabemos nada más de su vida, ya conocemos en sus versos su voz más personal, muchos de los atisbos de su íntima mirada. Y es que, en esencia, Cernuda nunca se esconde. Podrá alterar la composición de su discurso, dándole la imprescindible altisonancia, revistiéndolo de poética armonía; o podrá callar nombres, las alarmas concretas de la realidad; pero siempre acaba expresando un ineludible sentir, tristemente afianzado, que procura elevar por encima de la mera circunstancia; o, a veces, no tanto: renuncia a ese ambicioso objetivo, ya satisfecho de haber conseguido una directa vibración, alusiva a algún hiriente desencuentro.

Luego, al conocer algún rasgo de su vida, descubrimos que esta ha sido aún más consecuente con su obra de lo que hubiéramos podido esperar. Y cuando, decididamente, aunque no sin cierto pudor, nos adentramos en las biografías que se han escrito de él, comprobamos el ascetismo poético en el que vivió, la soledad no redimida que fue su penar por este mundo. Cernuda se nos manifiesta como un ser expelido hacia el desarraigo, desprovisto de cualquier fijación duradera, ya sea geográfica o sentimental. Lo vemos como a un hombre muy ceñido a sí mismo, que siente la existencia como una dura travesía cuya única justificación es, en definitiva, la consecución del poema sucesivo y su ulterior reconocimiento.

Hace algunos años, leí una espléndida biografía de Jordi Amat que me cautivó; y ahora tengo reciente la lectura de otra mucho más exhaustiva – de su segundo volumen, el que refiere los años de exilio del poeta -  escrita por Antonio Rivero Taravillo. La mayor parte de los artistas que han llegado a las cúspides del reconocimiento, lo han hecho con dificultades, bregando con la múltiple y persistente contrariedad, o – para establecer un símil odioso -, como diría un tenaz empresario, obteniendo una lenta expansión en el mercado. Pero Cernuda es uno de esos exponentes de cierta pureza vital – no exenta de egotismo -, un hombre mínimamente apresado por las servidumbres de la vida utilitaria. En todos sus largos años de ese exilio, del que no pudo o no quiso salir, el poeta sevillano malvivió con recursos económicos escasísimos, en habitaciones minúsculas a modo de triste hogar, pero sin tener que conceder más que unas pocas horas de su vida a una labor docente para la que no tenía ninguna vocación y que, consiguientemente, no producía en sus alumnos resultados alentadores.
Pese a su digna pobreza, Cernuda –como Rilke– era un dandi. En su exilio británico adquirió una imagen de gentleman que confirmaba con la vestimenta de un, a menudo, único traje impecablemente planchado, y con el uso de una pipa que le confería un porte de hedonismo y de serenidad a los que aspiraba pero que pocas veces la verdad de sus días podía confirmar.

Es archiconocido el principal rasgo de su carácter: su acedía, y la susceptibilidad, el rencor; una hosquedad, solo con pocos seres y en escasas ocasiones, omitida: “Dado mi carácter retraído e inclinado a misantrópico…”, reconocía. Las percepciones de quienes lo conocieron son diversas. Para alguno era: “Simpatía clara, comunicación difícil”. Pero, para otros, el veredicto no dejaba lugar ni siquiera a parciales indulgencias. Las anécdotas de desplantes, de desprecios, son numerosas, pero quiero también mencionar – desde mi simpatía incierta –, la existencia de testimonios que matizan y complementan esa visión. Hay constancia de que, a veces, su taciturno ser se transformaba en efusión dicharachera y su prevención –sino directa aversión– hacia el otro, se tornaba confianza, entrega. La poeta Concha Méndez nos revela una fugaz imagen captada furtivamente, la del poeta –que vivía en su casa de México D.F.– haciendo de tierno “abuelo” con sus nietos, a los que llevaba cada mañana al colegio.  

Nos cuenta Rivero Taravillo que el poeta era un gran aficionado al cine. Sobre todo, en sus últimos años de estancia en México, fue un asiduo de las salas cinematográficas. Le gustaban los westerns, pero también sabemos que repitió durante una semana sus visitas a la exhibición de Sissí Emperatriz, tal vez porque le fascinaba la figura de Luis II de Baviera, al que dedicaría un poema: Luis de Baviera escucha Lohengrin. Parece que no fuera un cinéfilo exigente, que el cine le sirviera más como distracción de un vivir replegado en la soledad. La última vez que fue al cine fue la tarde anterior a su muerte. Repetía aquella semana la visión de Divorcio a la italiana - esta vez acompañado de las mujeres que lo estaban acogiendo: Paloma Altolaguirre y su madre Concha Méndez -, lo que ratificaría la constatación de una insoslayable, vital sed de ligereza que, en ocasiones, necesitaba ese hombre entregado a la máxima gravedad.

Fue necesaria esa vida desalentada para construir la poesía que tanto admiramos, fruto de su percepción del mundo pero también de saber ordenarlo en la justa belleza de unas palabras y de unos ritmos hábilmente inquiridos. Fue pertinente ese periplo por los lugares de un exilio casi siempre sombrío y altamente insatisfactorio. De todo se quejaba: de la oscuridad, la niebla, la atmósfera fabril, de Glasgow; del agobio de una gran ciudad como Londres; del clima invernal de la estadounidense Mount Holyoke; pero también de la civilización más pobre de México. Todo lo ve oscurecido por su percepción largamente decepcionada. Solo el brillo del sol en las playas de California o de Acapulco, algún momento amoroso o la empatía de un amigo entre los desencuentros, podía neutralizar las inclemencias de su mirada. 

Decía el pintor Gregorio Prieto, uno de sus más fieles amigos, que: “Él, como gran poeta, nunca dudó en sacrificarse en bien de su arte.” Cuando constataba sus rabietas, alegaba: “Los grandes hombres tienen mucho de niños.” Para él, Cernuda, era un ser inadaptado, esperando el advenimiento de un ideal. Y otra impresión más, entre tantas, la del artista Juan Soriano: “Cernuda no tenía una conversación brillante, ni avasalladora, ni nada. Era retraído, desconfiado, raro. No recuerdo que dijera nada memorable, pero me gustaba estar con él.”

Me imagino a Luis Cernuda como a un ser que acostumbraba transitar la vida procurando apenas tocarla, evitando mancharse de su invasiva cotidianidad y predispuesto a aceptar solo el roce con lo sublime. Las limitaciones de su escasa maduración para relacionarse con la realidad no hicieron mella en su crecimiento como poeta. La comprobación de las fechas de composición de sus poemas, nos habla de su tenacidad para crear una obra poética hecha de versos eternos que, sin desmentirlo, superan al hombre; de unas austeras imágenes que, tan a menudo, logran resplandecer desde su cenital relevancia. 

Javier Puig



HOY FIRMA: PABLO JAVIER PÉREZ LÓPEZ: "UN CLAUSTRO DE LUZ SALVAJE: NOTAS AL PIE DE LA POÉTICA DE PERE GIMFERRER"

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Hace unos meses me encontré inesperadamente con Pere Gimferrer (Barcelona, 1945) y me confesó que una parte de su celebrado poema “Primera visión de Marzo”, de su libro “Arde el Mar” (1966) se inspira en una visita al Colegio de San Gregorio en Valladolid. Su Claustro, más concretamente, aparece en unos de sus versos donde el poeta escribe: 





Yo estuve una mañana, casi hurtada 
al presuroso viaje: tamizaban la luz 
sus calados de piedra, y las estatuas 
–soñadas desde niño– imponían su fulgor inanimado 
como limón o esfera al visitante.


Este tamizar de la luz, la visión de la luz tamizada por la piedra bien podría ser la mejor definición (intuitiva) del acto poético. Una visión de la luz, del viaje de la luz que sirve para curar, para esculpir la ceguera salvaje de la piedra. Si tuviera que elegir algunas esculturas de San Gregorio que “imponen su fulgor inanimado” para esbozar la poética pictórica del poeta catalán elegiría, sin duda, a los llamados “hombres salvajes” que figuran a ambos lados de la fachada principal del colegio, aunque el poema probablemente se refiera a las gárgolas del claustro.

Claustro del Colegio de San Gregorio. Valladolid.

Se cree que estos hombres silvestres recubiertos de musgo podrían representar al hombre natural en diálogo con el hombre virtuoso o que eran testimonio desde finales del Medievo “de la nostalgia del paraíso perdido, de la inocencia primitiva” como nos dicen en el Museo Nacional de Escultura, pero yo no puedo dejar de verlos como salvajes ciegos por la luz. Recuerdo al ver sus rostros devorados por la claridad de aquel verano prematuro, una afirmación del ensayista portugués Eduardo Lourenço que dice que “el poeta es un ciego iluminado”. Alguien que ve dolorosamente y en la lucidez, labra un destino.

La poesía como don, como instante de visión poderosa, como ver primitivo, como un “momento vacío y cegador”, en palabras del propio Gimferrer, está presente en toda su obra. Se trataría de ver las cosas como si fuese la primera vez, tal como quisieron Alberto Caeiro y De Chirico, pintor este y heterónimo pessoano aquel muy de la preferencia de nuestro poeta catalán. Ver iluminador, cegador, esencial, instante que nos saca del espejo, que nos permite esculpir, tamizar, tallar el tiempo y hacerlo piedra viva.

Es por ello por lo que la poesía de Gimferrer es esencialmente visual, fotográfica, pictórica, cinematográfica. Su poesía es profundamente barroca si la comprendemos como constante y renovada meditación ante una imagen. En uno de sus dietarios, reflexionando sobre Monet y Octavio Paz escribe: “Luz quieta de lo que vive en la conciencia”. No habrá otra definición tan poderosa de la poesía en varias leguas. Imagino al joven Gimferrer en este claustro, inmóvil, absorto, levemente inclinado buscando el camino de la luz, haciendo de sus gruesas gafas una máscara esmerilada por donde asome el movimiento, la confrontación de la luz y de la sombra y recuerdo de nuevo su poema: “tamizaban la luz / sus calados de piedra”. Lo imagino y recuerdo a José Lezama Lima cuando escribe: “La luz es el primer animal visible de lo invisible.”

Es esa luz la madre de las sombras y de los ojos de los poetas. Imagino al joven Gimferrer “ciego entre pétalos tibios” para rescatar un verso de su libro “Amor en Vilo”. Y es que el poeta está en vilo en la frontera entre el aire y la piedra, entre la luz y la sombra, sacando punta al espejo más misterioso. Imagino el rostro cegado de Gimferrer, cegado como el de los salvajes del pórtico, herido y redimido de luz, en la ceguera más iluminada. Y pienso todo esto porque el propio Gimferrer escribió en un pequeño poema titulado “Arte poética” lo siguiente: 

Alguna cosa més que el do de síntesi:
veure en la llum el trànsit de la llum.

Algo más que el don de la síntesis: 
ver en la luz el tránsito de la luz.

Pero la luz también ciega, la luz sana y condena y sigue siendo misteriosa. Lo dice con claridad Eduardo Lourenço: “Es de la luz que la palabra poética concentra misteriosamente de donde nuestra existencia recibe el máximo de claridad. Esa luz, sin embargo, es impenetrable. ¿Con qué lámpara exploraríamos el corazón del Sol?”. En ocasiones se ha tildado a Gimferrer de poeta oscuro, pero ¿hay acaso otros? En el corazón del blancor, del Sol, de la pura claridad, todo es oscuro. Por ello Gimferrer escribe en el que es uno de sus mejores últimos libros “El Castillo de la Pureza”: “viene de la noche la página cortada”. Recuerdo al poeta portugués Herberto Helder y su conocida súplica: “Dios mío, haz que sea siempre un poeta oscuro”. Esa es la síntesis, el don de la síntesis de los verdaderos poetas: hacer claridad con las sombras, tamizar la luz, hacer en la piedra un nuevo sentido vivible. Y siempre con la nostalgia del paraíso perdido de la pureza.

Detalle de la fachada del Colegio de San Gregorio. Valladolid.

Para Gimferrer la poesía es un sistema de espejos, de celadas, un espejo doble por donde vemos transitar la claridad, el animal más misterioso que frente a lo que todos desean oscurece el poema y nos revela los misterios en una “hora oscurecida”. El poeta aguarda el “fuego ciego” de la luz, el don de los verbos, por ello, Gimferrer escribe: 

¿Qué ojos ven la noche? 
¿Qué ojos son la noche?

 El amor poético de la luz es un amor nocturno. El poeta recoge el viaje de la luz cuando anochece, en el tránsito de lo invisible (“Es invisible el tiempo /como la luz del jardín” escribe nuestro poeta), un resplandor de lo que nos negamos a ver, una nostalgia de la luz, la misma que parecen poseer estos hombres salvajes del Colegio de San Gregorio. En la poética de Gimferrer hay una revelación redentora. Un oficio de escultor de luz que también descansa en la sombra. Escribe: “¿Tan sólo roeremos migajas de lo oscuro?”. El poeta hace una claridad de carne en la palabra. Recuerdo a Unamuno y su “Credo Poético”: “Esculpamos pues la niebla” escribió Don Miguel. Gimferrer sabe bien que la poesía es una escultura de lo invisible animada por la luz y negada por la sombra. Gimferrer sabe que “abrimos el [mismo] corazón de luz que cegó a Dante”.

Ese ardor invisible que Gimferrer encontró en la piedra casi barroca de San Gregorio es el mismo ardor que el poeta siente o inyecta en su palabra. Lo dice él mismo: “Tal vez es este el martillo de los poemas: / saber que somos es vivir ardiendo en las palabras”. El poema, para nuestro autor es “palabra del día y de la noche”, síntesis perpetua del hombre salvaje y del hombre virtuoso que figuran en la piedra de nuestra fachada. Luces y sombras esbozadas en lo invisible. Con Gimferrer comprendemos que quizá “sólo hemos sabido decir la nieve ausente” y que el poeta es un zahorí perpetuo esclavo de la luz más densa.



Pablo Javier Pérez López


HOY FIRMA: RIOT ÜBER ALLES: "EN TODO ES TODO"

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EN TODO ES TODO

Ese es mi problema y mi gran virtud: creo en todo. Lo hago de forma sincera, plena y sin hipocresías. Creo en absolutamente todo. Todo lo que una persona puede llegar a creer: en Alá, en los vampiros, en el arte conceptual de los setenta, en los ángeles del cielo, en la homeopatía, en las ventajas de usar pagarés, en La Luz al final del túnel, en Uri Geller, en cualquier rumor (no importa lo infundado, lo inverosímil que sea), en el calendario chino, en los milagros que suceden cuando nadie mira, en la sobrenatural inteligencia de los delfines o en la necesidad inherente que tiene cualquier nación seria de poseer un ejército simpático y rico en logística y en edad de merecer. Creo en Dios, en lo que se esconde bajo cualquier falda
escocesa, en la existencia de una Atlántida sumergida, en la Ley del Talión y en los ocho Reyes Magos. Creo en todo lo creíble, en todo lo que se pueda llegar a creer. Y eso, por supuesto, es un problema importante a la hora de relacionarme con las personas.


Porque entiendo que sea difícil de asimilar mi —al parecer, tan único como incomprendido— nivel general de Creencia. Porque hay quien piensa que la Virgen María es un bulo y quien defiende a ultranza las credenciales de ciertas sectas comúnmente consideradas peligrosas. Hay personas que opinan que inmolarse en medio de un concierto multitudinario es una inmejorable manera de pasar un viernes por la noche, así como un acto digno de la mayor recompensa y francamente apropiado para los planes venideros en lo tocante a la Eternidad, el Paraíso y el equipo al completo. Yo también lo creo. Y también creo en la Virgen María, en los proyectos de Sendero Luminoso, en las galletas de la suerte, en la existencia física del mítico Walt Disney coreano —asimismo criogenizado— y en la necesidad de un régimen totalitario de tanto en tanto. Creo en los peligros de la carretera y en las palomas de los prestidigitadores. Creo en absolutamente todos los equipos de fútbol, soy seguidor de cada uno de ellos y les profeso una idéntica afición. Asimismo, también creo que si comes demasiado melón por la noche, puedes morir de un empacho mientras duermes. Creo en los espíritus vengativos, en los elfos, en el maltrato como correctivo inmejorable y en la superioridad de Windows sobre Mac. También creo eso mismo pero a la inversa porque, como ya he dicho, creo en todo: y en todo es TODO, siempre y cuando pueda ser considerado como creencia. Opiniones también me valen.

Creo, sin ir más lejos, en la reencarnación. También creo en los parámetros que definen el ateísmo militante: me considero un escéptico moderado. Creo en la eficiencia purificadora de los gulags y en la excelencia de las marcas blancas. Creo que hay gente que se dedica profesionalmente a introducir cuchillas de afeitar en las manzanas del supermercado y creo que esa gente lo hace por amor y al mismo tiempo creo en una sociedad que nos hace culpables y nos corrompe desde la más tierna edad como un complot orquestado por los enemigos de la prístina nobleza ontológica del buen salvaje. Creo en la supremacía racial, en la igualdad de géneros, en la pena de muerte y en el uso terapéutico de drogas psicotrópicas para regular ciertos estados de ansiedad, y creo en los Golems y creo que la caza deportiva es efectivamente un deporte y en el Trastorno de Déficit de Atención y creo que los monos no tienen alma y tampoco los pelirrojos y creo en la santa palabra de Francisco de Asís. Creo en la irrefutable calidad del cine español, en las premisas de Hume, en las voces del Palacio de Linares, en la democracia y en los caldos de cultivo socio-culturales que nos arrastran a un indefectible páramo estéril, a un abismo irremontable de todo pensamiento útil. También creo que la menstruación no es para tanto y que los langostinos son realmente seres de otro planeta (con esos opacos ojos negros y esos bigotes, siempre hablando entre dientes). Creo que los andares navarros son adalid de masculinidad y creo en la autolesión como forma válida de expresión corporal. Creo en los ninjas, en la cocaína, en todas las conspiraciones relacionadas con alimentos, en las uvas de fin de año y en cualquier forma posible de jerarquía y también creo que los italianos son unos horteras y que un vaso de vino tinto al día ayuda a “hacer sangre”.

En resumen, creo en absolutamente TODO: creo en la tortura, en Poseidón, en el Bushidō, en la OTAN y en los sistemas binarios para hacerse millonario rápidamente. Creo en el vudú, en los telediarios comarcales, en la vida inteligente más allá de los límites de nuestra galaxia, en los cocodrilos gigantes que viven en las alcantarillas y en esas efigies religiosas de provincia que, ocasionalmente, lloran sangre. Creo en la telequinesis, en la yenka, en los productos light y en el Ragnarök; creo en la vigencia de todas las modas, simultáneamente. Esto es: creo totalmente, todo el tiempo, de forma ininterrumpida y sin atisbo de duda. Lo que me crea serias complicaciones a la hora de relacionarme con la inmensa mayoría de la gente.

La gente, por lo general, espera de ti que creas en algo. Lo que sea. Estén de acuerdo o no con ello. La gente cree en esto, en lo otro y en lo de más allá. Suelen creer en muy pocas cosas y presumir de una interrelación, de un “sistema de coherencia” que, al parecer, se considera de gran valor a pie de calle. Cuanto más “coherente” es su “sistema”, más se congratulan de su propio criterio. Valores Propios, eso es lo que dicen que ondean en lo alto de sus mástiles. Es decir, ellos creen que si creen concretamente en una religión y no en otra, es difícil que el resto de cosas que crean al respecto se desvíe demasiado del espectro argumental de dicha religión. Lo mismo pasa con el resto de sus fanatismos, contrafuertes filosóficos, códigos morales, orientaciones, gustos y fobias. Desde luego, es una opción. No tengo intención alguna de desacreditarla como tal. Porque, si siendo individuos adultos y en pleno uso de sus facultades, han decidido que así ha de forjarse su  esquema de creencias, ¿quién soy yo para refutarlo? Ahora bien: al revés, la cosa cambia. Y entonces es cuando me dicen que “no estoy bien” o que “soy imbécil” o que “debería buscar ayuda profesional”.

Por supuestísimo que creo que “no estoy bien”, que soy imbécil y que debería buscar “ayuda profesional”, así como lo llaman ellos. Evidentemente que lo creo. Yo creo en todo. Y por eso también creo lo contrario. Y también creo en la influencia masiva de los astros y signos zodiacales en nuestras vidas cotidianas, en la existencia de negros enanos y mongólicos (creo en la simultaneidad de esas cualidades) y en la importancia de preservar a ultranza las muchas costumbres anacrónicas que a día de hoy recalcitran a lo ancho y largo de la península ibérica. Creo en las dietas milagrosas, en la intrínseca bondad del pueblo llano, en las peleas de perros y en la gente millonaria que se ha hecho a sí misma. ¿Cómo no voy a creer en lo que ellos creen, además de todo lo contrario, si precisamente lo mío es creer en todo?  Creo en lo que dicen, en lo que no, en lo que piensan y en lo que piensan que pienso yo. Creo en ellos, más de lo que ellos creen en sí mismos. Aunque ellos no crean en mí, ni en mi sistema de creencias.

Puede llegar a ser exasperante.
Dado que lo creo todo, también creo que está todo muy claro: mi posicionamiento no deja lugar a dudas, o creo yo. De la misma forma que creo que, si se quiere y se desea de corazón, cualquier persona puede creer simultáneamente en la supremacía cósmica de las matemáticas y en la justificación de la vivisección en pos al avance de la industria cosmética y en la independencia de los Países Catalanes y en Dragones & Mazmorras y en la inmortal genitalia de Rasputín y en todo lo que además se quiera creer, sea una o mil creencias más, siempre y cuando —como es mi caso— la convivencia entre ellas goce de inmejorable salud y siempre —digo siempre— se sustente en el RESPETO. Pintarte los labios como una fulana recién fallecida, disparar desde tu ventana, reciclar el vidrio, entregarte gozosamente al purgatorio de la politoxicomanía, leer La Vanguardia a diario y perseguir al Papa durante sus tours mundiales con una guitarra y unas chanclas y un sombrero de paja mohoso e infestado de huevos de vete tú a saber qué parásito: todo ello, si se conjuga con RESPETO, es una realidad simultánea del todo factible y al alcance de quien quiera disfrutarla. Eso, solo para empezar: puedes sumar y sumar y sumar creencias a discreción (desde practicar sacrificios rituales en taparrabos hasta frecuentar reuniones “privadas” en grandes caserones de alguna zona residencial particularmente aislada, pasando por asumir que los cuatro elementos del Hip-Hop son lo más grande que te ha pasado en la vida o, por qué no, la necesidad de pedir limosna de manera particularmente inquisitorial de cara a alimentar tu ludopatía a costa de los demás). Siempre y cuando lo gestiones a través del respeto y la compasión, todas las creencias pueden convivir en ti y enriquecer tu experiencia vital hasta límites gratamente insospechados. 

Aún así, en este punto se crea —no en mí, sino en los demás— una barrera que parece ser insalvable, una especie de desconexión empática que imposibilita el más mínimo entendimiento. Me dicen “no puedes”, “no debes”, y ello evidencia una gran ironía de base: no solo SÍ puedo —a los hechos me remito—, sino que creo firmemente que DEBO, y mucho. Creo que debo, creo que no, creo que quizás debería no creer nada de todo ello y entregarme a un limbo de escepticismo y continuos desengaños… Lo repito: yo creo en TODO. Y fabulosamente, puntualizo.

Huelga decir que lo creo a pies juntillas: esto acabará prematuramente con mi vida. No porque el hecho de creer en todo-todo-todo sea una circunstancia nociva en sí misma, en absoluto. Esto lo creo porque —al margen de que lo crea como creo en todo lo demás, ni más ni menos— es justamente este irreconciliable desencuentro con mis presuntos semejantes lo que pone sobre la picota, y cada vez más, mi propia integridad física. Afirmación que, por otra parte, también niego por razones obvias.

Es mucha y muy virulenta la ira que acumula aquel que no entiende ni quiere entender: así lo he creído siempre, al tiempo que nunca he estado muy seguro de ello —efecto colateral de pensar eso y lo contrario al mismo tiempo—, y es que no dejará nunca de fascinarme cómo son capaces sus ojos de inyectarse de sangre cuando descubren en mí a un auténtico creyente. Sus creencias propias, afectadas sin duda por una enjuta autoimposición de limitaciones preestablecidas que no se atreven ni siquiera a cuestionar de base, se ven de inmediato en entredicho cuando la inmensidad de mi capacidad para creer-en-general los abruma con un aluvión insostenible de dudas razonables, y que apresuradamente ellos convierten en afrenta. Se apuran por negar su parte de culpa, convirtiéndome así en un elemento hostil absolutamente desprovisto de matices y al que, según creen, hay que combatir como a una infección del organismo.

Para ello, recurren a visiones parciales y sesgadas: aluden, por ejemplo, a que “creo que pegar a las mujeres, sea con los puños o ayudándose de objetos contundentes, es una parte importante y particularmente atractiva del ocio masculino” —cosa que, por supuesto, creo— y a que “creo que las transfusiones de sangre son una agresión imperdonable a la pureza de un cuerpo terrenal debidamente consagrado” —lo creo, firmemente, para qué negarlo—. Me criminalizan a través de potenciar algunas de mis creencias —aquellas que escogen perniciosamente para el beneficio de su causa— al tiempo que obvian el resto que no interesa sacar a relucir; con esas cartas sobre la mesa, marcadas todas ellas, se disponen a ejecutar tan peregrino juicio de valor en presente continuo. Sacuden al viento como trapo sucio esas creencias, digamos, conflictivas, mientras que nadie habla de que también creo que el piragüismo es un deporte infravalorado o que los ponis deberían vivir en casas como nosotros —y, es más, también creo que todos los ponis deberían hablar con voces graciosas e ir un poco vestidos, llevar sombreros, tomar el té libremente con sus amigos los potros, etc—. Nadie, en ese momento, quiere recordar que yo, aquí donde me ven, siempre he creído que hay que agradecerles a los barrenderos su gran labor o que hay que apoyar de forma diaria a los comercios locales. Nadie. Solo recuerdan mis creencias a favor de la segregación social depurativa y la reivindicación del espíritu colonial de línea dura, del uso de antorchas en lugares cerrados, de sobornar a los responsables de las listas de transplantes. Me dicen “es que tú crees que” como si eso fuera lo único que creo: error, porque yo lo creo TODO. Entonces, resulta evidente que crea en todo eso y en lo contrario y en otro buen montón de cosas que no tienen nada que ver. Lo ven, lo saben y lo niegan: eso creo. 

Paradójicamente, a la masa crítica le es bien fácil creer en según qué cuando les interesa: independientemente de si se trata de una creencia aislada o, por el contrario y como suele pasar, de una creencia de cabecera —digamos, troncal— que viene acompañada de muchas otras, sean derivadas o paralelas. Porque, cuando se trata de creer en algo que conviene, se puede llegar a creer mucho. Y hablo de cantidad, no de calidad (modestia aparte: yo sí puedo decir que aglutino niveles máximos de ambas, pero yo soy yo y ellos no). Cuando eso pasa, nadie dice “eh, recordad: valores propios”. Cuando eso pasa, de pronto todos se aplican sin arrugarse una ingente cantidad de creencias extra y, en ese caso, hoy paz y mañana gloria.

Creer es maravilloso, porque no hay nada más hermoso en este mundo —creo— que la fe ciega. Huelga decir que esto también no lo creo (o, mejor dicho, creo en lo diametralmente opuesto), de igual forma que creo que la hermosura está en los ojos del que mira. Creo que esta última aserción es repugnantemente cursi, está manida hasta límites obscenos y huele claramente a agresión sexual en la sombra. Claro: lo creo todo, lo uno y lo otro, sus respectivos reflejos en el espejo y justo eso mismo en idioma inventado. Creer es, en definitiva, hacerse con un lugar seguro y propio en esta vida. Creer nos hace grandes. O no, pero ese no es el tema: lo que quiero decir es que creer, la experiencia misma de la asunción conceptual de una veracidad no corroborada (y, por lo general, parcial de necesidad), es lo que nos construye, lo que en realidad nos mueve. Por eso yo me muevo tantísimo, porque creo en todo. Algunos podrán pensar que sufro de una enfermedad nerviosa degenerativa, o que simplemente mi medicación es errónea. Fantástico, que crean lo que quieran, porque justo de eso se trata: incluso yo, eventualmente, lo creo.
Entonces, si en el acto de creer todo-son-ventajas, ¿de qué me acusan, y por qué, siendo como soy el mayor de los creyentes?

Ejemplo práctico: si alguien cree que secuestrar a gente es algo bueno, eso puede llegar a ser un problema en el caso de que ese alguien no crea en nada más. O que, en todo caso, también crea que el sufrimiento ajeno es placentero, que lo mejor es secuestrar a niños porque ocupan menos espacio y su pánico es siempre más catatónico, que hay que cambiar de furgón cada tres meses como máximo… y listo. Ahí acaba su propuesta. En ese caso concreto, yo mismo lo suscribo: esa persona NO tiene bagaje. Por lo que lo suyo será meramente eso: dejarse guiar por sus creencias, que son apenas dos pares y todas formalmente criminales. Secuestrará a niños, de acuerdo; frecuentará sótanos con humedades y silos abandonados, usará pasamontañas con cierta regularidad, se consagrará como connoisseur en el apasionante mundo de la cadeneria y, siempre que hable por teléfono, será a través de un vocoder. Y ahí se quedará, sin más, él y sus diminutos horizontes. Porque, lo repito y subrayo: esa persona NO tiene bagaje.

Por el contrario, en mi caso: yo también creo en todo lo anteriormente apuntado (lo de secuestrar, los objetivos junior, el dolor ajeno, etc). Y, eh, no me avergüenzo. Lo creo, y lo hago sinceramente. Pero también creo en que, gracias a un inspirador proceso de sublimación, Policía Somos Todos. Que siempre hay que denunciar actos sospechosos, por minúsculos o insignificantes que parezcan, y que nunca hay que dejar de ser suspicaz: aceptémoslo, hace tiempo que las fronteras dejaron de ser útiles. Creo en la grandeza de las Misiones y en la Evangelización de tierras salvajes. Creo que soy una mujer obesa (natural de Balakovo, Madre Rusia) y que soy alcohólica desde que nací. Creo en la atávica Fiesta Valenciana, en la humilde hermosura de los filipinos y en los Ligres. Creo que los gatos notan presencias fantasmales y en que se avecina el desagradable Fin de una Era. Creo que se entiende por dónde voy, y que los ejemplos que me pertenecen hilvanan una lista infinita y en continua expansión (como Portugal, o las calculadoras de botones gigantes con conversor a euros).
   Dicho esto: ¿soy SÓLO un sociópata emocionalmente castrado, o soy eso y TODO lo demás? Porque, si efectivamente nuestras creencias nos definen, cierto es que los llantos de desesperación son música para mis oídos; así como también soy Hare Krishna, cubanito de corazón, amish, cabecilla de patrulla ciudadana, aspirante a presidente, coleccionista de cabellos y mujer rusa de 193 kg a la que tienen que lavar con una escoba y un cubo. Entre una infinidad —literal— de cosas más.

Aaah. Qué ingenuo por mi parte creer que harán el más mínimo esfuerzo por comprenderlo. Sinceramente creo que lo entienden, pero que el problema es otro: creo que sienten pavor de que tarde o temprano acabe imponiéndose el (mi) sentido común, obligados así a mirar a través del catalejo de mi vergel interior, susceptibles al doloroso acongojamiento que siempre provoca el descubrirse de pronto ciego, sordo y con la mitad del cerebro paralizado. Creo que es su orgullo, su absoluta carencia de autocrítica, lo que los vuelve en mi contra. Creo que pasar por debajo de una escalera da mala suerte —aunque no tanta como cuando rompes un espejo— y que los penes del porno son moralmente invisibles gracias a un ejercicio visceral de sustitución y personificación (esto es, ese miembro es tu miembro: fin de la historia). Creo que llevan tiempo conspirando en mi contra —en líneas bastante generales, nada concreto, casi a modo ambiental, pero conspirando al fin y al cabo— y que para mí cada nuevo amanecer es prácticamente un regalo. Creo que a veces peco de tremendista, y que a veces puedo sentirme más a gusto de lo que debiera en auto-impuestos estados de alarma; pero también creo que el miedo no es ni más ni menos que una señal de aviso multisensorial, cuya función es la de comunicarnos urgencias que parece que no están ahí (y que, por supuesto, sí están). En definitiva, creo que el miedo —al igual que los langostinos— proviene de otro planeta. 
       
Si bien creo que un día, no muy lejano, acabarán conmigo físicamente: nunca podrán acabar con mis creencias. Porque, si de algo estoy orgulloso en esta vida, es precisamente de eso: de todo en lo que creo, y eso es TODO. Soy el creyente total y definitivo, pues yo lo creo absolutamente todo y lo creo más que nadie. Incluso, llegado el momento, creeré que darme muerte yo mismo es la mejor de las opciones, así como que seguiré creyendo que morir —o incluso enfermar— es una pésima idea al tiempo que un genuino acto de dejadez. Ni ahí, en mi momento más aciago, podrán evitar que crea en ello. Sea lo que sea, creeré. En ello y en todo lo demás y en lo contrario y en cientos de otras cosas que ni por remota casualidad vendrán a cuento. Creeré sin ambages y me entregaré con los brazos abiertos al Absoluto Universal, pues no habrá nada en lo que yo no haya creído. Ya muerto y enterrado, creo que finalmente seré absuelto y reivindicado. Creo que es casi lógico, el hecho de que viva en un estado de incomprensión permanente: todavía no gozo de perspectiva histórica, cosa que, según mis creencias, es un ingrediente esencial en casos de auténtica grandeza. Aunque tarde, se me entenderá y se asimilarán mis creencias, se reconocerán mis muchas cimas conquistadas, se reverenciará mi clarividencia en vida (denostada a más no poder: que conste, sin rencores). La semilla habrá madurado, se alzará corajoso el brote, raíces se afianzarán dispuestas a permanecer: y así, por fin, habrá quien crea en mí.



Riot Über Alles (Barcelona, 1979) es artista plástico, poeta y diseñador. Cofundador colectivo multidisciplinar Eat Meat (2009-2014), ha publicado los poemarios "El plan cáustico" (Baile del sol, 2005), "Hierro Lamido" (Ed. del Pájaro Temprano, 2008)," Veritas Odium Parit" (Ed. Eat Meat, 2010), "Mussolina" (Aristas Martínez, 2011), "Las normas del Vertedero" (Esto no es Berlín, 2014) y "Noche Relativa / Estereotipos de Permanencia" (Zoográfico, 2017), así como también una novela coescrita junto a Vanity Dust, "Lady Grecia" (Aristas Martínez, 2013). Ha participado en las antologías "Presencia Humana" nº 0 y nº5, y "Black Pulp Box" (todo ello publicado por Aristas Martínez) y en otras publicaciones periódicas. Expone su obra gráfica de forma regular desde 2009 en Barcelona. También ha expuesto algunos de sus trabajos en otras ciudades como Tarragona, Madrid y Dublín. Todas las imágenes que aquí aparecen pertenecen al autor.



HOY FIRMA: JUAN JOSÉ TÉLLEZ. "FITO CÓZAR FRENTE AL INCENDIO DE LA UTOPÍA"

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Fito Cózar 
frente al incendio de la utopía

Tenía, desde muy joven, pinta de húsar o de coronel de la brigada de caballería inglesa, pero Rafael de Cózar nunca fue en realidad como su homónimo personaje de “Alatriste”, capaz de prestar un amor a los intereses de Estado. Más bien, él prestó siempre los intereses de Estado al amor. Y el honor, en todo caso y como confesaría en un poema satírico dedicado a su amigo el rey Arturo Pérez Reverte, lo guardaba en los bolsillos. Quizá porque sus manos las tendría debidamente ocupadas con una pluma o con un catavino. O en acariciar sus afectos.

“La Galla Ciencia” en su número OCHO le dedica un esclarecido homenaje justo cuando se cumplen tres años de su fatídica muerte, mientras intentaba salvar de las llamas su biblioteca y el ordenador en el que había ido digitalizando buena parte de su obra. Natalia Turión, su viuda, sigue intentando recobrar parte del contenido de sus archivos electrónicos, mientras su hija seguirá presumiblemente luciendo el sombrero que heredó de su padre. A lo largo de este tiempo, en ocasiones dispersas, sus seguidores y sus amigos han ido rescatando su nombre y su memoria poética que va más allá de los versos y que incluye una formidable reivindicación de las vanguardias, a contracorriente, a bordo de una poesía visual que convivió con la transición democrática y que, años más tarde, sigue siendo una ilustre e injusta desconocida.

Le conocí cuando, siete años mayor que yo, viajaba a bordo de una Harley con una amante gringa que paseaban por las calles del tardofranquismo como si acabaran de escapar de una secuencia de “Easy rider”. Tan beatnik, tan postista, tan barroco. Su vida viajó desde Tetuán a Chinatown y Riverside, pero fue un galopín en las calles de Cádiz donde ingenió, en el tardofranquismo y junto a otros cómplices como Jesús Fernández Palacios y José Ramón Ripoll, una revista, “Marejada”, que  publicó a Borges y una tertulia de trastienda, en la que solían celebrar juicios que no se parecían a los del TOP. Allí, los inocentes eran declarados peotas. Y los culpables, peotas. ¿O era al contrario?


Sevilla le dio un título universitario, una cátedra ganada a pulso contra la estulticia y un pícaro oficio de murcio intelectual, buscón de versos y seductor de amigos. Su segunda patria, sin embargo, fue Thessy-Glimont, el confín francés del exilio oculto de Carlos Edmundo de Ory que tan sólo se abría a quienes fueran capaces de desenterrar vivos. A su claro entender, la obra oryana, desde sus tiempos del exilio interior cuando gestara el postismo, "significaba algo realmente nuevo y coincidente, sin saberlo, con las líneas de la vanguardia exterior".

Junto a los poemas visuales, fue gestando su propia narrativa, a partir de “Motín en la residencia”, sus relatos desperdigados y posteriormente recopilados por la colección “Calembé”. En cualquier caso y más allá de su labor académica, la de un catedrático que buceaba en los ambientes prostibularios del Siglo de Oro o en la poética de Ory, Rafael de Cózar se reconocía íntimamente en sus versos, como los de “Piel iluminada”:


Cuando un nuevo siglo

recorra mis venas

y entre mis dedos

la nueva tierra

cobre un sentido diferente…

Cuando las horas mueran

en un murmullo de líquidas palabras

y el agua de la edad

pase a la historia…

Cuando el grito del olvido

se torne al fin silencio,

sólo me restará regar mi vida

con el retorno único del tiempo.


Fito Cózar fue un zahorí de talentos jóvenes -en sus últimos años, apoyó a Ediciones en Huida, pero también a La Palabra Itinerante o al festival de Perfopoesía en Sevilla- y aunque prestó servicios públicos desinteresados como el de la presidencia de la Asociación Colegial de Escritores en Andalucía o el de su pertenencia a la Comisión Asesora del Centro Andaluz de las Letras, nunca fue carne de pesebre. Tenía, de hecho, una rara habilidad para pegar cabezadas en los actos oficiales, como si no hubiera más remedio que hacerlo.

Su espíritu era indómito y sus costumbres, cordiales. O sea que aunque tuviera gotas de sangre jacobina, su verso nacía de manantial sereno: su testamento lírico se titula “Cronopoética”, un único texto en el que ajusta cuentas con su último medio siglo. Y aunque su estética narrativa, sus ensayos y sus espléndidos poemas visuales tuvieron mucho que ver con las viejas y renovadas vanguardias, su actitud ante la vida era romántica, o lo que es lo mismo, profundamente literaria. Todo ello se trasladaba a su compromiso vital, que le llevaba al joven culto al hachís y a los carnavales, a pasear su clara sonrisa semidesnuda por un congreso de poetas y despertar a las tantas a uno de ellos, saltando sobre su cama y armado con el extintor del pasillo, al grito de: “Yo soy el arcángel San Rafael”. Ahora lo es. Desde la nada, vela por nosotros. Desde allí, sigue intentando apagar el funesto incendio que sigue calcinando a casi todas las utopías.



Juan José Téllez


HOY FIRMA: IKER JIMÉNEZ. "EL CIERRE DE IKER: LA ÚLTIMA LLAVE"

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Aprenderás a escuchar en todas direcciones
y dejarás que la esencia del Universo se filtre por tu ser.


Walt Withman definió bien la labor del poeta. Dejar que el Universo se filtre en uno.

Que nos emplee como portavoces de unas fuerzas superiores que siempre han gravitado sobre la realidad.
Es cuando el poeta se convierte en medium.  Y da voz a lo incognoscible.
Como una antena biológica del Alma humana.

La poesía, a mi entender, es una expresión genuina del profundo misterio de la vida. Nos conecta y reconcilia con aspectos que conforman la esencia del Ser. Y en una época donde todos los estímulos tienden a despegarnos de la fuerza y la luz del Ser, la poesía se convierte en La Última Llave.
Es la llave necesaria, la clave que abre la cerradura cada vez más inextricable del enigma de la existencia.

Estoy convencido de que los chamanes de las cavernas, cuya presencia aún late en las oscuras catedrales de la humanidad, fueron los primeros poetas. Los primeros filtradores del universo en su ser. Y su poder mágico de transmisión les hizo individuos distintos y venerados.
El poeta siempre ha sido adorado e incomprendido al mismo tiempo. Eso no ha cambiado mucho. Se puede hacer poesía de diferentes maneras. Una composición. Una pintura. Una imagen. Es el poeta total un ser contradictorio y a contracorriente. Alguien que necesita expandir su luz, su esencia y su alma. Como si siguiera un mandamiento superior a la lógica dominante. Incluso aunque no crea en esas cosas aparentemente. La angustia y la gloria del Ser han buscado interlocutores aptos para manifestarse. Estoy convencido.

He aprendido poco a lo largo de casi medio siglo de vida. Es lo que tiene preguntarse acerca de todo. Pero entre la escasez de certezas existe una que es válida para mi trayecto. El Arte es la última puerta. La última conexión con lo que de verdad me importa. El último código para penetrar tras el telón de lo evidente. Y dentro de esa esfera del Arte, la poesía es esa llave que nos conecta con algo superior a nosotros mismos. Con algo difícil de nombrar, pero que rige el todo. Desde siempre.
La manifestación de la belleza de la realidad, o de sus oscuros recovecos, de la duda, la diatriba, del miedo, la inquietud y la fantasía, la épica, el valor y el Amor, no son sino la expresión traducida que brota del Ánima Mundi; de la fuerza primigenia, del vector que ha construido para nosotros este extraño sueño del vivir.

Ya casi nadie se pregunta por los rudimentos y mecanismos del milagro de la existencia. Son problemas que han acabado sepultados entre tomos polvorientos de facultades desiertas. Los filósofos se han vuelto en su mayoría racionales. Muchos teólogos y religiosos ya no sienten lo que dicen. Vivimos en el eclipse del Alma y la Trascendencia. Nos da miedo viajar a esos mundos. Aunque en nuestro foro interno sepamos que son tan importantes y quizá más reales que lo que consideramos real. Como los sueños, han acabado en una gigantesca papelera por su aparente inutilidad. Y no hay nada tan útil, seguramente. Pero hace tiempo perdimos el mapa. Las Sibilas, Chamanes, Poetas y Artistas han sido, en diferentes grados, los últimos depositarios de ese conocimiento fragmentado. De ese puzzle sobre el enigma de la vida que nos obliga con su fuerza a ser cantado y transmitido de nuevo. Por los siglos de los siglos.
Y por eso siempre habrá poetas.

Esta fuerza creativa es impulsada desde algún lugar ignoto, porque la necesitamos. Angustiosamente. Necesitamos saber que somos algo prodigioso. Algo milagroso. Algo fuera de toda lógica. Y necesitamos saberlo porque es verdad. Pues nada hay de lógico ni coherente en la existencia. Eso es lo fascinante.
Y esto ocurre hoy, a pesar de que nos hayan ido desconectando pacientemente de la raíz luminosa de estos mundos y que casi nadie se pregunte por el misterio de los misterios, ese que late en nuestros átomos- como bien decía Withman- y en las estrellas. Creemos entender algo, y estamos aún tan lejos.

La poesía, junto con un puñado de otras cosas, es una herramienta que nace de la misma fuente donde se gestó todo lo esencial. Brota con la fuerza del asombro y del maravillarse por el latido imparable e indescifrado de la vida. El Adn, una melodía, la sonrisa de un niño, el viento meciendo la llanura, un planeta que brilla a lo lejos, la noche, el rugido del mar… Ese es el eco eterno que retumba en nosotros, que nos eriza el vello, que nos sobrecoge un momento, que nos ilumina indicando que hay una armonía extraña en todo. Ese sentimiento poético,  aunque tantos estén dispuestos a extirpárnoslo, surge de algún manantial que es más importante que todo lo conocido. Y como todo lo esencial, es inefable, imposible de describir con meras palabras. Nos queda corto el propio lenguaje. Puedo dar fe de ello. Las palabras solo nos catapultan a otros significados internos, como links luminosos que pulsaran los códigos más secretos de nuestro yo.

La poesía que nos hace estremecer, que nos da una dimensión nueva de una emoción, que nos transfigura, es un canto del Alma. Y el Alma y su voz es el último gran misterio. Yo creo en él, por eso, en un gesto no exento de poesía, llamé así a mi hija. Con ese poderoso nombre. Como en una declaración de intenciones tal y como hacían los griegos. Porque el lenguaje y el símbolo también son un misterio y marcan nuestra vida.

Reconozco que sin entender de poesía, sigo sintiéndola como emisaria de algo que nos trasciende. De un mundo que está más allá de todo lo concebible. Y que nos pertenece. Y al cual pertenecemos.
Un reino más importante que la realidad aparente. Una luz a la que, creo, regresaremos.
Porque todo es un eterno retorno.
Pero mientras tanto, mientras llegue esa hora en la que viajaremos al núcleo del gran manantial secreto de la vida para poder comprender, creo que la poesía y el arte son camino válido de aproximación.
Son, no me cabe duda,  la última llave para la gran verdad.


No sé qué es esto.
Es algo que no se ha dicho nunca…..
Algo sin nombre que aún no está en el lenguaje ni en el símbolo.
Es algo que gira más que la Tierra en que yo giro
y me anuncia que la creación es el abrazo del amante que nos despierta.
Tal vez pudiera decir más.
Acaso este poema no es sino un expediente en que he abogado por todos…..
en el que he dicho, por ti y por mí,
que la muerte no existe,
que el mundo no es un caos…..
que es forma,
unidad…..
plan…… Vida Eterna…….. ¡Alegría!


                                                      Walt Withman



Iker Jiménez







HOY FIRMA: JOSÉ DE MARÍA ROMERO BAREA. "GEOFFREY HILL: PRESENTE PERPETUO"

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GEOFFREY HILL:
PRESENTE PERPETUO

Ajeno a las modas de la época (por un lado, el encanto irresistible de Philip Larkin, los poetas del Movimiento o Ted Hughes; por el otro, la frescura atemporal de los poetas pop), el autor que nos ocupa privilegia, en sus versos, “una música desordenada y desgarbada... una música adornada y sin corazón, quebrada por murmullos y blasfemias”. Su atrevido uso de la mitología desfamiliariza una leyenda que, en sus manos, se convierte en una forma penetrar el yo, pero también el lenguaje. Devuelve el autor de Mercian Hymns (1971) el mito a su origen: conduce a la voz humana a través del tiempo. Sus poemas, escritos con inteligencia y ternura, ofrecen nuevos espacios para el devenir, donde la identidad cuestiona sus fronteras y se rehace en el umbral de la expresión.
Figuras complejas, desplazadas por la guerra, atormentan las composiciones de Geoffrey Hill (Bromsgrove, Worcestershire, 1932-2016​) publicadas al completo en 1990 por la editorial Penguin: un padre ausente, una madre amada. Su íntima voz lírica, sus imágenes precisas, su compromiso con la realidad, no eluden historias de pérdida y exilio. Logra Hill equilibrar la memoria y el silencio con la erudición de una poesía que, como la canción, tiene su origen en la lírica. Surge el poema escindido entre dos voces: la propia y la animada por un anhelo compartido de reunir lo “abandonado, despojado, arraigado, tamizado, diseminado por todas partes, / podrido en tierra vegetal, aceptado/ como concreto” (XIII, de El triunfo del amor; Traducción de Andrea Rivas).

“Su dificultad no radica en lo radical de su discurso, sino en la compacta erudición de una poesía modernista, alusiva, en ocasiones opaca”, sostiene el poeta y novelista Adam Foulds. En 1981, Hill fue profesor en Emmanuel Cambridge. A finales de los años noventa, la extraña mezcla de libertad que conceden los antidepresivos y la mortalidad inminente, lo impulsan a escribir sin pausa: Canaan apareció en 1996, Triumph of Love en 1998, y The Orchards of Syon en 2001. Su énfasis en la eternidad no conlleva la omisión de circunstancias y experiencias personales. Dentro de sus límites autoimpuestos, Hill es capaz de escribir evocadores intentos de aniquilar el tiempo. Ocasionalmente, hay incluso una sensación de detención de la fusión del tiempo con lo atemporal, del movimiento con la estasis. Y siempre el anhelo por lo que se ha perdido.

La poesía de algunos poetas tiene lugar en el espacio profundo de la imaginación: la que homenajeamos tiene un notable poder para hacer que sus gestos apasionados parezcan palpables: “Indeseado pudiste haber sido, intocable / no eras. Ni olvidado/ ni pasado por alto en el momento correcto” (“Canción de septiembre”; Traducción de AR). 

Además del aplauso de escritores norteamericanos como George Steiner, Harold Bloom y AN Wilson, Hill recibe ahora el reconocimiento y consenso crítico en su Inglaterra natal, a través del artículo que Adam Foulds le dedica en el número 55, de otoño de 2017, de la revista literaria Slightly Foxed. 


La ironía es que Hill es “un poeta profundamente inglés, arraigado en el paisaje y la historia de su país natal”, como sostiene Foulds. No en vano, el mundo de los objetos, de los lugares y de los acontecimientos ordinarios, a los que la lírica británica es habitualmente tan atenta, es una presencia perpetua en sus poemas.


José de María Romero Barea
Sevilla, 2017

HOY FIRMA: ANDRÉS GARCÍA CERDÁN. "LA IRREVERENCIA Y EL INFIERNO DE REYNALDO ARENAS"

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LA IRREVERENCIA Y EL INFIERNO 
DE REYNALDO ARENAS


Reinaldo Arenas nació en Aguas Claras, cerca de Holguín, en el interior pobre y campesino de Cuba, en 1943. Estudió en la Universidad de La Habana y trabajó durante algunos años en la Biblioteca Nacional. Se unió a la revolución en su juventud, pensando que en ella hallaría justicia social y libertad. Muy pronto se dio cuenta del gran desengaño que lo esperaba. No solo desengaño: censura, persecución, violencia, trabajos forzados, cárceles, enterramiento vivo. En su “Autoepitafio”, muy poco antes de morir, lo intentaba explicar: 

            Conoció la prisión, el ostracismo,
            el exilio, las múltiples ofensas
            típicas de la vileza humana;
            pero siempre lo escoltó cierto estoicismo
            que le ayudó a caminar por cuerdas tensas
            o a disfrutar del esplendor de la mañana.
            Y cuando ya se bamboleaba surgía una ventana
            por la cual se lanzaba al infinito.

            El infinito y la tierra y el dolor. Eso fue Reynaldo Arenas.

Por qué esta sensación de ir a buscarte
hacia donde por mucho que vuele
no he de hallarte.

Buscar y no encontrar. Reynaldo Arenas fue una isla en el infierno. También fue flor de un diente de león, que de aquí para allá arrastraron los vientos, despojado de amigos, madre, dinero, amor, palabras. Al menos –se decía–, la muerte siempre estaba ahí. Desde los bueyes de su niñez, que morían de dolor cuando les reventaban con mazas los testículos, hasta aquella muerte suya, elegida, en Nueva York, 7 de diciembre de 1990, cuando ya no podía ni escribir y había dado por concluida su obra. 
Desde muy pronto fue consciente de que antes y después del espanto solo había espanto y de que tras el espanto habría de venir otro espanto mayor que nos hiciera echar de menos ese espanto primero.

Detrás de todo el fango que te asfixia
hundiéndote más y más en el espanto,
se esconde el gran fanguero que propicia
tu resbalar más hondo hacia el espanto.

El espanto que ves se llama espanto
pero podría llamarse Juan o Alicia.
Ya verás algún día qué es espanto
y evocarás este espanto cual caricia.

Este poema fue escrito en La Habana en 1969, muy pronto en su vida, apenas con 26 años, cuando aún estaba todo por venir. Mucho después, en Antes que anochezca, a la muerte le dedicará su canción de amor: “(La muerte) ha sido siempre para mí una compañera tan fiel, que a veces lamento morirme solamente porque entonces tal vez la muerte me abandone.” Este abandono definitivo es el de Sakountala, repudiado por el país que amó hasta los huesos, el mismo país que lo negó y quiso enterrarlo vivo. Lo había contado desde la prisión del Morro, en la misma entrada al puerto de La Habana, en 1975: 

Ahora me comen.
Ahora siento cómo suben y me tiran de las uñas.
Oigo su roer llegarme hasta los testículos.
Tierra, me echan tierra.
Bailan, bailan sobre este montón de tierra
y piedra
que me cubre.
Me aplastan y vituperan
repitiendo no sé qué aberrante resolución que me atañe.
Me han sepultado.
Han danzado sobre mí.
Han apisonado bien el suelo.
Se han ido, se han ido dejándome bien muerto y enterrado.
Este es mi momento.

Quince años después, la soledad, el SIDA y un desencanto abismal le habían arrebatado sus últimas fuerzas. Al menos, la muerte siempre estaba ahí, como una fidelidad ejemplar, como una pobre salvación: 

Queridos amigos: debido al estado precario de mi salud y a la terrible depresión sentimental que siento al no poder seguir escribiendo y luchando por la libertad de Cuba, pongo fin a mi vida.

Mejor que nadie lo expresa Guillermo Cabrera Infante: “Decir que Reynaldo Arenas atravesó como un cometa la literatura cubana y no decir que fue un bólido salido del infierno es mentir a medias.” 
O su amigo Juan Abreu: “(Reynaldo) solía afirmar que Dios nos había hecho trampas, que el planeta Tierra era el Infierno”, un lugar inhabitable. Reynaldo pensaba entonces como Samuel Beckett: “cuando uno está con la mierda hasta el cuello sólo queda cantar”. 
Y eso hizo: cantar, pero cantar la barbarie que exterminó al indio cubano y que había explotado al negro y que convirtió en prisionero y en esclavo al escritor y al homosexual que era. Cantar toda su desolación en versos como arañazos: 

Canta,
que alguien sepa que estallas,
que alguien sepa que todos estamos estallando siempre,
que alguien allá, mucho más allá,
en otro tiempo,
(el del odio, el de las aguzadas furias)
oiga tu estallido siempre.

Alma gemela de cualquier rebeldía, el novelista Roberto Bolaño cuenta en Estrella distante cómo el golpe de estado de Pinochet había partido por la mitad, de un mazazo, las ilusiones y la realidad del Chile de 1973, y se llevó la juventud e hizo desaparecer cualquier rastro de inteligencia o esperanza. La muerte de Allende o la de Roque Dalton, mientras dormían, habían sido aldabonazos brutales en los 20 años de Bolaño. En el caso de Reinaldo Arenas la llegada al poder del socialismo de Fidel Castro, esperanzadora en un primer momento, acabó por convertir la isla en una gran cárcel y cualquier tipo de disidencia (política, moral, intelectual o sexual) en un peligro. Los peligros se purgaban en las cárceles y en los campos de trabajo. 

¡No, música tenaz, me hables del cielo!,
donde es obligación cavar la tierra.

El desencanto. El desengaño. La decepción. La contrariedad. Reinaldo Arenas fue uno de esos seres que se caen y se golpean lo más fuerte posible con lo más duro de la realidad en toda la boca, que de repente se ha convertido en un manantial de sangre y en un montón de huesos y de astillas y en esputos de sangre y dientes. Una tras otra, las experiencias de su vida son un alma destrozada. Con Reynaldo Arenas, como explica en El mundo alucinante, podríamos decir: “y yo casi hubiera temblado de no haber sido porque hacía rato que estaba temblando”.
Reynaldo, poesía indisciplinada e irreverencia, poesía urbana, poesía homosexual, poesía política. La respuesta es el castigo: 

El verano –grita en El mundo alucinante-. La fiebre del calor ha puesto de mala sangre a los carceleros que, molestos por mis gritos, entran a mi celda y me muelen a golpes. Pido a Dios que me conceda una prueba de su existencia mandándome la muerte. Pero dudo que me oiga. De estar Dios aquí se hubiera vuelto loco.

En 1980 se escapó de Cuba en el Mariel. Ya en Nueva York, en 1985, contaría la alegría a medias de cruzar el mar después de falsificar su documento de identidad. Sí, el sabor amargo de la llegada adónde, a ninguna parte: 

Nosotros vinimos por el aire
Nosotros vinimos por el mar 
Nosotros llegamos amarrados a la cámara de un auto 
Nosotros llegamos sujetos a la rueda de un avión 
Nosotros salimos conjurando tiburones y guardacostas 
Nosotros salimos taladrando un túnel en el aire 
Nosotros salimos agarrados a la cola de un cometa 
Nosotros llegamos a nado, vomitando la bilis, 
soltando el bofe, 
los huesos al sol, deshidratados, 
descarnado el corazón. 
Sí, sin duda somos los más dichosos 
-los afortunados. 
Los demás yacen sin tiempo bajo el mar 
o condenan nuestra fuga 
mientras secreta y desesperadamente desean partir. 

En la entrevista con Jana Bokova, para la BBC, y en el documental Conducta impropia, que se proyectaría en Cannes, lo explica muy bien. La sensación es la de haber escapado de una casa en llamas y de sentir alivio por estar vivo, pero la casa ha ardido hasta los cimientos y ya no es. Y eso duele.

Llegó a Florida, donde tampoco halló su sitio. Luego vio caer la nieve por primera vez en el invierno de Nueva York, para muy pronto hundirse en los infiernos del sida que asola la ciudad, “con esa tristeza del desterrado que es desterrado de su destierro”.   

Tampoco la Gran Ciudad se había portado bien con él: allí solo importaba el dinero. Allí había seguido conociendo la miseria, la enfermedad, la marginación y lo que llamó la “artificiosa libertad del capitalismo”, la gran mentira. 

En 1987 había sido diagnosticado de SIDA, pero ya para entonces eso era apenas el mazazo final que lo descuartizaba. Como tantos otros, fue víctima de la gran epidemia, desconocida, silenciada, mirada con repulsión, abandonada por autoridades y gobiernos. Como él, Robert Mappelthorpe o Michel Foucault, Rudolf Nureyev o Isaac Asimov, Keith Haring o Anthony Perkins acabaron sucumbiendo al virus. Y, sobre todo, al desconocimiento y a la falsa moralidad y a la falta de investigación y a la dejadez. Una generación esquilmada en todo su esplendor.

Jamás podré explicarme que la muerte
siendo como es, sencillamente muerte, 
transfiera esa sensación de ver la muerte
como un rio que nos lleva hacia la muerte.

¿Qué, después de la muerte, sino la muerte
puede haber si vivo sólo hay muerte?
Sin embargo, ¿cómo vivir para la muerte
o cómo acostumbrase a todo muerte?

De tanto interrogar sobre la muerte
no obteniendo más respuestas que la muerte
(muerte por muerte, y luego ¿sólo muerte?)

a veces pienso si este cantar de muerte
me salva para siempre de la muerte
o me condena, sin morir, a muerte.

(La Habana, 1970)

Reynaldo siente que el agua ruge su nombre.
Reynaldo come tierra.
Reynaldo tiene un don.
Reynaldo adora su máquina de escribir y llega a ella como el pianista llega al piano.
Reinaldo Arenas es la lepra de un sistema y la letanía de una existencia en daño. En la cárcel y en el campo de trabajo. Como Oscar Wilde. Como Marcos Ana.
Reynaldo adora la juventud del mundo, pero ya no la ve en ningún lado.

“Lo peor –dice Arenas– era, sin duda, la impotencia ante la injusticia, la paranoia de tener la obligación de aplaudir y celebrar las leyes que te encarcelaban después”. El caso Padilla significó un antes y un después en el devenir de la revolución y en el lugar que en ella ocuparon los intelectuales. También Cortázar, tan cercano a aquel “hombre nuevo” que reclamaba Ernesto Guevara, se desmarcó de las violencias del régimen. La represión comunista se convertiría en la gran espina clavada en el costado de Arenas hasta sus últimos días, hasta sus últimas palabras, poco antes de suicidarse. "Cuba será libre –dice–. Yo ya lo soy” y en la soledad de su apartamento en la Gran Ciudad, en su destierro desterrado, en su ostracismo, ingiere su cóctel de alcohol y tranquilizantes.
En distintas ocasiones confesó sólo haber conocido el infierno. No en vano, Inferno se llama el volumen que recoge su poesía completa, como contrapunto al Paradiso del maestro Lezama Lima, en línea paralela a los infiernos dantescos, donde nunca cupo la esperanza.  

Todo lo que pudo ser, aunque haya sido,
jamás ha sido como fue soñado.
El dios de la miseria se ha encargado
de darle a la realidad otro sentido.

(La Habana, 1972)


Reynaldo graba su nombre en los árboles, pero solo la mitad de su nombre: Rey. Ya por entonces, un niño, lo sabía: “Los árboles tienen una vida secreta que sólo les es dado conocer a los que se trepan a ellos”. Su propio abuelo y el Gran Abuelo de Cuba habrán de cortar todos y cada uno de los árboles en que él se atreva a escribir su nombre, a los que él pretenda subir. 

La belleza es contrarrevolucionaria.
La belleza es peligrosa.
La belleza es el enemigo.


Andrés García Cerdán



HOY FIRMA: CHARO GUARINO. "SIEMPRE OVIDIO"

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Siempre Ovidio

Hay una pregunta a la que toda persona que pretenda dedicarse al estudio de las Clásicas debe saber que habrá de enfrentarse recurrentemente, esto es: ¿para qué sirven el griego y el latín?


A lo largo de mi existencia he tenido que responder a ella en decenas de ocasiones con periodicidad variable, y he de decir que no siempre a mi interlocutor le ha resultado convincente mi respuesta, por más razones o/y entusiasmo que yo haya derrochado al tratar de responderla. Pero aunque la prueba llega a resultar ciertamente agotadora, yo he salido siempre y sin excepción fortalecida de la experiencia.  No se trata de convencer a nadie, pero no está mal que se escuche que el griego y el latín, como las tantas veces denostadas Artes y Humanidades en general, sirven, entre otras cosas, para potenciar la dignitas hominis, justamente aquello que nos hace humanos y nos distingue de los seres irracionales y de los androides. Y es que a menudo quien lanza el interrogante es alguien convencido -a menudo sin razones- de su inutilidad, y la cuestión en realidad es más bien un cuestionamiento que nace de prejuicios infundados o de una óptica pragmática que se lleva mal con los estudios de Humanidades, que son tan ciencia como cualquier otro conocimiento, ya ataña a cuestiones técnicas, sociales o naturales, y con su propio método científico acorde con las características que le son propias.

            Son muchos y muy documentados los estudiosos que han ofrecido infinidad de argumentos a favor, favoreciendo un debate enriquecedor y abierto, de modo que para obviar un tema que pese a su indubitable interés nos distraería del propósito de estas líneas, remito a Nuccio Ordine, profesor de literatura italiana de la Universidad de Calabria, especialista en el Renacimiento, y autor, entre otros, del oportuno ensayo L'utilità dell'inutile, Manifesto (editorial Bompiani, 2013), publicado por la editorial Acantilado el mismo año en traducción de Jordi Bayod bajo el título de Utilidad de lo inútil, cuya lectura recomiendo encarecidamente.
            Hay otra pregunta que en lo que a mí respecta va a la zaga de la anterior: ¿por qué Ovidio? Y es que es bien sabido que el año pasado se conmemoró internacionalmente, desde Sulmona a Constanza, pasando por Portoferraio, en Elba -por citar tres lugares emblemáticos en la biografía del poeta-, en multitud de Simposia, Congresos, Jornadas, reuniones y publicaciones científicas en general, el Bimilenario de su muerte en la ciudad rumana de Tomi (actual Constanza), en la Dobrudja. Precisamente este 2018 recién iniciado se cumplen lo 2010 años de la condena al exilio, ficticio o real, de la que le llegó noticia por medio de un edicto del Emperador Augusto cuando se encontraba con su amigo Marco Valerio Cota Máximo (hijo de Marco Valerio Mesala Corvino, el célebre creador del círculo artístico que lleva su  nombre) en la isla de Elba, casualmente escenario del exilio de otro ilustrísimo personaje que vivió a caballo entre el siglo XVIII y XIX, Napoleón Bonaparte, previo a su derrota en Waterloo y a su definitivo exilio y muerte en Santa Elena.
            Como no hay pregunta que se pueda responder de forma satisfactoria si uno no se la hace previamente a sí mismo, he decidido bucear en mi propio interior con el fin de descubrir las razones de mi predilección, sin duda esencialmente subjetiva.


Al igual que nunca se olvida el primer amor, es difícil olvidar al autor latino que por primera vez te introduce en la selva fragante y frondosa de la lengua latina, sobre todo si se trata de un autor de poesía. Las Metamorfosis, concretamente el relato de Píramo y Tisbe, es el primer recuerdo que tengo de un escritor latino en las inefables -alguna vez incluso peripatéticas- clases del extraordinario profesor Félix Sánchez Martínez en el Instituto de Bachillerato Poeta Julián Andúgar de Santomera. En la etapa de la adolescencia, en la que el tema amoroso parece ser el fondo de todo, el poeta de los tiernos amores es más que adecuado para poner un marco ideal. Y eso que entonces yo aún desconocía su condición de praeceptor amoris.
Pocos años después, en la Universidad, tuve la fortuna de recibir el magisterio de una de las mayores estudiosas de Ovidio que he conocido, la Dra. María Consuelo Álvarez Morán. Derrochaba y derrocha energía, vitalidad y entusiasmo, que contagió a quienes durante cuatro de los entonces cinco cursos de que constaba la Licenciatura en Filología Clásica disfrutamos de su enseñanza. Con ella colaboré como alumna interna, y fue ella quien dirigió después mi tesis doctoral sobre una oscura obra del supuesto exilio ovidiano, el Ibis. Con el proyecto sobre la Tesis obtuve una Beca de Investigación que me permitió concluirla y obtener el Premio Extraordinario de Doctorado, y gracias a ella pude también  visitar universidades extranjeras como la de Heidelberg, en Alemania, donde me tuteló otro eximio ovidianista, el profesor Michael Von Albrecht.
De mi Tesis emanaron dos publicaciones: un recorrido por la exégesis de la obra ovidiana, partiendo de los comentarios más antiguos hasta llegar a nuestros días, en la editorial Peter Lang, y la traducción anotada del Ibis, que editó el servicio de publicaciones de la Universidad de Murcia en el año 2000.
Pero, ¿por qué concretamente este autor latino de entre cuantos se nos han conservado, y no cualquier otro, como por ejemplo, dentro del período áureo, Virgilio u Horacio, o el neotérico Catulo entre sus precedentes, u otros elegíacos como Propercio o Tibulo? Y esto reduciendo al máximo el campo de los muchos escritores que han sido considerados hitos en la Historia de la Literatura, algunos de ellos, como el caso que nos ocupa, ya entre sus contemporáneos.
Se aúnan en Ovidio una serie de circunstancias que lo hacen especialmente atractivo. Una de ellas, al margen del ámbito literario, es su propia biografía. La circunstancia desgraciada de su exilio ha sido la que paradójicamente le ha procurado mayor trascendencia -por supuesto dejando de lado la indiscutible influencia de sus Metamorfosis como fuente fundamental de inspiración en la Música y en la iconografía del mito particularmente para los artistas plásticos, así como para la narrativa de ficción, la ensayística o la investigación filológica.
El hecho de resultar exiliado le hizo, como decíamos, abanderado de una causa que a lo largo de la historia ha resultado por desgracia frecuente: la del enfrentamiento de los intelectuales al poder, con resultados previsiblemente catastróficos en los regímenes totalitarios. Así tenemos el ejemplo, entre otros, de Mandelstam o Pushkin, con desenlace especialmente dramático en el primer caso... Claudio Guillén en El sol de los desterrados, literatura y exilio, Sirmio 1996, nos ofrece todo un recorrido por la obra de distintos autores desterrados en la realidad o en la ficción, llegando desde escritores de la antigua China hasta Du Bellay, pasando, naturalmente, por Ovidio, y, más recientemente, en 2011, Jennifer Ingleheart ha editado en Oxford University Press el estudio interdisciplinar Two Thousand years of solitude: exile after Ovid, obra coral en la que los distintos estudios toman a Ovidio como referente, tal como se deduce del título, abarcando el período comprendido entre el Renacimiento y el siglo XX.
M. Von Albrecht se refiere a Ovidio en su monografía publicada por la Universidad de Murcia (Ovidio, una introducción, traducción del alemán de Antonio Mauriz, Murcia 2014) como el poeta del amor, de los dioses y del exilio, y en verdad es posible distinguir esta triple vertiente en su producción épica y elegíaca (trató también el drama, en su tragedia perdida Medea, y además de en Ars y Remedia, cultivó el género didáctico en los opúsculos De medicamina faciei femineae y Halieutica, de atribución dudosa). La faceta de maestro del amor está clara en su Ars Amatoria, así como en su "antídoto", Remedia Amoris, y realmente el amor es el leitmotiv que vertebra toda su obra, si bien es en la elegía de juventud (Amores y Heroidas) donde se hace más evidente, al igual que en Metamorfosis, su obra cumbre, quedando relegada a la presencia anecdótica en Fastos y en la obra del exilio (TristiaPontica e Ibis), en la que su condición de poeta maldito deportado por cuestiones políticas inciertas eclipsa todo aquello que no sea lamento y queja, elegía a fin de cuentas en su sentido prístino, y donde el valor de la amistad cobra un sentido único.         
A principios de mayo de 2017 tuve la oportunidad de participar junto con la Dra. Moya del Baño, con la guía inestimable de la abogada rumana Luminita Pigui Neagoe, Presidenta de ASESTEMUR (Asociación de Ayuda a Inmigrantes del Este), en un Simposio internacional en la antigua Tomi, en la Dobrudja. En verano aproveché unos días de asueto para visitar la ciudad que lo vio nacer, donde se conservan numerosas huellas de Ovidio en nombres de negocios o de marcas de licores, y de manera destacada en el símbolo de la escultura que lo representa en la piazza XX Settembre, obra de Ettore Ferrari (1925), copia de la erigida por el mismo escultor treinta y ocho años antes (1887) en Constanza, frente al Museo Arqueológico, de la que únicamente la diferencia un detalle nada nimio: el cálamo que sujeta con fuerza en el puño cerrado de su mano izquierda, el instrumento de su desgracia, pues como dice al comienzo del libro II de sus Tristia y repite en muchos otros lugares refiriéndose a sus escritos y a su arte literaria: ingenio perii qui miser ipse meo... (me he perdido, desdichado, por causa de mi propio talento).
En la Universidad de Murcia se le rindieron también en los meses de octubre y noviembre dos sentidos homenajes para contribuir a su reconocimiento universal: las Jornadas "Recordando a Ovidio", y la IV Edición de Yo conozco mi herencia, ¿y tú?, con gran éxito de público y participantes, que recogió entre sus lecturas e interpretaciones una selección dedicada a Ovidio y también a Tito Livio por sus respectivos bimilenarios.
Mi participación en estos eventos me llevó a aplicarme en la búsqueda de huellas ovidianas más allá de la estricta pervivencia de motivos literarios, en los que profundizo en mis clases de Postgrado en el Máster de Literatura Comparada de la Universidad de Murcia, centrándome en esta ocasión en la figura del poeta en su condición de ser humano y en lo que la evocación de su dimensión vital pudiera tener de interés como criterio de autoridad de cuestiones universales, es decir, desde el punto de vista antropológico, reforzado sin duda por su trascendencia como escritor reconocido ya en vida y consagrado por la tradición, y es así como analicé su presencia en distintas novelas o relatos cortos que lo toman como protagonista para el Simposio que la SEEC organizó en Madrid en el mes de abril, o en distintos poetas para los eventos llevados a cabo en Murcia y que acabo de mencionar.
Von Albrecht
Me sorprendió positivamente la gran cantidad de testimonios que hallé en mis pesquisas, y eso me animó a abordar la elaboración de una antología, En nombre de Ovidio, para lo que he partido de Dante Alighieri y he concluido en los albores de este mismo 2018. Más de sesenta poetas de muy distintas procedencias -muchos de ellos murcianos o afincados en Murcia- entre las que se cuentan Argentina, Bulgaria, Chile, España, Estados Unidos, Grecia, Irlanda, Italia, Nicaragua, México, Polonia, Reino Unido y Rusia, engrosan el volumen. Se combinan en el mismo poemas en los que Ovidio es evocado de forma explícita, o incluso interpelado, o bien se le presta voz para que nos hable en primera persona, cuando no son algunas de sus obras las mencionadas, apareciendo en algunos casos en el propio título del poema. La frescura y la originalidad son una constante en la gran mayoría, lo cual ahonda en el espíritu del homenaje que se pretende hacia el de Sulmona, pues pocos poetas ha habido más originales, vanguardistas y transgresores que Ovidio. El propio Séneca se refirió a él como el más ingenioso de los poetas latinos, y así nos lo ha conservado la tradición, pues a poco que nos aproximemos a sus obras quedaremos hechizados por su gracia particular.
Sirvan estas líneas como anuncio de la referida antología, en la que ha colaborado el profesor Von Albrecht con un poema en el que interpela al vate y que adelanto aquí como primicia con su anuencia, acompañado de mi traducción al español:

AD OVIDIUM
Vix credam, sed adest iam bis millesimus annus
    Ex quo mortuus es tristis in exilio.
Musa tamen vivit, vivis tu, lusor Amorum,
    Mutantur formae, iam fugit exilium.
Semina non aliter moriuntur condita terrâ,                         
    Ut fecunda ferant germina mille nova.
Romanum imperium periit, sed viva Corinna,
    Mortuus Augustus, Naso poeta viget.
Quod non sperabas: tua gloria, magne poeta,
    Non contenta fuit finibus Imperii.                                    
Quantula pars terrae fuerat, quam, Roma, tenebas!
    Orbe legunt toto carmina, Naso, tua.
Ingenia in terris namque omnibus optima quaeque
    Te Musamque tuam, Naso poeta, probant:
Nec tantum, sed amant: Germania, Gallia, Thule,            
    Anglia, Dania, te Russia magna colit.
Italus et Dacus, Hispanus et Afer et Indus
    Quique ultra Oceanos Antipodes habitant.
Thybris, Hiber, Rhodanus, Rhenus, Tagus, Hister, Hydaspes,
    Te Nilus, Ganges, Phasis ad astra ferunt.                         
Iam te nec spatii nec temporis impedit ullus
    Terminus. Auditur vox hodieque tua:
"Aurea nunc vere sunt saecula. Plurimus auro
    Venit honos". Virtus friget et alget adhuc.
"Usus aquae communis" ais. Sed nunc quoque mater         
    Hospita cum natis vi prohibetur aqua.
"Sentiat ex imis Venerem resoluta medullis
    Femina" dixisti. Hoc Africa saeva vetat.
"Sit tibi Callimachi, sit Coi nota poetae
    Musa", sit aequalis docta puella viro.                                 
Iam tua verba hodie discunt recitare puellae:
    Mox matres natis verba Latina canent.
Naso redi! Iam cultus adest. Haec tempora vati
    Conveniunt. Linquas barbara, docte, loca!
Heidelberga vocat, vocitat te Myrtia: utrique                       
    Primus amicitiae Naso magister eras.
Audiet hinc lacerata odiis tua carmina Terra.
    Exilio finis. Doctor amoris, ades!



A OVIDIO

Apenas lo creo, pero aquí está ya el año bismilésimo
    desde que falleciste desdichado en el exilio.
Tu Musa no obstante vive, y vives tú, cantor de los amores,
    Cambian las formas, ya ha huido el exilio.
No de otro modo mueren las semillas escondidas en la tierra
    para, fecundas, proporcionar mil nuevos brotes.
El imperio Romano pereció, pero Corina vive,
    muerto está Augusto, Nasón el poeta florece.
Pero esto no lo esperabas: tu gloria, gran poeta,
    no se contuvo en los límites del Imperio.        
¡Qué pequeñísima parte de la tierra poseías tú, Roma!
    En todo el orbe se leen, Nasón, tus poemas.
Pues en todas las tierras tu talento superior,
    poeta Nasón, y tu Musa, agradan.
Y más que eso, te aman: Alemania, Francia, Suecia,           
    Inglaterra, Dinamarca y la gran Rusia te cultivan.
El ítalo y el dacio, el hispano y el africano, y el indo
    y más allá de los Océanos quienes en las Antípodas habitan.
El Tíber, el Ebro, el Ródano, el Rhin, el Tajo, el Danubio, el Jhelum,
       a ti el Nilo, el Ganges, el Rioni hasta las estrellas te elevan.
Ya no tienes ni en el espacio ni en el tiempo
   límite alguno. Y hoy día se escucha tu voz:
"Ahora en verdad son los siglos áureos. El mayor honor
    le toca al oro”. La virtud se enfría y llega a morir de frío.
"El uso del agua es público” dices. Pero ahora también a una madre
    huésped con sus hijos por la fuerza se le prohíbe el agua.
"Sienta, liberada, desde lo más profundo de sus entrañas a Venus
    la mujer" dijiste. A esto se opone, cruel, África.
"Que te sean conocidas la Musa de Calímaco, que lo sea
    la del poeta de  Cos", sea igual al varón la joven instruida.
Ya aprenden hoy día a recitar tus palabras las muchachas:
    que al punto las madres canten a sus hijos palabras Latinas.
¡Nasón, vuelve! Ya tienes tu culto. Estos tiempos a un vate
    convienen. ¡Apártate, docto, de lugares bárbaros!
Heidelberg te invoca, te invoca reiteradamente Murcia; en uno y otro lugar
    fuiste el primero como maestro de la amistad, Nasón.
Que oiga aquí tus poemas la Tierra, lacerada por el odio.
    Ha acabado el exilio ¡Tú, el que enseñas a amar, presente estás!


            Quisiera por último dar las gracias públicamente a Noelia Illán Conesa, una de las fundadoras y coordinadora de esta magnífica revista poética que es La Galla Ciencia, licenciada en Filología Clásica y profesora de Latín, quien también ha abordado el análisis de las Heroidas de Ovidio, en cuyo estudio fue pionera la Dra. Moya del Baño, alma mater de los estudios de Filología Clásica en la Universidad de Murcia -donde tanto Noelia como yo nos hemos formado-, desde su Tesis de Licenciatura sobre la Epístola de Hero a Leandro, hasta su "Estudio mitográfico de las Heroidas", objeto de su Tesis Doctoral, y su traducción para el CSIC de la obra ovidiana en 1986.

            Mi agradecimiento se hace extensivo de un modo muy especial a cuantos con generosidad han dado su consentimiento para que sus poemas aparezcan en un libro que confío en que pueda ver la luz pronto. Entonces llevarán su nombre, y espero merezca el juicio positivo de los estudiosos y amantes de Ovidio, en tanto en cuanto es su propósito dar testimonio de la capacidad del poeta para alimentar la llama sagrada e inextingible de la Literatura, ese monumento que ya Horacio ponderara como más duradero que el bronce. Y así es, sin duda, porque este hombre, al que, contra las advertencias paternas, cualquier cosa que escribía se le tornaba verso[1], tal y como él mismo predijera[2], es eterno.


Charo Guarino
Universidad de Murcia





[1] Quidquid tentabam dicere, versus erat (Tristia IV 10, 26). Cualquier cosa que trataba de decir, era verso.
[2] siquid habent veri vatum praesagia, vivam (Met. XV 879)Si alguna verdad hay en los presagios de los vates, viviré.

HOY FIRMA: PEDRO GARCÍA CUETO. "PABLO GARCÍA BAENA: UN POETA CLÁSICO CONTEMPORÁNEO EN SENTIDO HOMENAJE A SU MUERTE"

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Pablo García Baena vino al mundo el 29 de junio de 1921, había cumplido los noventa y seis años, camino de noventa y siete, cuando falleció el 14 de enero de este año. Hace casi tres años le dedicaron un cálido homenaje el Instituto Cervantes y la Fundación Loewe, porque García Baena se retira del jurado del famoso premio, porque la vista le falla y hace ya algún tiempo que tiene dificultades visuales. En el homenaje se habló de la importancia de su legado en la poesía española; así lo hicieron estudiosos de su obra, Luis Antonio de Villena y Guillermo Carnero, los cuales dedicaron sendos libros de investigación sobre el grupo Cántico, al que Baena perteneció. También habló de él Víctor García de la Concha, de forma muy cariñosa, haciendo mención de la humildad del poeta. 


De esa época (los años sesenta) en que ellos se conocieron, cuando García de la Concha y Ricardo Molina preparaban oposiciones a Instituto, Molina, gran amigo de Baena, presentó a este a de la Concha, cimentando así una amistad que ya va por los sesenta años.

García Baena ha sido y es un creador: su nacimiento, desde el grupo Cántico de Córdoba, fue un esfuerzo por romper la poesía social de la posguerra española, abandonar los temas de esa poesía y abrir puentes a un colorismo, a una ornamentación, a un lenguaje esmerado y barroco que no tuvo suerte en los premios Adonais, al que se presentó el grupo (Baena, Bernier, Julio Aumente, Molina, Vicente Núñez, Mario López y Ginés Liébana), pero que sirvió para que surgiera una nueva poesía, hermosa y luminosa, la de este grupo de poetas cordobeses.

Como bien dijo Francisco Morales Lomas en el homenaje que República de las Letras le dedicó, “Pablo sostiene su lírica en dos columnas que organizan su mundo expresivo: la palabra y la emoción interior” (p. 36). Muy cierto, porque la palabra de García Baena no elude nunca la emoción, sino que navega con ella, en gran armonía, sus poemas buscan la belleza, un mundo estético clásico grecolatino, donde, como si fuesen columnas, los poemas adornan un mundo interior luminoso. Este mundo recóndito, pero que va emergiendo como vidrieras de su interior queda reflejado en libros como Rumor oculto (1946), Mientras cantan los pájaros (1948), Antiguo muchacho (1950), Junio (1957) y Óleo (1958). Representan estos libros la primera etapa: en Rumor oculto el poeta cordobés exalta la Naturaleza desde un romanticismo que no excluye la tradición arábigo-andaluza ni el neoplatonismo de Garcilaso:

Quiero que sea mi verso
como luna de abril,
como las rosas blancas,
como las hojas nuevas,
Que mi cítara suene
como el agua en la yedra,
que mi canto sea nada
para que lo sea todo 
y que a mis versos caigan
heridas las estrellas.

La tradición de la buena poesía española late en García Baena, desde los tiempos en que leía en la Biblioteca Provincial de Córdoba a Machado, Lorca y a Juan Ramón, así como la reveladora Antología de la Poesía Contemporánea que recopiló Gerardo Diego. Gracias a Juan Bernier, su amigo, Baena leyó a Proust y a Cernuda, dejando honda huella en él, porque los destellos del mundo cernudiano, su compromiso con el mundo, desde una postura ética ante la vida, ya se convirtió en Baena en un compromiso que nunca ha dejado de cumplir.

Fueron Molina, Bernier y Baena los impulsores de Cántico: en 1945 ya editaron, tanto Molina como Baena, sus primeros libros, El río de los ángeles del primero y Rumor oculto del segundo. Pero el poeta cordobés no es sólo un rapsoda, también es un hombre apasionado por la arquitectura de su ciudad, por las tiendas de antigüedades.

Hay también en el mundo de Baena relación directa con la pintura, como si sus poemas fueran cuadros, lienzos donde se detiene el tiempo, el ocio predomina y la Naturaleza cobra destellos para iluminar al lector. También del mundo del cine, porque sus poemas están llenos de imágenes, como si una cámara filmase en secuencias los versos de Baena.

Y late, por ende, un compromiso con el ser humano, el deseo de hacer una poesía contrarreformista (como dijo Villena en el citado homenaje) en el sentido de católica y austera, pero sin que desaparezca el hedonismo, el paganismo que late en él, una confluencia atípica -como muestra uno de sus famosos poemas, “Viernes santo”, cuyo escenario es una iglesia, pero cuyo fondo es el erotismo que reina en el acto amoroso-, una comunión que en Baena tiene claro sentido, el esfuerzo por aunar su educación católica con la libertad del mundo de los sentidos.

Como dijo Manuel Francisco Reina en el homenaje que la revista República de las Letras le dedicó, late en el poeta cordobés un rechazo a la poesía social, pero para hacer una poesía que se compromete con el ser humano en lo que concierne a la emoción ante la belleza del mundo, ante el espectáculo de una Naturaleza que nos asombra, imperecedera, frente a nuestra caducidad humana.
Los novísimos (Carnero, Villena, Jaime Siles, Antonio Colinas) vieron en el poeta cordobés un espíritu que, partiendo de la tradición que representa Juan Ramón, Machado o Lorca, va más lejos, se hace moderno, porque no plagia (como dijo muy bien Villena en el acto homenaje) sino que reelabora para hacer una creación propia y singular, que ha de perdurar ante el paso del tiempo. Baena se convierte así en un clásico contemporáneo y nosotros en los lectores que encontramos en sus versos el espíritu de un hombre que ha entendido la belleza del mundo que le rodea. Su muerte no es el fin, porque queda su obra, que sí es inmortal.


Pedro García Cueto


Pedro García Cueto nació en Madrid en 1968. Licenciado en Filología Hispánica y Licenciado en Antropología Social y Cultural, doctor en Filología Hispánica por la UNED con la tesis: La ética y la estética en la prosa y la poesía de Juan Gil-Albert, con la calificación de sobresaliente cum laude. Profesor de Lengua Castellana y Literatura en la Comunidad de Madrid, entre sus obras podemos citar los libros: La obra en prosa de Juan Gil-Albert, publicado por la Institución Alfonso El Magnánimo de Valencia en el año 2009; la obra El universo poético de Juan Gil-Albert, 2009 (Instituto alicantino de Cultura Juan Gil-Albert); La mirada del Mediterráneoestudio de doce poetas valencianos contemporáneos, 2011, publicado en la Institución Alfonso el Magnánimo, y Juan Gil-Albert y el exilio español en México, publicado por la Biblioteca Valenciana en el año 2016. Y un buen número de publicaciones en revistas de literatura como Cuadernos del matemático, República de las letras, Ómnibus, Quimera…Lleva escribiendo artículos de cine desde el 2011 en varias revistas, entre ellas la revista Versión Original de la Fundación Rebross. Finalista de los premios de la crítica valenciana por el libro La obra en prosa de Juan Gil-Albert, en mayo de 2010. Ha impartido conferencias y ponencias y ha sido jurado de los premios de poesía Valencia que lleva a cabo la Diputación de Valencia, en el año 2015.


ESPECIAL HOY FIRMA: "PABLO GARCÍA BAENA O EL VICIO DE CREAR EN LIBERTAD"

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PABLO GARCÍA BAENA
O
EL VICIO DE CREAR EN LIBERTAD

A Ginés Liébana


Apenas cenó aquella noche. El Teatro Circo de Puente Genil se llenó de la emoción con la que alimentó el corazón de todos los que, en el patio de butacas y con un silencio reverencial, escuchamos su voz una vez más desde la oscuridad de un auditorio lleno. El V Encuentro de Poesía de Puente Genil nos reunió durante tres días para formar parte de un homenaje a la figura de Ricardo Molina en su centenario, y por extensión al grupo CÁNTICO y a tres poetas inmensos: María Victoria Atencia, Ginés Liébana y Pablo García Baena. La biblioteca municipal “Poeta Ricardo Molina” acogió en sus vitrinas las ediciones históricas de Cántico, y los salones de la ciudad celebraron la figura y el lujo de la presencia para todos nosotros de su gran poeta, y de sus magníficos amigos.

Aquella noche comentábamos desde nuestras butacas que Antonio Roa -organizador del Encuentro, junto a la Asociación Cultural Poética- había juntado en el escenario tres siglos de historia. Porque los tres elegidos que se unieron esa noche del 6 de Junio traían un regalo a cuya sombra cobijarnos, trajeron a todos los amigos que se fueron para crear entre nosotros otros nuevos; porque como dijo Cicerón a excepción de la sabiduría, no sé si los dioses han concedido a los humanos ninguna otra cosa mejor que la amistad. Pablo García Baena sembró en nosotros  ese mes de Junio, al que cantó tantas veces, una lección de convivencia con el pasado. Si algo hizo siempre de manera inmisericorde fue recordar, recordarnos que de la hermandad surgió todo y que el afecto trabó la vida de aquellos que por encima de todo se amaban como amigos. Y a todos ellos los traía cuando hablaba, a Juan Bernier, Julio Aumente, Mario López, Ricardo Molina, a los pintores Ginés Liébana y Miguel del Moral, a Vicente Núñez, a Vicente Aleixandre. Un puente temporal se abría en su presencia para brotar tan vivos como el río que da nombre a nuestra ciudad.

Aquella noche el canto a la belleza, a la vida y al amor que tantas veces mostró en su poesía se hizo carne en sus palabras. De aquel cuerpo curtido por la vejez asomó brillante la celebración de los sentidos, la lucidez de quien ha vivido por encima de los azares mundanos y vive en deuda con su pasado. Una deuda noble, en paz con todos y fundamentalmente consigo mismo, puesto que el hombre que se nos ha ido ha hecho siempre lo que le ha dado la gana. Dejó de publicar y según nos dijo también de escribir durante veinte años sin ningún rencor, viviendo su propio exilio y sin quejarse nunca del abandono, alejándose siempre del elogio y de la fugacidad de la gloria. Poeta desconocido para la inmensa mayoría hasta que en el año 1984 se destapa para el gran público (dejemos aparte la labor de Guillermo Carnero a finales de los setenta, y otras cuestiones eruditas); es en ese año con el Premio Príncipe de Asturias de las Letras y con la Medalla de Oro de la Ciudad de Córdoba cuando se le coloca ante los focos, cuando su nombre despierta la curiosidad de muchos. Y empezó también una carrera de reconocimientos envidiable y que consigue hacer justicia tras tantos años a un poeta excepcional, sublime en su misterio y precisión y que emborracha en su lectura tan bien como una buena ginebra, esa helada ginebra que en sus versos enfría el labio.

Aquella noche caminamos con Don Pablo a celebrar el final del encuentro en una cena institucional que afortunadamente careció de rigores protocolarios y nos permitió acercarnos a su brazo y a su verbo. Pero era tan inmenso el respeto que nadie fue capaz de atacar su bonhomía salvo para preguntarle si se encontraba bien en repetidas ocasiones y si todo era de su agrado. Las miradas caían sobre él y María Victoria Atencia, que presidieron la mesa y recibieron nuestro aplauso y homenaje al inicio, nuestro agradecimiento y admiración. Como si de un banquete romano se tratase aquel restaurante se convirtió en un espacio ritual donde los dioses y los humanos compartían espacio y un vínculo, un momento sagrado para rendirles culto y agradecerles los favores del alimento. Pero lo que parecía empezar como una comissatio terminó siendo más bien una vesperna, ya que a falta de albóndigas de faisán el menú invitaba más bien a las libaciones posteriores que a los manjares servidos (eso hay que mejorarlo, carísimo Antonio, por favor, que Don Pablo no probó bocado, por Dios, y nosotros acabamos de patatas fritas como adolescentes en época de exámenes…).

Doña María Victoria Atencia caminó del brazo de un “gallo” hasta el restaurante, y sólo él disfrutó de la conversación, atento a las enseñanzas y preguntas de una de las grandes poetas vivas que le quedan a nuestras letras. Don Pablo llegó tranquilo y ambos compartieron conversación durante la cena, hasta que el cansancio levantó al poeta y tras él a todos nosotros, camino de la puerta y de un taxi que nos lo robó para siempre.

Álvaro Pombo dijo una vez que Pablo García Baena era un hombre invisible, un poeta que salía para un homenaje, otro reconocimiento, otra laudatio, y después evaporarse en el humo de los días. A lo largo de los últimos treinta años en muchas ocasiones se ha repetido el juego y nuestro prestidigitador vio nacer numerosas antologías, reediciones canónicas de su poesía completa, un congreso internacional sobre su obra, el homenaje del Instituto Cervantes…

Y siempre volvía a Qart-tuba, Ítaca luminosa, porque aunque la halles pobre, Ítaca no te ha engañado1, porque la Córdoba de los años cuarenta que él observó con tanto desdén fue también la que modeló una generación de hombres inolvidables, la misma que hoy se rinde a sus pies y le despide con todos los honores. Recordamos hoy las palabras de Antonio Enrique cuando hace unos años constataba que “un poeta hoy carece de relevancia cívica; no son noticia sino cuando reciben algún galardón, (…) el poeta se convence del hecho de serlo cuando es noticia (…). La sociedad no parece que esté con nosotros. No interesamos”. Sin embargo García Baena se ha encargado de desmentirlo. Con absoluta honradez no necesitó reclamar atención hacia una postura estética (que era también ética) libre, heterodoxa y cosmopolita enfrentada a la poesía oficial del franquismo. No hay mayor dignidad posible, algo sólo al alcance de unos cuanto elegidos que al final terminan amansando la zozobra del destino.


Aquella noche se nos fue Don Pablo, se nos fue Doña María Victoria, secuestrados en taxis obscuros que nos dejaron trémulos y desasosegados como soldados ante la derrota. Pero, oh amigos, estaba Ginés. El último superviviente al paso del tiempo, incorrupto y vampirizante, capaz de cenar a base de gintónics como si fuesen zumos y mantener la fiesta hirviendo hasta la madrugada. No se sentó junto a sus amigos no por falta de respeto, más bien porque aquél no era lugar para él, “allí no pueden sentarse los jóvenes” nos susurraba mirando travieso la conversación que mantenían García Baena y Atencia, desatando las carcajadas de cuantos compartíamos mesa, libaciones y alimento con un seductor maravilloso.

Y a él va dedicado nuestro final, al único representante vivo de todo aquello que se nos fue hoy con Don Pablo pero que permanece en su memoria vivo, magmático, explosivo y aterradoramente exquisito.  Bendecida fue la causa de nuestra fortuna, como decía la canción, por disfrutar de tu compañía y tu magisterio en esos días, y en esas noches. Como un león dorado te hiciste con la admiración de cuantos devotamente te perseguíamos, una estrella del rock rodeado el último día, cuán diferente fue allí esa despedida, de tu corte de hambrientos seguidores como hicieran otros en los jardines de Akademos. La rebeldía vital de García Baena no nos ha abandonado mientras Liébana proyecte su luz mágica. Le roi est mort, vive le Roi!

Y sigamos leyendo, amigos. Que ese asidero aportado por el hombre que se nos fue no nos haga olvidar al poeta que nos brinda un asidero con toda la poesía del mejor 27 y los sesenta, que las rosas que reposan en tu tumba con su olor a cadáver no nos impidan gozar de un libro hermoso ya leído2, el de Pablo García Baena.


1.       Sí, Kavafis.
2.       Del poema Edad, de Pablo García Baena.






HOY FIRMA: ÁNGEL CERVIÑO: "UN POEMA PERDIDO DE ÁLVARO CUNQUEIRO: A PRIMEIRA ELEXÍA A MANOEL ANTONIO"

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PAPEL DE COLOR / Nº 1*

Un poema perdido de Álvaro Cunqueiro: 
A primeira elexía a Manoel Antonio



Creo en el encantamiento por las palabras 
como la serpiente cree en la flauta.
A. Cunqueiro





Entre los años 1933-1935 el poeta Álvaro Cunqueiro (1911-1981) edita una serie de hojas poéticas bajo la denominación Papel de Color. Consta este “pregón lírico" de Álvaro Cunqueiro de un total de cinco tarjetas impresas sobre cartulinas de diferentes colores en un formato homogéneo (17,5 x 11,5 cm), excepto la número cinco que es una tarjeta doble plegada al centro.

En los cinco números de Papel de Color aparecerán poemas del propio Cunqueiro (sendas elegías a Manoel Antonio), Aquilino Iglesia Alvariño, Ricardo Carballo Calero y Eduardo Pondal. Esta actividad editorial debe inscribirse en el marco del ambicioso proyecto Oficiña Lírica do Leste Galego que, entre los años 1933 y 1936, Cunqueiro pone en marcha desde Mondoñedo con la colaboración de Aquilino Iglesia Alvariño y Bernardo Vidarte, una hiperactiva “factoría vanguardista” [1] que será responsable de tres publicaciones: Papel de Color (1933-1935), Frol de Diversos (1935), Impresos Sentimentais (1936).





De Papel de Color se editaron cinco números, cuya tirada no rebasaba en ningún caso los treinta o cuarenta ejemplares, producidos de forma artesanal en la imprenta de un amigo de Cunqueiro en Ribadeo. Los poemas llegaban (sin previo aviso) por correo a los amigos y allegados, en un característico sobre azul que ya anunciaba la maravilla del contenido y la identidad del remitente. “Como una carta de la novia imposible que todos esperamos”, así describe uno de los afortunados destinatarios la llegada de su ejemplar (J. L. Ramos Pérez-Coleman, Heraldo de Galicia, 4-II-1935) [2]

Comunicación íntima, afectiva y directa entre el poeta y sus lectores, red social con cartero rural y bicicleta. Apenas un poema y una viñeta en cada envío, serie mínima, hoy absolutamente inencontrable, sometida a todas las vicisitudes históricas y personales, entre las que no es la menor el camino de la persecución y el exilio que muchos de sus receptores hubieron de emprender después del golpe militar de 1936. El ejemplar que reproducimos, por cortesía del Museo de Pontevedra, procede del legado allí depositado de Xosé Filgueira Valverde.


El primer envío de Papel de Color (1933) presentaba un poema del propio Cunqueiro, una elegía al poeta Manoel Antonio, fallecido tres años antes en plena juventud. El extraordinario poema de quebrada sintaxis y cristalina musicalidad, muy próximo a la poética rupturista del homenajeado Manoel Antonio, y sin duda contemporáneo de los poemas recogidos en el primer poemario de Cunqueiro Mar ao norde (1932), ha quedado fuera del cómputo general de la obra poética del mindoniense y, hasta donde sabemos, tampoco ha sido recogido en las últimas antologías publicadas con motivo del centenario. Una segunda elegía a Manoel Antonio aparecida en Papel de Color nº 4, sí se recogerá en el poemario Dona do corpo delgado (1950), con el título Derradeira elexía (Última elegía).



En 1928 (Cunqueiro tiene entonces 17 años) Manoel Antonio publica De catro a catro, un libro fundamental para la renovación de la lírica gallega y que sin duda habrá de ejercer una generosa y saludable influencia en las primeras entregas poéticas de Cunqueiro. Ese mismo año ve la luz, en una revistade su villa natal, [3]  el primer texto de Cunqueiro de que se tiene noticia, en el que podemos leer: “Llegaba a veranear a Mondoñedo, desde Madrid, el fino poeta José Ramón Santeiro. Traía las novedades, para mí, literalmente, una nueva luz: los libros de Alberti, Cernuda, Lorca, Guillén, Salinas...¡Qué inmensa borrachera de poesía en los bosques de Silva!”.

Nacida en esta atmósfera vanguardista, creemos que la primera elegía a Manoel Antonio, pese al circunstancial olvido en que ha ido cayendo tras su publicación en el primer número de Papel de Color, constituye una temprana –y casi secreta- cumbre de la poesía de Álvaro Cunqueiro. Embriaguez rítmica y fiesta de náyades a la orilla del mar, los rituales geométricos de este llanto cubista despiden al poeta añorado, entregando la pena al vaivén sintáctico de las olas.





Ollos si foi chorade funeiral de rio
Distantes descobertas mar chorade
Riveira tu en cristal torso iacente
Por loubanza de frol sono de illa
Ollos si foi en gaita despeinado
Descravada color rimada amante
Chorade lua nupcial por nadadora
Egloga d-outas mareas si quixera
Igoal adolescente en voz bucólica
Despedida de mans en obertura
Elexia tamén quixera si crecente
Tu por luz cardinal frol fenecida.


Ojos si fue llorad funeral de río
Distantes descubiertas mar llorad
Rivera tú en cristal torso yacente
Por alabanza de flor sueño de isla
Ojos si fue en gaita despeinado
Desclavada color rimada amante
Llorad luna nupcial por nadadora
Égloga de altas mareas si quisiera
Igual adolescente en voz bucólica
Despedida de manos en obertura
Elegía también quisiera si creciente
Tú por luz cardinal flor fenecida.


(Versión castellana: Ángel Cerviño)






[1] Rodíguez Fer, Claudio. "La factoría vanguardista de Álvaro Cunqueiro". Ínsula 536 (1991): 18-19.
[2] Citado por Luís Alonso Girgado, en la edición facsimilar de Papel de Color, Xunta de Galicia, 1999. Edición que no reproduce esta primera  tarjeta "por no haber encontrado ningún original" y se limita a reconstruir el texto a partir de la publicación de los tres primeros Papel de Color en el nº 139-144, de la revista Nós, Ourense 1935. Último número de la revista, salido de imprenta poco antes da sublevación militar de 1936, que no se llegó a distribuír y del que tan solo dos ejemplares sobreviveiron a la quema da imprenta de Ánxel Casal por los sublevados.
[3] Vallibria, publicación periódica dirigida por José Trapero Pardo. Citado por Cesar Antonio Molina, Álvaro Cunqueiro: volver a la dorada edad, en En honor de Hermes Madrid:  Huerga y Fierro,  2005.




*[Este texto fue publicado por primera vez en diciembre de 2011, en la web de la desaparecida editorial DVD, con motivo de la celebración ese mismo año del centenario del nacimiento de Alvaro Cunqueiro; pese al tiempo transcurrido todavía se mantiene en el olvido y fuera de las antologías esta Primera elegía a Manoel Antonio, razón más que suficiente para volver a reivindicar su importancia dentro del conjunto de la obra del poeta mindoniense y, sobre todo, para volver a gozar de la excelencia literaria de que ya daba muestras un jovencísimo Cunqueiro.]

HOY FIRMA: NATASA LAMBROU. "NICANOR PARRA: LA ANTIPOESÍA Y SU LEGADO"

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Nicanor Parra: la antipoesía y su legado


Nicanor Parra (Chile, 1914-2018) fue una figura polifacética de Chile; fue un matemático, físico y poeta que influyó en la literatura contemporánea no solo de su país sino de todo el subcontinente latinoamericano.

Nicanor fue descendiente de la conocida Familia o Clan Parra, una familia de artistas destacados; desde el padre de Nicanor, que fue un conocido músico de su época, hasta la famosa cantautora y pintora Violeta Parra (1917-1967) y la folclorista Hilda Parra (1916-1975), ambas hermanas de Nicanor, y la compositora Colombina Parra (1970), hija del gran poeta que sigue la tradición de dicha familia.  

Como es obvio, Nicanor vivió en el seno de una familia artística desde los primeros años de su vida. Se considera, junto con Raúl Zurita (1950), el poeta chileno contemporáneo más conocido después de Pablo Neruda (1904-1973). Fue el creador de una poesía anticonformista, antipoética, llena de elementos humorísticos y satíricos. Su antipoesía (término que está estrechamente vinculado con la figura del gran chileno) se ubica dentro de las corrientes post-vanguardistas. La antipoesía es un movimiento que trata de quitarle a la poesía del pasado su carácter serio y grave. En otro orden de cosas, esfuerza proyectar el modo de vida a través de un tono más “académico” a veces, o como si fuera una noticia periodística. Empleando frases hechas y lenguaje cotidiano, directo e irónico el creador da su propia realidad dejando fuera la lengua embellecedora de la poesía pasada.


Advertencias al lector

El autor no responde de las molestias que puedan ocasionar sus escritos:
Aunque le pese
El lector tendrá que darse siempre por satisfecho
Sabelius, que además de teólogo fue un humorista consumado,
Después de haber reducido a polvo el dogma de la Santísima Trinidad
¿Respondió acaso de su herejía?
Y si llegó a responder, ¡cómo lo hizo!
¡En qué forma descabellada!
¡Basándose en qué cúmulo de contradicciones!

                               (“Poemas y Antipoemas”, 1954)


La cotidianidad y lo burlesco de la antipoesía parriana buscan encontrar una realidad alejada de concepciones políticas y/o religiosas; buscan destruir los antiguos modos de ver el mundo y la concepción de la poesía que hasta aquel punto se consideraba como poesía tradicional. A Nicanor lo que le interesa es el hombre común, el hombre de cada día que puede ser un maestro de matemáticas (como él) o una persona que trabaja “para ganar un pan imperdonable / Duro como la cara del burgués” (Autorretrato, de “Poemas y Antipoemas”). Asimismo, en algunos de los versos de su “Manifiesto” son claras las referencias a los poetas chilenos de las generaciones pasadas: “poesía de pequeño dios” de Vicente Huidobro (1893-1948), “poesía de vaca sagrada” Pablo Neruda y “poesía de tono furioso” de Pablo de Rohka (1895-1968). A mi modo de ver, en su “Manifiesto” podemos ver toda su filosofía alrededor de su creación poética:


Manifiesto

Señoras y señores
Esta es nuestra última palabra
- Nuestra primera y última palabra -
Los poetas bajaron del Olimpo.

Para nuestros mayores
La poesía fue objeto de lujo
Tablas viejas devueltas por el mar.
Poesía adjetiva
Poesía nasal y gutural
Poesía arbitraria
Poesía copiada de los libros
Poesía basada
En la revolución de las palabras
En circunstancias de que debe fundarse
En la Revolución de las ideas.
Poesía del círculo vicioso
Para media docena de elegidos:
"Libertad absoluta de expresión".

Hoy nos hacemos cruces preguntando
Para qué escribirían esas cosas
¿Para asustar al pequeño burgués?
¡Tiempo perdido miserablemente!
El pequeño burgués no reacciona

Sino cuando se trata del estómago.

¡Qué lo van a asustar con poesías!

La situación es esta:
Mientras ellos estaban
Por una poesía del crepúsculo
Por una poesía de la noche
Nosotros propugnamos
La poesía del amanecer.

Este es nuestro mensaje,
Los resplandores de la poesía
Deben llegar a todos por igual
La poesía alcanza para todos.

Nada más, compañeros
Nosotros condenamos
- Y esto sí que lo digo con respeto -
La poesía de pequeño dios
La poesía de vaca sagrada
La poesía de toro furioso.

Contra la poesía de las nubes
Nosotros oponemos
La cabeza de tierra firme
- Cabeza fría, corazón caliente
Somos tierrafirmistas decididos -
Contra la poesía de café
La poesía de salón
La poesía de la plaza pública
La poesía de protesta social.

Los poetas bajaron del Olimpo.

                               (“Poemas y Antipoemas”)

Los grandes maestros europeos y norteamericanos como por ejemplo James Joyce (1882-1941) con su inclinación hacia el humor y la parodia, Virginia Woolf (1882-1941) con su fantasía y alegoría (gran ejemplo de esta imaginación es su obra Orlando[1]) y William Faulkner (1897-1962) con sus monólogos interiores, son solo pocos de los que dieron paso a los escritores contemporáneos de América Latina. Es la época de lo sarcástico y lo burlón, la época del efecto de pastiche[2] que sigue hasta hoy en día en muchas de las obras de los creadores actuales. La televisión y los modernos medios de transporte antes y el internet y las redes sociales ahora desempeñan un papel esencial en la formación de esos creadores.


Los epígonos de Nicanor Parra

Un gran creador siempre hay que tener epígonos. Nicanor Parra, aunque nos dejó hace casi un mes, tiene epígonos desde hace muchos años. Antonio Cisneros (Perú, 1942-2012), según Chang-Rodríguez (pg. 554), sigue el legado de Parra: “Las características más sobresalientes de este período[3] lírico de Cisneros son la ironía, la reflexión y la parodia. El lenguaje poético es sencillo y hace recordar los antipoemas del chileno Nicanor Parra.”[4]


Canto Ceremonial Contra un Oso Hormiguero

Aún te veo en la Plaza San Martín
dos manos de abadesa
y la barriga
abundante
blanda

desparramada como un ramo de flores baratas
olfateas el aire
escarbas algo

entre tus galerías y cavernas oxidadas
caminas
aún te veo
caminas
más indefenso que una gorda desnuda entre los faunos
más gordo
más alado

y ya aprestas las doce legiones de tu lengua
granero de ortigas
manada de alacranes
bosque de ratas veloces
rojas
peludas

el gran mar de las babas

oh tu lengua
cómo ondea por toda la ciudad
torre de babel que se desploma
sobre el primer incauto
sobre el segundo
sobre el tercero
torre de babel

que en 1900 fuiste lavado por tu madre en el mar de
La Punta
despacio
muy despacio
sin descuidar las ingles
las orejas
el trasero
las plantas de los pies

que dormiste entre los muslos de tu abuela para no sentir frío
mientras los muchachos
los otros

hacían el amor con las muchachas
puedo ver tu gran lengua
ay sin madre
ay sin abuela

tu gran lengua después de la jornada
jadeante
horizontal
un poco blanda
tu gran lengua en la cama
con vírgenes y arcángeles
de lata

oh tu lengua en reposo
y aún se reproduce
despacio
muy despacio
y todavía engorda

oh comediante de los almuerzos de señoras
oh vieja bailarina
oh torre de babel en la gran cama
maltrecha ya

por los combates fieros de tu hermano
capitán ballestero de sodoma
príncipe de gomorra
flor de lesbos
y ahora
no más tu madre
no más tu abuela

no más tu arcángel de la guarda
y ahora
océano de babas
vieja abadesa
escucha
escucha mi canto
escucha mi tambor
no dances más.
                                               
(“Canto Ceremonial Contra un Oso Hormiguero”, 1961)


Otro amante de la poesía de Nicanor Parra es el poeta Fesal Chaín. En Chaín tenemos este efecto de pastiche antes mencionado; el mejor ejemplo de este son los dos versos que siguen a continuación: “es mi verso lo que ves” (“Versos Sencillos”, 1891) de José Martí (Cuba, 1853-1895) y "debo gritar hasta morir" (“Versos del Salón, 1962) de Parra. A pesar de los versos claramente prestados, puesto que Chaín los emplea apostrofándolos, la voz del poeta sigue siendo fuerte y activa.


Recreación Anti parriana de Martí

Si ves la Cordillera de la Costa,
pequeña y vigorosa
"es mi verso lo que ves",
y sé que amas mi poesía
poseído
de tanto transitar
más antiguo
que los hielos eternos
o el vuelo de los cóndores,
entonces por ello
"debo gritar hasta morir"
¡Viva la Cordillera de Costa!


Natasa Lambrou





[1]              La obra, publicada en 1928, resulta ser el ejemplo para muchas autoras feministas contemporáneas i.e. “Quim-Quima” (1971) de Maria Aurèlia Capmany i Farnés (España, 1918 - 1991), para mencionar solo una.
[2]              El pastiche no tanto como plagio en esencia, sino como préstamo de versos o frases interesantes que nos dan una obra completamente nueva y fresca.
[3]              Década de los 1970.
[4]              Chang-Rodríguez, Files, “Voces de Hispanoamérica. Antología literaria”, Heinle Cengage Learning, U.S.A., 2013.


HOY FIRMA: PEDRO GARCÍA CUETO. "EXILIO Y CULTURA EN ESPAÑA EN LA MIRADA DE JORDI GRACIA Y VICENTE LLORENS"

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EXILIO Y CULTURA EN ESPAÑA EN LA MIRADA DE JORDI GRACIA Y VICENTE LLORENS


Jordi Gracia es catedrático de Literatura española en la Universidad de Barcelona y colaborador del periódico El País. Nacido en 1965 en Barcelona, es también un notable investigador del exilio cultural español y ha publicado, entre otros, el excelente ensayo La resistencia silenciosa, premio Anagrama de Ensayo en el año 2004, donde hace un magnífico repaso a las posturas políticas de los intelectuales ante la Guerra Civil española. No hay que olvidar tampoco su libro Estado y cultura, Premio Internacional de Ensayo Caballero Bonald en el año 2005 y otros libros de indudable interés, publicados todos ellos en Anagrama, me refiero a El despertar de una conciencia crítica bajo el franquismo y La vida rescatada de Dionisio Ridruejo.

Pero su último libro toca el interesante tema del exilio cultural español, que ya había estado presente en otros volúmenes de su obra, sin embargo aquí se centra en el exilio, por ello resulta muy interesante para ser comentado en este apartado dedicado a los intelectuales españoles en el exilio. Su título: A la intemperie (Exilio y cultura en España).

En el primer capítulo del libro titulado “La ilusión de una tregua”, tiene un apartado que resulta muy interesante donde hace una valoración de los exiliados hacia diferentes lugares del mundo, en la línea de Llorens, comenta lo siguiente sobre los exiliados a Francia:

“Muchos de los exiliados en Francia entre enero y febrero de 1939 (en torno a unos 40.000) volvieron muy pronto. Quienes no podían documentar familiares allí, ni amigos que los avalasen, ingresaban a la fuerza en los campos de refugiados franceses”.

Comenta también que todos aquellos que no podían documentar una relación familiar con Francia, tenían dos posibilidades: el alistamiento militar en la Legión extranjera o la vuelta a España. Por ello, volvieron alrededor de unos 250.000 refugiados a su país.
Las cifras que da Gracia sobre los otros exiliados a Hispanoamérica son coincidentes con las que dio Llorens, a Chile fueron unos 2.300 refugiados, a la Unión Soviética unos 1.000, a la República Dominica unos 3.000, a Argentina, Colombia y Cuba unos 2.000 y a México, alrededor de 5.000, en un principio, pero llegaron muchos más durante los años cuarenta.

El apartado titulado “La libertad del exilio”, es muy interesante, ya que nos informa del destino de muchos de los que se quedaron y de los que se fueron. Tal es el caso de Dámaso Alonso, quien no obtuvo la autorización de salir por parte de las autoridades republicanas, aunque (según Gracia) es probable que no hubiese salido de España, al igual que Aleixandre, enfermo o el joven profesor e ilustre investigador Rafael Lapesa.

El caso de Gerardo Diego fue de adhesión al Régimen, como los muy conocidos de Luis Rosales, Luis Felipe Vivanco, Dionisio Ridruejo, etc, todos ellos afines al Régimen y militantes en la Falange los últimos citados aquí.
Parece ser que Aleixandre recibe noticias de los exiliados, tal es el caso de su comunicación con Jorge Guillén (quien siempre despreció el avance comunista en la Guerra Civil española) o de las noticias que le da Dámaso Alonso en su grata y continua comunicación con Pedro Salinas.

El caso de Rafael Lapesa (como nos cuenta Gracia) fue un triste proceso de depuración, que le llevó a ser considerado simpatizante del Partido Socialista por la Comisión Depuradora de enero de 1940, muy cercano a Américo Castro y, además, se le culpaba de su extrema dedicación hacia el Centro de Estudios Históricos, por querer mantener la actividad cultural del Centro durante la Guerra (otros miembros del Centro como Tomás Navarro Tomás, director del Centro en el período anterior a la Guerra Civil, se exilió al final de la Guerra junto a Corpus Barga para acompañar al ya enfermo Antonio Machado en su lamentable y trágico final en Colliure.

Lapesa, vencido por las acusaciones, pudo entregar a Joaquín de Emtrambasuagas (otro hombre del franquismo) y a Miguel Herrero García ficheros y códices valiosos. Desde 1938 se creó, por orden de Franco, la agrupación de todas las Academias, incluyendo, claro está, el Centro de Estudios Históricos y se inició (a partir de febrero hasta agosto de 1939) el proceso de expulsión de la Universidad de Madrid a la nómina más brillante de profesores no afines al Régimen.

Lapesa, como nos cuenta el investigador catalán en su muy interesante libro, publicará más tarde su famosa Historia de la Lengua Española, en 1942, obra en la que llevaba trabajando mucho tiempo y en 1948, La trayectoria poética de Garcilaso. Pese a ese proceso de depuración, Lapesa consigue la cátedra que dejó vacante su maestro Américo Castro en la Universidad Central de Madrid. Lapesa no cede a la tentación del exilio, pese a que se le ofrece una oferta en la Universidad de Harvard.

Lapesa aceptará estancias en Universidades americanas por corto espacio de tiempo, pero nunca se quedará allí, también Dámaso Alonso será profesor visitante en Estados Unidos varias veces.

El caso de Adolfo Salazar, crítico y ensayista clave para la música, fue también digno de atención, ya que acaba en México, entre otras cosas, porque el patronato de la Casa de España, Daniel Cossío Villegas, le cuenta en noviembre de 1938 que ya están en México amigos como José Moreno Villa, León Felipe, José Gaos, Enrique Díaz-Canedo, etc. Otro exiliado con Salazar en la ciudad de México era Rodolfo Halffter, hermano mayor de Ernesto Halffter, importante hombre de la música.

Rodolfo era miembro del Consejo de Colaboración de Hora de España y profesor del Conservatorio Nacional de Música en México. Hubo casos, sin embargo (sigo en todo este estudio el libro de Gracia) como Luis Felipe Vivanco, quien se adhiere al Régimen y fue el encargado  de terminar la colonia de El Viso tras el exilio de Rafael Bergamín a Caracas en 1938.

La vuelta a España de algunos exiliados demasiado pronto es interpretada como connivencia con el Régimen, ya vimos la forma en que algunos se dirigieron a Juan Gil-Albert por haber traicionado los principios de la República y volver a España.
La figura de Ortega y Gasset fue una de las más polémicas, ya que había dudado seriamente sobre la adhesión a la República y había cuestionado duramente al comunismo. Ortega estuvo en Buenos Aires desde 1939 a 1942, pero viaja a Lisboa en ese año, cuando nada parecía prever un cambio de Régimen en España.

La gran decepción que sintió el filósofo (también exiliado en México) José Gaos por la decisión de Ortega de volver a España, viene, como nos cuenta Gracia por ese acercamiento del prestigioso filósofo hacia ideas reaccionarias:

“Tras su fallecimiento en Madrid, en 1955, Gaos afina su análisis, más allá de la decepción y seguramente más completamente informado. Subraya entonces el fracaso del magisterio de Ortega tras la guerra sobre dos certezas: “la doble imposibilidad de alistarse entre los defensores de la República y entre los sostenedores del régimen actual de España, ha debido ser un patético drama entrañado en lo más radical y sensible de la intimidad de Ortega que ha debido de hacer singularmente penosa su vida en los últimos lustros en el fondo incluso de su éxito internacional de los últimos años” (pp. 62-63). Ciertamente, Ortega vive la encrucijada de una no adhesión a los vencedores y de una desconfianza e incluso de un cierto desprecio hacia los vencidos.

En el muy interesante libro de Gregorio Morán sobre Ortega titulado El maestro en el erial, merece la pena (entre otras muchas páginas esclarecedoras y polémicas que contiene el libro) la que desvela el privilegio que Ortega tenía frente a otros intelectuales con el régimen y con adláteres como el gobierno de Portugal:

“Nuestro pensador goza de un rango excepcionalmente privilegiado, utilizando el término privilegio en las encogidas acepciones del momento. Tanto la embajada española en Lisboa, regida por el hermano del caudillo, Nicolás Franco, como los periodistas institucionales que pululan por la capital, tienen regulares contactos con Ortega, al que no se cansan de visitar y escuchar reverencialmente. Hacerle volver a España es un objetivo prioritario” (p. 83).

Su desprecio hacia los “rojos” es también una de las muchas informaciones que nos transmite el polémico libro de Gregorio Morán. La figura de Ortega queda así envuelta en sombras difíciles de desenredar.

Resulta interesante también lo que, yendo de nuevo al libro de Gracia, señala sobre la necesidad de los exiliados de colaborar en revistas españolas. Lo harán en los años cincuenta, hastiados de vivir lejos y de no estar presentes en un panorama que podía cambiar mucho, intelectualmente, con sus voces y opiniones.

Surge, con el apoyo de un censor y adicto al Régimen, Camilo José Cela, los Papeles de Son Armadans (creada en 1956), donde colaboran Américo Castro, María Zambrano, Emilio Prados, León Felipe o Rafael Alberti, entre otros.

Termina este apartado del libro de Gracia reconociendo la labor importante que hicieron, desde Madrid, Menéndez Pidal y sus amigos, Rafael Lapesa y Dámaso Alonso para dotar al Centro de Estudios Históricos (recordemos que ya se había perdido el espíritu que lo alumbraba y que el franquismo lo había convertido en una sección más de otros estudios intelectuales), Gracia dice, con razón, que no podía igualarse al Colegio de México y a la labor que se estaba haciendo allí, en libertad y exentos de la censura que vivía España, pero Pidal, Lapesa, Alonso y otros crearon el mimbre de un trabajo encomiable y silencioso, como el de las abejas, para restablecer la luminosidad de los antiguos estudios de antes de la Guerra, sin que el Régimen tuviese inteligencia suficiente para detectar la clandestina labor de estos grandes personajes de la historia de España.

Tanto fue así que en los años cuarenta en España se empezó a realizar una labor intelectual que dio sus frutos en la reanudación de la Revista de Occidente, en la creación de la colección de poesía Adonais y en otros pequeños empujes hacia una cultura en libertad desde la intelectualidad que vivía las dificultades de trabajar en España sin apoyar al Régimen, pero sin enfrentarse a él, como método de supervivencia.

Otro apartado del libro que merece nuestra atención es el que se titula “Vivir de veras”, donde el investigador y profesor catalán indaga en las decisiones de algunos intelectuales ante la posible vuelta a España o la permanencia en el exilio.
Uno de los casos de mayor renombre fue el del director de cine Luis Buñuel, el cual se pregunta qué debe hacer, la respuesta es la permanencia en el exilio, ya que la vuelta a España sería muy problemática y poco segura. Como sabemos, en su período mexicano el director aragonés intensificó su carrera, logrando algunas de sus mejores películas.

Sin sospecha de haber claudicado al poder franquista volvió sobre Carles Riba, quien regresó muy pronto a España, y Joan Oliver, el cual tuvo que visitar la Cárcel Modelo en varias ocasiones, concretamente (como nos cuenta Gracia) durante un par de meses, entre los cuales fallece su mujer. Oliver es, por ello, un hombre abatido por la mala suerte y por la inquina de unos hombres sin moral y sin escrúpulos. Pese a todo ello, se recompone del dolor y prepara y edita él mismo sus poemas en la editorial Aymá, estrena en el teatro Romea su versión del Misantrop en 1950, etc.

En el caso de Ferrater Mora, el exilio supuso un duro trance, tanto que soportó duros ataques intestinales en Chile, antes de pasar por Princeton en 1948 (residió en la casa que le prestó entonces Américo Castro). Fue prolífico en el exilio, ya que decidió, como muchos otros, sobreponerse al dolor de vivir fuera de su país a través de la creación.
Hizo el Diccionario de Filosofía en 1941 y un grupo de ensayos que reúne en Las formas de la vida catalana (1944).  Joan Oliver  aconseja  a Ferrater Mora en 1950 que regrese a España.
No todos los exiliados llevan con pena su tiempo de emigración, en el caso de Buñuel, nos cuenta Gracia, que se siente a gusto en México, sus palabras refiriéndose a la idea de España como una comparación con la Edad Media que a veces se imagina, resulta hoy dolorosa, pero no lo era tanto ante una España que había quedado relegada en el tiempo por el nuevo Régimen.

Gracia también alude en este apartado a Juan Gil-Albert, concretamente haciendo mención de su vuelta a España en 1947. Pero lo que le interesa al investigador catalán es la imagen que el escritor alicantino encontró al volver:

“Cuando lo hizo en 1947, Juan Gil-Albert encontró “un fantasma que cobraba realidad”, un fantasma porque pareció durante un tiempo que la España negra, la España eterna, había sido arrumbada por fin” (pp. 108-109). Lo que cuenta Gracia incide en ese espectáculo de Edad Media, al que se refería Buñuel y que también lo fue para los ojos asombrados de Juan Gil-Albert:

“Lo que él encontró a su regreso fue la inflación religiosa, la exhibición impúdica de la fe, la artificiosidad teatral y exacerbada, combinadas con una moral ciudadana “de baja factura y, para el que volvía a la patria que dejó, visiblemente deteriorada” (p. 109).

Otro personaje que nada tiene que ver con Gil-Albert, el cual vivió su exilio interior a la vuelta a su país y no tuvo (hasta bien entrada la democracia) reconocimiento alguno, salvo el abrazo de los poetas jóvenes de los setenta que encontraron en él un modelo a seguir, fue Ramón Gómez de la Serna, quien vuelve para recibir audiencia de Franco, con lo que su ideología reaccionaria queda de manifiesto. La fotografía de media página (como nos dice Gracia) puede verse en el ABC el 26 de mayo de 1949.

En el apartado del libro titulado “La cortina de hojalata”, donde comenta lo que he citado sobre la connivencia de Gómez de la Serna con el Régimen, Gracia expresa interesantes consideraciones sobre el exiliado y su exilio:
“Al exiliado se le detiene la historia en la memoria porque los cambios suceden mientras él no está, pero no sólo porque no habita su lugar de origen, sino porque ese lugar ha dejado de expresarse y de vivirse como fue: los olores y las calles, los colores y las fachadas…” (pp. 121-122).

Hay una imposibilidad, concluye Gracia en este fragmento, de vivir con la realidad, ya que pesa el recuerdo idealizado y la vuelta a un lugar que ya no es el mismo, les hacer vivir ensimismados.

Hay muchos nombres que Gracia menciona en este estudio apasionante, pero para no abrumar con nombres y destinos que nos separarían de nuestra verdadera intención, trazar un panorama de conjunto del exilio cultual español, cabe señalar una última cita de este apartado, referente a la imagen que el Régimen tuvo del exilio, porque llegó un momento en que era necesario crear una apertura para dignificar un sistema con muchas sospechas y sombras:

Rafael Alberti
“El exilio fue para el régimen un problema aplazado a conciencia, reprimido y represaliado como lo fueron los testigos mudos de la derrota en el interior. Pero dentro del propio sistema franquista irrumpió de nuevo la realidad: para las clases intelectuales del régimen, para sectores universitarios e ilustrados, para algunos jerarcas falangistas, la evolución y la estabilidad del sistema aconsejó cambiar de estrategia, aunque fuese solo de manera transitoria o de prueba” (p. 139).

Volvieron entonces, en los años cincuenta, científicos exiliados, se procuró cierta tolerancia con respecto a escritores antes marcados, etc. Se empezaron a leer en la España de los cincuenta artículos de Max Aub, Guillén, Juan Ramón Jiménez, León Felipe, Ayala, Ferrater Mora, etc.
El último apartado titulado “Democracia caníbal” también merece atención. En él aparece un interesante apartado titulado “Huir de aquí”, donde Gracia examina diferentes actitudes ante un futuro que no se vislumbraba con claridad. Como comenta el profesor catalán Max Aub nunca entendió lo que le dijo el gran poeta Ángel González cuando éste le comentó que le hubiese gustado haber estado en el exilio mucho antes de su periplo americano, ya que la vida en España, para el poeta asturiano estaba presidida por una mediocridad latente en cada rincón.

Como comenta Gracia desde 1946 empieza una nueva etapa de emigración, como le ocurrió Manuel Tullón de Lara quien se exilió a Francia ese año. La paradoja es inevitable, como nos cuenta el profesor catalán, el exilio de algunos hombres de la cultura “asfixiados del interior” que les tocó vivir y la vuelta de otros que viven el “agobio exterior” y que desean volver a su país, pese a la falta de libertad.

Personas tan importantes para nuestra cultura como José Ángel Valente, Alfonso Costafreda, Joan Ferraté, Esteban Pinilla de las Heras, etc, se marchan al exilio para encontrar una situación laboral mejor que la que tienen en España. Otros como Juan Goytisolo, Fernando Arrabal, Eugenio de Nora, Gonzalo Sobejano, Emilio Lledó, etc, ven un mejor futuro fuera de nuestras fronteras.

En el año 1954 se crea una nueva plataforma de contacto entre los exiliados y los que viven en España, su nombre Cuadernos del Congreso por la Libertad de la Cultura. Se trató de contrarrestar la influencia comunista en la clase y la vida intelectual de España, fue fundado a iniciativa de la CIA (ya conocemos la inquina que el gobierno americano tuvo contra el comunismo). Los liberales que realizan una propaganda antimarxista desde esta plataforma editorial fueron, entre otros, María Zambrano, Rosa Chacel o Luis Araquistaín. También el filósofo Ferrater Mora formó parte de este grupo. No hay que olvidar otra revista en el exilio Ibérica, fundada por otro hombre de la izquierda en el exilio, pero nada sospechoso de comunismo alguno, Salvador de Madariaga.
Un caso interesante que cuenta Gracia en este apartado fue el de Rosa Chacel, gran amiga de Juan Gil-Albert. Nos  cuenta  el  investigador  catalán que la escritora ya tuvo confrontación con los miembros de la revista Hora de España por la forma de luchar intelectualmente en la guerra. La escritora fue presa de una importante depresión que le persiguió muchos años, pese a la beca Guggenheim que disfruta en la ciudad de Nueva York entre 1959 a 1961 (antes estuvo en México, como ya comenté antes).

Rosa Chacel mantiene buenas relaciones con el joven exiliado Jaime Salinas, con Jorge Guillén, con Juan Marichal o Joaquín Casalduero. Rosa vuelve a España durante seis meses , concretamente a Madrid, entre finales de 1961 y 1962. Parece ser que las razones, como nos cuenta Gracia, tienen que ver con sus problemas oculares y la necesidad de ser atendida en condiciones  en Madrid, ya que en Nueva York los tratamientos médicos son muy costosos.

Se marcha después a París y de allí volverá a Madrid en un segundo viaje, esta vez durante año y medio. Estamos en 1963 y la escritora inicia una nueva colaboración con la segunda etapa de la Revista de Occidente que ha aparecido recientemente. Son los años en que vieron la luz libros como Ritmo Lento de Carmen Martín Gaite o el prestigioso y muy reseñado Tiempo de silencio de Luis Martín Santos.

Ya ha ocurrido (fue en 1962) el famoso contubernio de Munich, cuando se inicia una notable apertura hacia la democracia por parte de intelectuales que estuvieron al lado del franquismo, como fue el caso de Dionisio Ridruejo, quien inicia uno de los procesos de cambio hacia la crítica al Régimen desde su falangismo de inicio hacia una visión necesaria de aperturismo y de democracia, lo cual le traerá períodos de detenciones que no podemos desarrollar aquí, dada su extensión.
Son tiempos de cambio, ya que el Régimen estaba desgastado, notablemente y muchos empiezan a demostrar sus diferencias con la dictadura.

No sólo fue Rosa Chacel quien inició viajes tímidos a España (cortos y desencantados) también fue el caso de Max Aub quien vuelve a Barcelona en 1969, como lo cuenta magistralmente en su imprescindible libro La gallina ciega. A Max Aub le fue denegado el visado en 1963 y no viajó a España hasta el año que he comentado antes, el desengaño de la vida española, llena de mediocridad y en un mundo que en nada se parece al que conoció marca de lleno los días de su estancia en nuestro país.
Para no extenderme más con este libro, pese a la extensa documentación que contiene que he resumido aquí, comento sólo una apreciación final de Gracia que sirve para sintetizar lo que fue el exilio y sus consecuencias:

“Ni el poder franquista acabó pronto ni el exilio pudo ganar apoyos para acabar con el franquismo;  ni el franquismo logró proteger a la cultura peninsular del contagio del exilio ni el exilio se desentendió de la España del interior; el exilio no encarnó heroica y exclusivamente la derrota porque fueron muchos los derrotados y resistentes del interior; el telón de acero se fue haciendo cortina de hojalata y, con todo, tampoco la ilusión del regreso  pudo  mantenerse  viva  demasiado  tiempo  porque no hay ruta de regreso a la memoria” (p. 194).

Juan Ramón Jiménez
Tiene razón Jordi Gracia, el regreso a la memoria es imposible, por ello, nunca volvieron a ver su país como lo habían presenciado en los tiempos anteriores a la guerra Max Aub o Rosa Chacel, por poner un ejemplo, tampoco Gil-Albert encontró su misma Alcoy natal, algo significativo había ocurrido. La Guerra Civil, el dolor inmenso que había causado, el rencor que dejó en los dos bandos pesan todavía hoy en algunas generaciones e, incluso y para desgracia nuestra, en nuestra clase política, por ello, el exilio lo era para siempre, porque no hay, como dice impecablemente Gracia, regreso a la memoria.

Su libro nos informa, pero también nos hace meditar por un tiempo que ha dejado huella en muchas generaciones, que truncó proyectos, planes humanos, pero que también, dada la constancia y la fuerza del ser humano, enriqueció otros países, como México (la gran labor del Colegio de México, por ejemplo), ya que se siguió creando, publicando, investigando y, como dice el investigador catalán, la dictadura no pudo ni supo cortar la comunicación entre los de dentro y los de fuera, una corriente que fue muy fluida en algunos casos, tanto que algunos de los que pertenecieron al falangismo, como Ridruejo, encontraron otras formas de pensamiento, amparadas en un mundo más libre, lejos de su  primera ideología.

Rosa Chacel, herida por dentro y por fuera, volverá a España definitivamente en 1973 con una beca de la Fundación Juan March para terminar su conocido libro  Barrio de maravillas, Murió en Madrid en 1994.
Max Aub, sin embargo, volvió a México, tras su estancia en España en 1969, murió allí en 1972. Su visión de España desencantada y agria, le dejó un triste y amargo sabor, quizás porque su vida tampoco había sido fácil, nos quedan sus libros, imprescindibles para entender una visión de la Guerra Civil y la posguerra fundamental para cualquier estudioso de esa época.


LA MIRADA DE VICENTE LLORENS AL EXILIO REPUBLICANO ESPAÑOL


Fue el maestro Llorens una de las personalidades que más ahínco puso en el estudio del exilio cultural español. En el prólogo al libro que voy a comentar, Estudios y ensayos sobre el exilio republicano de 1939, podemos conocer las palabras muy acertadas de Manuel Aznar Soler cuando recuerda que Llorens fue el mejor historiador de nuestros exilios culturales españoles.

Dice también en el citado prólogo lo que fue también el periplo de Llorens en el exilio, su llegada a Ciudad Trujillo, lo que convierte al investigador valenciano en una figura fundamental para entender el exilio, porque también lo sufrió en sus propias carnes:
“Vicente Llorens, exiliado de la España Peregrina, llegó a Ciudad Trujillo, con ganas de dejar de ser un desterrado errante” (p. 35).

Es cierto que su periplo ya era largo para aquel entonces, me refiero a 1940, había estado en Francia anteriormente y ya le parecía una eternidad ese período, pero el México inicia un interesante periplo por el mundo académico, como nos cuenta Aznar Soler: “Acababa de ser nombrado profesor de Literatura española en su Universidad (Ciudad Trujillo)  y recuperaba la ilusión de reanudar su carrera académica…” (p. 35)
El profesor Llorens quiere recuperar muchos libros que tenía en Madrid y que ahora necesitaba, pero él ignora que su casa de Madrid ha sido saqueada, con lo que perdió también su ingente biblioteca.

Le regalan libros y compra otros, hasta conseguir doscientos volúmenes, pero en dos años ya se halla en Santo Domingo, el exilio no ha terminado, ya que entre 1945 y 1947 ejerció como profesor de Literatura española en la Universidad de Río Piedras, en Puerto Rico. Llorens ya está realizando un trabajo esencial e imprescindible sobre la poesía española del destierro.

Pasará luego a la prestigiosa John Hopkins University de Baltimore, en 1947 (fue Pedro Salinas quien le consiguió el puesto en esta prestigiosa Universidad). Podría hablar largamente de una figura tan prestigiosa, pero me interesa para este estudio su visión del exilio cultural español:
“La vida del desterrado apenas merece tal nombre. Rota, frustrada, vacía, fantasmal, está en realidad más cerca de la muerte que de la vida” (p. 105).

Pone el ejemplo de Ovidio, desterrado, recordemos que escribió en su exilio Las Tristia, bello poema que aún nos conmueve. Para el que le destierran, la muerte en vida es una realidad, es una sensación que pesa en el espíritu y en el cuerpo:

“Ya no habla un ser viviente, sino un ser que pertenece al pasado. Por lo menos, la existencia del desterrado, y éste es uno de sus rasgos más característicos, se proyecta anormalmente hacia el pasado. Como el anciano, el desterrado, viejo prematuro, vive casi del recuerdo” (p. 105).

Acierta Llorens, porque el tiempo del exilio no es el mismo, es como si todo se hubiese fragmentado, las horas son distintas a las que el desterrado siente en su patria. Ese desarraigo pesa en el espíritu del hombre sin patria.

Pero el desterrado, nos dice Llorens, vive para volver, porque sí tiene patria, aunque no lo parezca ya, una patria que vive en su imaginación, que crece en sus sentimientos, que se fragua dentro de él:
“Ante la imposibilidad de desprenderse del pasado, pero temiendo perecer en él al mismo tiempo, el desterrado, tendiendo la vista hacia adelante, acaba por crearse otro futuro, tan estrechamente vinculado al pasado que casi parece la transposición hacia el porvenir de lo que ya pasó: la esperanza del retorno a la patria” (p. 106).

Todo lo que he citado pertenece al libro, concretamente al apartado titulado “El retorno del desterrado”, escrito en 1948. Pero es muy interesante el apartado que lleva por título “La actividad literaria de la emigración española”, escrito en 1949, ya que nos desvela algunas ideas interesantes como el peso que tiene el exilio tras la Guerra Civil, el cual supera en número de exiliados al de otros que se han producido en otros tiempos de la historia de nuestro país:
“Numéricamente, la emigración republicana española de nuestros días supera a cada una de las emigraciones de afrancesados, constitucionalistas, carlistas, moderados y propagandísticas del siglo pasado, y aún a todas ellas juntas” (p. 129).

También nos dice que el exilio español excedió el de otros períodos en lo que se refiere a la geografía, ya que muchos desterrados fueron a América:

“Mientras las emigraciones anteriores no rebasaron en general los límites del occidente europeo, la actual ofrece el hecho nuevo del contacto con América, y especialmente con el mundo hispanoamericano. Factor de extraordinaria importancia no sólo por lo que ha contribuido a condicionar la existencia del emigrado sino también por su repercusión en el orden intelectual” (p. 129).

Además, señala que la imposibilidad de escribir para los de su propia tierra, debido a la censura, las obras tienen su público preferentemente en Hispanoamérica, donde fueron a parar muchos de ellos. La ventaja, naturalmente, fue la lengua común, lo que supuso algo favorable para los exiliados que desconocían el idioma inglés o francés y pudieron expresarse en su mismo idioma, porque los lectores gozaban del privilegio de compartirlo.
Cita a intelectuales importantes, como los poetas Pedro Salinas, León Felipe, Juan Ramón Jiménez, Emilio Prados, Moreno Villa, Alberti, Benjamín Jarnés, Ramón J. Sénder, Ortega, José Gaos, etc.
Pero destaco de todo ello su apreciación de la obra de León Felipe como la que más constancia ha tenido en lo que respecta a la poesía combativa, ideológica:

“León Felipe es casi el único representante de la poesía combativa, de larga tradición entre expatriados políticos y cuyo más inmediato antecedente español se encuentra en Unamuno. Pero el sentido nostálgico de la patria y otros motivos líricos del destierro aparecen fugaz o insistentemente en la obra de casi todos. La evolución de la tierra nativa adquiere particular interés en los poetas andaluces: Cernuda, Alberti, Prados, Garfias, Rejano” (p. 132).

También señala la labor creativa y docente que tuvo lugar en el exilio y cita el Colegio de México, donde muchos intelectuales españoles pudieron desarrollar su labor:

“Por fortuna, casi todos ellos tuvieron acogida en diferentes universidades  o en instituciones como el Colegio de México, donde además de la labor docente han podido proseguir sus estudios o iniciar nuevas investigaciones” (p. 135).

Cita nombres tan importantes como Américo Castro, Navarro Tomás o Claudio Sánchez Albornoz, entre otros.
Otro apartado interesante es el que dedica a los temas, en el apartado titulado “La imagen de la patria en el destierro”, escrito en 1949, donde nos habla, entre otros temas, de la figura de Luis Cernuda, gran poeta sevillano y un exiliado doliente en Inglaterra, Estados Unidos y México.

Se trata de un artículo donde Llorens nos habla de la visión de la patria que tiene Cernuda, el contraste entre el mundo práctico que supone la vida del exiliado y el mundo interior que tiene Cernuda, donde sobrevive una imagen de España, hecha de luz y de sombra.

Para Llorens, la lejanía en la que vive el poeta sevillano hace más vivo el recuerdo, el poder de la memoria está más presente:
“Las cosas adquieren nueva claridad porque están iluminadas por el amor, que quiere fijarlas para siempre, sin que la distancia o el tiempo logren borrar su contorno” (p. 151).

Habla el investigador valenciano de revelación para referirse a ese poder de la memoria, las cosas se revelan, surgen con nuevos contornos ante la luz del tiempo, como si no fueran iguales a las que conoció entonces.

Refiriéndose Llorens a la visión que tiene Cernuda del Escorial dirá lo que cito ahora, comprendiendo que el desterrado mira de otra manera, hace que el pasado se revele en el presente con nuevas tonalidades, donde se adivina lo eterno que hay en nosotros:

“El desterrado, perdido cual ningún otro ser en lo movedizo y transitorio, al buscar anhelante un asidero firme a su vivir insatisfecho, ha convertido al Escorial, como creación armónica del hombre ante la naturaleza, en el símbolo del gozoso y trágico vivir humano que aspira a eternidad; a una eternidad no de muerte como en la visión de Gautier, sino de vida” (p. 154).

Cierto, porque Cernuda sabe que hay una aspiración a lo eterno, que sólo se consigue en el instante, cuando podemos crear una nueva realidad de aquello que recordamos, sólo así somos verdaderos dioses en un mundo de barro.
Otro apartado muy interesante del libro lo dedica Llorens a la lengua del desterrado en un capítulo titulado “El desterrado y su lengua. Sobre un poema de Salinas”, resulta interesante lo que el profesor valenciano dice acerca de la lengua ajena y la imposibilidad de expresarnos adecuadamente, perdidos los resortes de la nuestra, donde podemos encontrar todos los matices que la otra no sabe darnos:

“Habituado a manejar sin esfuerzo los más sutiles resortes del propio idioma, necesitaría poder moverse con igual desenvoltura dentro del ajeno para sentirse a gusto. Por su condición intelectual está llamado a convivir entre gentes de su calidad, tan hábiles en su  lengua como él en la suya. Mantener tal convivencia en términos decorosos es poco menos que imposible” (p. 156).

Considera Llorens que el poeta no sabe expresarse, desde el romanticismo, en otra lengua que no sea la suya. Sabe el pensador valenciano que todos volvemos a nuestra lengua, que el ímprobo esfuerzo de traducir los pensamientos a otra lengua son temporales, nada tiene la homogeneidad que nuestro propio idioma para la poesía y para la propia vida:

“De todos modos, el emigrado es más bien un escritor bilingüe; la adopción de la lengua ajena, debida a circunstancias muy diversas, suele ser temporal; tarde o temprano acaba por volver a la suya” (p. 157).

La idea del desterrado que se aleja, que se vuelve hierático, que deja de comunicarse, en una suerte de ensimismamiento, como le ocurrió a Juan Gil-Albert, refuerza el amor por su idioma, único eslabón que le queda a un mundo que ha querido y sigue queriendo en el recuerdo.
Pone el ejemplo de la prosa de Salinas, el gran poeta del veintisiete, cuando dice lo siguiente:

“El lector menos atento puede observar en la obra de Salinas que la prosa de sus años de destierro no es como la anterior, y que esa diferencia no parece deberse a un cambio deliberado ni a un proceso de madurez literaria” (p. 158).

La explicación reside en el goce que tiene la propia lengua en un mundo extranjero, donde su idioma no tiene la importancia que los amantes del verbo le dieron en el suyo. La identificación con su propia vida es total: “Su raíz es más profunda: el afán de afirmación propia a través de la lengua, con la cual se identifica plenamente. Salvarla es salvarse; por eso teme también perderla” (p. 159).

Llegará a decir, al final de este capítulo, donde comenta un poema de Salinas dedicado a su lengua, en el libro Todo más claro, lo que yo considero una declaración de  amor  a  un  idioma  que  no  abandona, sino que es compañero de infortunios en la soledad infinita del exiliado:

“Gracias a la lengua, el poema será posible; pero sus santas palabras, además de hacerle poeta, tienen la virtud de mantenerle ligado a su origen. Al sentirse así vivir dentro de su milenaria comunidad tradicional, patria verdadera y permanente de la que nadie puede arrancarle, el destierro quedará abolido” (p. 166).

El destierro es sólo un sueño, incomparablemente inconsistente al lado del poder de arraigo a su tierra, a la lengua madre, al amor que siente por ella y que le sustenta en el difícil camino de vivir en otro país que no sea el suyo.

Un capítulo interesante, porque se refiere más a personas determinadas, abandonando los temas y las reflexiones que he comentado hasta ahora, es el que lleva por título “La emigración republicana de 1939”, fechado en 1976, el más extenso sobre el destino de los republicanos en el exilio.

Resulta interesante el apartado que dedica a la emigración a Francia, cuando documenta alrededor de cuatrocientos mil los refugiados en ese país. También es interesante la mención de Llorens al destino de los exiliados, cuyo sino fue acabar en campos de concentración. Las fuerzas armadas francesas condujeron a los fugitivos a los campos. Algunos muy conocidos como el de Saint-Cyprien , donde estuvo Gil-Albert, como ya comenté extensamente antes:

“Tristemente célebres fueron los de Argelès-sur-Mer, Saint-Cyprien, que en marzo de 1939 contenía ciento dos mil hombres, y Bacarès, el más reciente y mejor establecido, que gracias a la organización de los propios confinados llegó a disponer hasta de una biblioteca” (p. 291).

 También menciona otros campos, localizados en Gurs, en los Bajos Pirineos, donde se reunieron miles de vascos, de combatientes de las Brigadas Internacionales, los cuales dieron clases de lengua, matemáticas, física y aerodinámica a los otros exiliados. Concretamente, en Agde, en Hérault, hubo numerosos catalanes y dieron clases de francés maestros de escuela de poblaciones vecinas.

Los Campos no se sustentaron sin una ayuda, que, como era previsible, venía de los propios republicanos españoles, el SERE (Servicio de Evacuación de Republicanos Españoles), también hubo ayuda de grupos políticos o humanitarios de diferentes países. Esto facilitó que los Campos fueran lugares donde se pudo hacer una vida casi normal, con recitales poéticos, estudio, lectura y juegos (ajedrez, fútbol).
Otro aspecto interesante que investiga Llorens en este apartado es el de las diferencias entre el destino de los exiliados a Francia con respecto a los que emigraron a México y a otros países de Hispanoamérica.

Merece la pena, de nuevo, citar las palabras de Llorens: “La situación de escritores y periodistas emigrados -cuyo deslinde profesional difícilmente  puede  trazarse  en  España  desde  tiempos  de  Larra- no  fue la misma en la América  de  habla  española  que  en  los  países  europeos. Mientras  en  México encontraron unos y otros ocupación en la prensa mexicana como redactores o colaboradores, en Francia hubieron de confinarse, salvo raras excepciones, a los periódicos que ellos mismos fundaron” (p. 298).

 La diferencia se halla en que los exiliados en Francia colaboran en revistas esencialmente políticas, donde muchas veces no percibían remuneración por sus colaboraciones, frente a los exiliados en México donde sí hubo revistas que tocaron temas literarios y percibían un dinero por colaborar.

Menciona Llorens ejemplos de diferentes intelectuales que fueron a Hispanoamérica como el caso de Corpus Barga, quien en 1957 se trasladó a Perú para dirigir una escuela de periodismo, o Federica Montseny, conocida como escritora anarquista, que residió en Francia largos años.


Trágico destino sufrieron el escritor Julián Zugazagoitia que, junto con otros hombres de trayectoria política como el sindicalista Juan Peiró, ministro con Largo Caballero y Luis Companys, uno de los fundadores de la Esquerra Republicana y sucesor de Maciá en la Presidencia de la Generalitat, fueron detenidos por la policía al producirse la ocupación alemana de Francia y fueron devueltos a España. Los aquí citados fueron sentenciados a la pena capital por tribunales militares y ejecutados.

En África del Norte, también hubo emigrantes. Fue el caso de Max Aub, famoso escritor que estuvo en el campo de castigo de Djelfa, en Argelia. Antonio Turiel fue profesor en el Liceo de Rabat, en Argelia se asentaron muchos militares, muy activos en política. En 1946 (como nos recuerda Llorens) empezó a publicarse en Argel el periódico III República, portavoz del Consejo de Gobierno de la Tercera República.

Fue la Unión Soviética uno de los lugares donde se exiliaron personajes muy comprometidos políticamente con la izquierda, tal fue el caso de Dolores Ibárruri, “La Pasionaria”, otros personajes destacados fueron Enrique Castro Escudero y Jesús Hernández, éste procedente de Murcia y muerto en México en 1971. Fue antiguo director de Mundo Obrero y ministro durante la guerra del gabinete de Largo Caballero.

Emigraron muchos militares a la Unión Soviética, tal fue el caso de los siguientes: Antonio Cordón, subsecretario del Ejército de Tierra con Negrín, Manuel Márquez, jefe de Cuerpo de Ejército y otros, como fue el caso de Enrique Líster, jefe del famoso Quinto Regimiento de Madrid y Valentín González, “El Campesino” que se distinguió en la famosa batalla de Teruel.

Un escritor y periodista que emigró allí fue César Muñoz Arconada (Astudillo, Palencia, 1900-Moscú, 1964). Novelista de tipo social antes de la Guerra Civil. En Moscú estuvo encargado desde 1942 de la edición española de Literatura internacional.

Inglaterra  fue  el  destino  de  gentes  tan  importantes como Juan Negrín, el cual se refugió en Londres, como todos sabemos fue presidente del Consejo de Ministros desde mayo de 1937 hasta el final de la guerra. Catedrático de Fisiología en la Facultad de Medicina de Madrid, etc.

Otros catedrático que tuvo su exilio en Inglaterra fue José Castillejo, el cual murió en Londres en 1944. Era catedrático de Derecho Romano en la Universidad de Madrid, formado como educador por Giner de los Ríos y la famosa Institución Libre de Enseñanza. Fue secretario y animador desde su fundación en 1907 de la Junta para la Ampliación de Estudios e Investigaciones Científicas. Estuvo en Oxford otro prestigioso educador Alberto Jiménez Fraud, quien murió en Ginebra en 1964. Fue director de la Residencia de Estudiantes de Madrid al ser fundada por la Junta para Ampliación de Estudios en 1910.

Casos de poetas que vivieron en Inglaterra tenemos los de Pedro Garfías, quien estuvo en este país no mucho tiempo, para ir a México poco después. Diez años estuvo en Inglaterra Luis Cernuda. Allí murió otro escritor andaluz, Esteban Salazar Chapela, quien murió en Londres en 1965.
Fraguó en Inglaterra su mundo literario el escritor Arturo Barea, el famoso escritor de La forja de un rebelde. Otro hombre de letras, periodista de prestigio, Manuel Chaves Nogales, vivió en Londres hasta su muerte en 1944. Fue muy conocido por su biografía del torero Juan Belmonte y por varios relatos de gran calidad.

Hay muchos otros nombres, pero sería exhaustivo nombrarlos a todos, cabe decir que en Inglaterra también estuvo Salvador de Madariaga, el más renombrado de los intelectuales españoles en Londres. Madariaga no fue un exiliado por la Guerra sino porque estuvo muy implicado en labores diplomáticas para conseguir una vuelta a los valores democráticos en España, desde la posición de ente social con los ingleses para que ayudasen a la España republicana.

También hubo intelectuales que emigraron a Bélgica o a Suiza, pero fue a México donde fueron la mayor parte de los hombres de letras, también de ciencias, de nuestra España. Llorens destaca en su libro que el número de intelectuales que llegaron a México en la fecha del 1 de julio de 1940 rondaba los ocho mil seiscientos veinticinco emigrados republicanos. Se calcula que llegaron posteriormente mayor número de españoles hasta engrosar la cifra de más de quince mil refugiados (entre los quince mil y los veinte mil).

Por hablar sólo de los poetas y escritores que llegaron a aquellas tierras (Llorens detalla muchas más profesiones y muchos más nombres de los que voy a dar), cabe destacar a los siguientes:

Enrique Díez-Canedo, poeta y crítico, murió en México en 1944, León Felipe, el cual estuvo en varios países de Hispanoamérica antes de la Guerra Civil y volverá a ellos como consecuencia del exilio. José Moreno Villa, poeta, ensayista y crítico, que murió en México en 1955, no hay que olvidar a Juan Larrea, escritor surrealista, fue secretario de Cuadernos Americanos en México, para ocupar luego una cátedra en la Universidad de Córdoba en la Argentina. Juan José Domenchina y su mujer Ernestina de Champourcin, Emilio Prados, Pedro Garfías y, naturalmente, el ya citado Luis Cernuda, quien después de unos años en Estados Unidos e Inglaterra, pasó sus últimos años en México.

El caso de Juan Rejano fue el de un largo exilio, pues murió en México en 1976, también falleció en este país Max Aub en 1972 o Paulino Massip en 1963. A México fue a parar también Cipriano Rivas Cherif, quien murió allí en 1968, tras haber sido director del Teatro Escuela de Arte de Madrid, cuñado de Azaña también.
Del mundo de la música podemos destacar a Rodolfo Halffter o Adolfo Salazar, quien murió en México en 1958. Del mundo de la pintura, dejaron su vida en las tierras mexicanas Aurelio Arteta y Salvador Bartolozzi, entre otros.

Otro de los lugares donde fueron a parar muchos españoles fue Argentina. Profesores tan prestigiosos como Luis Jiménez de Asúa, quien murió en Buenos Aires en 1970 y que fue uno de los redactores de la Constitución de 1931, además de Catedrático de Derecho Penal en la Universidad de Madrid. También vivió en Argentina Claudio Sánchez Albornoz , catedrático de Historia Antigua y Medieval de España en la Universidad de Madrid, ministro durante la República y académico de Historia. No hay que olvidar tampoco a Francisco Ayala, escritor muy reconocido y catedrático de Derecho Político en la Universidad de la Laguna y oficial letrado del Congreso.

No hay que dejar de mencionar la llegada a Buenos Aires  de dramaturgos a una de las ciudades que más vida teatral tenía en la época. Fue el caso de Jacinto Grau, quien murió en Buenos Aires en 1958 o Casona quien no murió en Buenos Aires porque volvió a España, falleciendo en Madrid en 1965, pero sí estuvo un tiempo allí exiliado y logró estrenar obras que no había estrenado en su país.

Resulta interesante la fecunda labor que los emigrantes españoles tuvieron en la prensa argentina o en revistas literarias de allí. La revista Realidad fue creación de Francisco Ayala o la famosa revista literaria Ínsula, entre cuyos colaboradores estuvieron un amigo de Juan Gil-Albert, Máximo José-Khan, quien murió en la ciudad bonaerense en 1952. Hubo muchos intelectuales gallegos, vascos y catalanes en Argentina. Uno de los más famosos fue el de Castelao, famoso dibujante, escritor y diputado a Cortes.
En editoriales argentinas trabajaron algunos emigrantes de prestigio, como fue el caso de Rafael Alberti y Arturo Serrano Plaja, en la Schapire, o Rafael Dieste (otro amigo de Gil-Albert, al igual que Plaja) en la sección literaria de Atlántida.
Llorens cita también el número de emigrantes en otros países de Hispanoamérica como Cuba, Bolivia, Chile, etc. Puerto Rico fue otro de los lugares donde fueron algunos emigrantes, aunque en proporción mucho menor que en México, el más visitado y donde hicieron la mayoría su hogar una parte de su vida o el resto de ella. En Puerto Rico estuvo Juan Ramón Jiménez, quien falleció en Santurce en 1958 o el famoso violoncelista Pablo Casals, quien murió en Hato Rey en 1973.

Hubo también profesores visitantes en la Universidad de Puerto Rico, como Pedro Salinas, quien estuvo allí un tiempo, el filósofo  José Gaos, invitado varias veces. Otros conferenciantes ilustres en la Universidad de Puerto Rico fueron, entre otros, Gustavo Pittaluga, Francisco Giral, Luis Jiménez de Asúa, Jorge Guillén, María Zambrano.

No hay que olvidar que Pedro Salinas o Francisco Ayala fueron (como nos cuenta Llorens) promotores de revistas literarias que tuvieron su importancia en la vida cultural de ese país.
No hay que dejar de mencionar el exilio de importantes intelectuales a Estados Unidos, como fue el caso de Américo Castro. El famoso investigador y profesor español ocupó una cátedra desde 1941 hasta 1953 en la Universidad de Princeton, allí realizó su encomiable estudio de la historia española, que le dio indudable prestigio.

Pedro Salinas, magnífico poeta y eminente miembro de la Generación del 27, fue profesor de Literatura española en Wellesley College y desde 1940 hasta su fallecimiento en la John Hopkins University de Baltimore. También estuvo en el Wellesley College su buen amigo Jorge Guillén.

Y no hay que olvidar, como muy justamente cita Llorens, a las mujeres profesoras que pasaron por las Universidades americanas: Gloria Giner de los Ríos, Concha de Albornoz, Pilar Madariaga, Laura de los Ríos García Lorca, Carmen Aldecoa, Margarita Ucelay, Joaquina Navarro, etc.

Para no extenderme más con la larga lista de nombres (podrían ser muchos más, ya que la lista es exhaustiva y sólo he hecho un resumen de ella), cabe citar a Fernando de los Ríos, tan significativo en la cultura española, quien fue, entre otras muchas cosas, dirigente del Partido Socialista, catedrático de Estudios Superiores de Ciencia Política en la Universidad de Madrid, embajador durante la guerra española en Washington, etc. De los Ríos fue profesor en la New School for Social Research de Nueva York, institución fundada para acoger a intelectuales europeos emigrados por causas políticas.

Me gustaría terminar este repaso a este  esclarecedor e imprescindible libro de Llorens dedicado al exilio cultural español con unas palabras de su primer capítulo que resumen, con maestría, la sensación del exiliado cuando regresa a su país, un sentimiento agridulce que tiene como causa principal la huella que el destierro le ha dejado para siempre (pertenece al primer capítulo titulado “El retorno del desterrado” de 1948):

“La desilusión del retorno no es en último término sino la consecuencia del  íntimo desasosiego que consume al desterrado. Ni alejándose de su patria ni volviendo a ella podrá encontrar ya cabal satisfacción. Su expatriación es un mal y un bien al mismo tiempo; vive muriendo, pero no deja de vivir; la gran actividad que despliega por fuera oculta un vacío interior; quiere olvidar su pasado, pero sólo en él se goza; sueña con el retorno y lo rechaza. Toda su existencia es un vivir a medias” (p. 126).

Quizá esté en estas palabras la clave de todo, el exilio ha dejado honda huella, ha cambiado conductas y ni el país que ha acogido al exiliado ni el país al que vuelve (si es que lo hace) son suyos de verdad, algo se ha perdido en el camino, una sensación de desarraigo queda para siempre en el corazón del desterrado.

Por ello, Llorens dice estas palabras, pensando en el largo dolor del exiliado, que también fue el suyo, esa herida que no la cura el tiempo, porque prevalece aunque nuestro corazón pueda volver al lugar amado (en muchos casos, totalmente distinto, como nos contó de forma excepcional Max Aub en su genial La gallina ciega, cuando visitó España a finales de los años 60 y encontró todo lleno de mediocridad, exento del espíritu que tenía cuando dejó el país).

Sin duda, Gil-Albert, el cual estuvo pocos años en el exilio, sintió el peso del destierro y, por diversas razones, tuvo que volver, para enfrentarse a otro tipo de exilio, el interior, en una lucha por crear literatura, fuera de los mundos sociales y literarios que realmente merecía y había conocido.

El libro de Llorens indaga no sólo en el mundo del exiliado, sino en su dolor, a través de los numerosos casos que cita, grandes mentes que tuvieron que recomponer sus sueños en otros lugares, muy lejos de su amado país.


PEDRO GARCÍA CUETO




BIBLIOGRAFÍA UTILIZADA:
GRACIA, JORDI: La resistencia silenciosa, Anagrama, Barcelona, 2006
LLORENS, VICENTE: Estudios y ensayos sobre el exilio republicano de 1939, Renacimiento, Sevilla, 2006




HOY FIRMA: DANIEL J: RODRÍGUEZ: "HISTORIA DE UN HOMENAJE"

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El frío de la lápida abandonada debía de ser, a juzgar por las fotos del momento, similar al que en esa Venecia de 1985 soportaron los más de treinta autores españoles que se congregaron en el cementerio de San Michel. La piedra ante la que leyeron poesía y sobre la que dejaron un sobrio ramo de flores tenía –debe tener- tallada unas letras que configuran, para muchos, el nombre del poeta cuya obra es “la columna vertebral de la Poesía moderna”[i]: Erza Pound.

José María Álvarez y otros intelectuales junto a la tumba de Pound en Venecia.

“Todo empezó una noche -recuerdo el frío al salir a la Zaterre ai Saloni, la niebla- del invierno de 1983. Carmen y yo habíamos pasado la tarde con Olga Rudge en su pequeña casa de la calle Querini. Pound seguía viviendo en aquella voz: ‘Por esa escalerita bajó para ir al hospital. Era un león. Ya no volvería’. Recuerdo que la desolación parecía envolver a Olga mucho más que otras veces. Recuerdo también que la casa estaba helada, porque Olga no disfrutaba precisamente de recursos muy espléndidos. Salimos bajo la impresión de un amargo desconsuelo. Le dije a Carmen: Hay que hacer algo”.

De ahí parte el viaje, ahí está el origen del recuerdo reconstruido en el primer párrafo de este texto. Habla el poeta español José María Álvarez, quien, tras la visita a la última mujer de Pound, trabajó por orquestar un homenaje mundial al poeta coincidiendo con el centenario de su nacimiento. Poner unas flores sobre una lápida olvidada sería un símbolo, vida sobre la muerte para recordar a uno de los maestros contemporáneos de la poesía universal, para dejar a un lado –que no olvidar- la turbia conexión política de Pound con el fascismo de Mussolini y agradecer en el peso de su legado lírico.

Pound en Venezia.
Jorge Luis Borges, Vicente Aleixandre, Juan Carlos Onetti, Camilo José Cela, Octavio Paz, Mario Vargas Llosa, Günter Grass, Rafael Alberti, Miguel Delibes, Luis Rosales, Federico Fellini, Jaime Gil de Biedma, Ángel González, Pablo García Baena… La lista de adhesiones que logró la iniciativa se cuenta por centenares. Y no solo estuvo compuesta por poetas, cuya presencia, al abrigo de la obra de Pound, se asume; librerías, universidades –Stanford,Texas, Zurich…- y otras instituciones dejaron clara su solidaridad para con la celebración, que finalmente, y tras muchos inconvenientes  e intentos de frustrar el plan, se llevó a cabo. El testimonio de lo sucedido, donde se cuenta a las claras cómo el viaje a Venecia se realizó contra viento y marea, está reflejado en dos interesantes volúmenes publicados: el primero, elaborado por la Editora Regional de Murcia en 1986, que sirve como acta del evento; el segundo, de Renacimiento (2017), recoge las impresiones de los viajeros y seguidores del norteamericano, e incluye todo lo que recogió el primer libro.

Fueron una treintena los poetas que, finalmente, pusieron rumbo a la ciudad  de los canales. En autobús y desde Cartagena comenzó un largo periplo que llevó a un grupo de literatos a pasar una noche entre anécdotas, cansancio, lecturas y conversaciones que giraron presumiblemente en torno a la figura del poeta mudo de Venecia. “La noche y el día se sucedieron en aquel habitáculo. Sobre nosotros la esperanza de llegar a Venecia. La isla de San Michele nuestro destino”[ii]. De este modo, casi con añoranza y bajo la pátina de la belleza que ofrece la emoción aún vívida, recuerda estos instantes la poeta Dionisia García, quien dedicó al poeta estos versos:

En San Michele el cementerio un huerto.
Mañana de noviembre
Los versos de la usura.
Silencio y tierra. Flores
Los peregrinos buscan vestigios naturales.
La pisada de Pound en la pradera última.
Raíces de laurel. Yedra. Rocío sobre el césped.
Llegamos al lugar como a la posesión de un territorio.
Y no se oía nada. Y llovía.


Lectura de comunicaciones en el Homenaje.

Los recuerdos de la amable convivencia generada por el respeto hacia la obra del poeta son una constante en aquellos que estos días recuerdan el acontecimiento. Porque el homenaje se revistió del sabor de lo fraternal y la convivencia y, pese a que Pound era el centro unívoco que los unía, hubo lugar, en las breves jornadas por tierras italianas, para todo. José Daniel M. Serrallé lo rememora: “La ocasión dio para mucho. De la capitanía entusiasta e indesmayable del propio José María y Carmen Marí, a las emocionadas lecturas ante la tumba del maestro; de Jaime Ferrán haciéndose fuerte en la trasera del autobús, a la discreta y amable sabiduría de Carlos García Gual; del humor socarrón, como dos niños malos, de Eduardo Chamorro y Javier Roca, a las madrugadas venecianas junto a Eloy Sánchez Rosillo, Pedro García Montalvo y Alfonso Sampedro; del encanto sereno, como de otro tiempo, de Olga Rudge y el príncipe Ivancich, a la belleza enigmática de la hija de éste; de Barnatán y Pereda rijosos entre la niebla, a la estampa distraída de Jesús Pardo; de la brillante curiosidad de Luis Antonio de Villena, a la cálida cercanía de Andrés Linares, Dionisia García, Xavier Seoane…”. Fue, sin duda, una ‘fiesta de exaltación de la amistad y la poesía’.

En Venecia, tras los actos institucionales habituales en estas empresas y después de visitar a Olga Rudge “en la casa de la que Pound salió para Morir”[iii], los viajeros se reunieron en los salones de la sociedad Dante Alighieri para leer, recordar y hablar sobre Pound. Quedó evidenciado en las comunicaciones realizadas el peso del legado de Erza como poeta vertebrador de la lírica contemporánea. Las traducciones realizadas por el poeta enjaulado y su basto intento de gran poema vital que son los Cantares centraron las ponencias, en las que también se abordó su ‘locura’, la mudez voluntaria a la que se sometió los últimos años de vida, su condena psiquiátrica y, de un modo tangencial, su filiación política.


Portada de la publicación de 1986
Portada de la publicación de 2017

















Leyendo el resultado de esas conferencias, es muy posible conocer, como si de una biografía canónica se tratase, importantes aspectos sobre la concepción creativa de Erza Pound. Su legado está ahí a través de los originales receptores del mismo. Uno casi puede escuchar la voz de José María de Areilza en aquellos salones, imaginar el eco con el que resonaban sus palabras, revividas ahora[iv]:

“Ezra Pound Fue un poeta universal aunque nacido a las letras dentro de la cultura anglosajona. Su asombrosa intuición lingüística le hizo poeta multinacional. Su obra maestra demuestra que la cultura no debe tener fronteras. Se sumergió en la búsqueda de la inspiración en las mitologías y leyendas de Europa y de Asia y entre ellas resuena de tiempo en tiempo el chispazo de lo hispánico como centellas arrancadas del metal de nuestra épica histórica. Ezra Pound descubrió la necesidad de crear nuevas formas de expresión para explicar las profundidades del alma del hombre moderno”.

Cuando uno de los participantes de aquella aventura rememora el viaje, el encuentro, las vivencias guardadas en el recuerdo…, algo vibra tenuemente en su voz. “Lo hicimos y fuimos felices, y ese homenaje cambió algo dentro de nosotros”, parece decir algo que se impone a las palabras. Y el que las recibe desea ser mayor, añora ser poeta, sueña con haber vivido esos años de vino, rosas, palabras y misterio.



UNA FOTO DE EZRA POUND EN VENECIA, 1968[v]
(Recordando aquella visita a su tumba
en el otoño brumoso de 1985)

Tan destruido como elegante, señor.
Aire de sabio, de profeta y ciego.
Las manos nudosas se retuercen: Nada.
Se bebieron todo el agua del vaso.
Los diccionarios lijaron la piel,
los libros afilaron, sentenciosos, los dedos.
Las imágenes secaron aquel iris potente.
La hermosa tradición y la moderna
ménade podaron lentamente los labios.
Huele a cultos jazmines, rotos en el aire.
Niegas, afirman, gritamos: La vida.
Señor, tan destruido y elegante.

Luis Antonio de Villena




Daniel J. Rodríguez









[i] Palabras de José María Álvarez recogidas en el libro ‘Treinta años después’, pag. 73 (Renacimiento, 2017)
[ii] Del libro ‘Treinta años después, pag. 19 (Renacimiento, 2017)
[iii] Del libro ‘Treinta años después, pag 73 (Renacimiento, 2017)
[iv] Del libro ‘Treinta años después, pag. 107 (Renacimiento, 2017)
[v] Del libro ‘Treinta años después, pag. 13 (Renacimiento, 2017)
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